Shavuot: LAS TABLAS ERAN DE PIEDRA

Yo había subido al monte a recoger las tablas de piedra, las tablas de la alianza” Deuteronomio 9:9

De piedra eran las tablas. De un material simple y barato.

Si algún ser humano hubiera sido encargado de su confección, las hubiera hecho de mármol, bronce, quizás de oro, de algún elemento noble que pudiera ser mostrado o coleccionado en vitrinas. En el margen hubieran llevado firma o quizás una placa para eternizar el momento y a su autor. Las hubiera llenado de filigranas y esculpido en letras góticas. Pero, las tablas de la alianza y del pacto eran de piedra y el texto bíblico lo anuncia con naturalidad. Y las plegarias de Shabat lo repiten. Si se inutilizan o se despedazan o se roban, o se plagian piedras comunes, no se pierde gran cosa. Nadie se lamentaría.

Las ilustraciones artísticas de la Revelación en el Sinaí, se resistieron a aceptar la realidad de esas piedras y las redondearon, pulieron y embellecieron, cometiendo un error de concepción. Todo hace suponer que eran simples piedras, pero, esas pinturas fantásticas, que son sólo obras artísticas que no lograron penetrar la profundidad del momento, no pudieron aceptarlas como tales. Pero, eran piedras, sin elaboraciones, y de allí su importancia. Las piedras no son complejas. Todos las conocemos. Son simples. A las pequeñas, las podemos poner en nuestros bolsillos y cargarlas. A las muy grandes, las miraremos con mayor respeto, pero, igualmente las podremos acariciar y pulir.

El texto de los Diez Mandamientos nos presenta una serie de prescripciones y sentencias que cualquier ser civilizado hubiera podido suscribir también en tiempos pasados. Enumeran normas y principios que ya eran conocidos y aceptados en gran medida. Prácticamente no se debían legislar, tal es su simpleza y popularidad. Son normas del sentido común. Sin sofisticación. Con una redacción simple que hasta los niños pueden percibir. Presentadas y reveladas para que nadie pueda alegar que no las comprende y que por ello no las puede tomar.

Si todo fuera tan simple, es difícil comprender, ¿por qué razón Moshé debió permanecer 40 días y 40 noches aislado en ese pequeño monte, el Sinaí, hasta poder recibirlas y subir y permanecer allí dos veces?

La respuesta es porque el secreto estaba no sólo en las letras externas y en el material, sino en lo que ese inerte conjunto de arenillas puede ocultar. Las piedras, ese elemento mineral, más o menos duro y compacto, están formadas por millones de partículas, sin fin, y entre ellas, espacios que no alcanzaron a ser llenados. Así también los Diez Mandamientos. Letras junto a letras que contienen en sí los secretos de todas las prescripciones sin excepción y a la tradición oral, también recibida por nosotros todos allí presentes, con sus agujeros que en las infinitas interpretaciones no alcanzamos a rellenar. Tras la superficie, una riqueza infinita de componentes también simples y fáciles de comprender. Para entender sus secretos y poder transmitirlos, Moshé debió aislarse en las alturas y dilucidarlos. Por ello se debieron romper hasta volverse ilegibles cuando el pueblo esperaba encontrarse con un regalo de oro como el que ellos mismos hicieron. Por ello, también debieron volver a ser presentadas con todas las letras a la vista y las que el ojo humano no alcanza a percibir. Escritas esta segunda vez con la letra de Moshé.

Las tablas fueron de esa piedra sobre la que leemos: “Por el nombre del Pastor, la Piedra de Israel”, en Génesis 49:24, representando lo absoluto. Y el Talmud, en Sanedrín 34a, nos explica ampliando el sentido, el versículo de Jeremías 23:29 “¿No es así mi palabra, como el fuego y como un martillo que golpea la peña?” – así como el martillo provoca chispas, así cada versículo se convierte en muchas interpretaciones, muestra rostros infinitos.

Una persona toma un martillo y lo golpea con fuerza contra una piedra para romperla, y logra de esos materiales inanimados que arrojen luz en todas las direcciones, incontrolablemente, con una belleza infinita, como si las chispas hubieran estado ocultas allí. Así, la persona puede chocar contra la peña de la Alianza, y hacer brillar cada fragmento, cada una de las partículas infinitas que la forman. Más aún, así como cuando golpea con fuerza, fragmentos de la roca vuelan en varias direcciones, así, los pedazos de las letras se expanden en todas las dimensiones. Los trozos de las piedras más duras que no se dejan desarmar con facilidad, vuelan más lejos. Y, aunque golpeemos sin cesar, quedarán fragmentos que se resistirán a ser conquistados y comprendidos, provocándonos, invitándonos a seguir intentando descubrir todas las capas infinitas de sus secretos.

Las instrucciones para las máquinas, las computadoras, para armar un mueble que se vende en forma de tablones, están escritos por personas que conocen el sistema, para otros que no lo conocen y ello provoca a que un ser humano común tarde muchas horas hasta que logra hacerlos funcionar o armar. Hace pocos días estuve trabajando varias horas armando y desarmando un simple engranaje porque en el instructivo había pasos que faltaban. Pero, ello no sucede con las tablas de piedra. Son claras. Escritas por el mayor Proyectista e ingeniero del mundo, fueron dadas en el lenguaje de los seres humanos más comunes. Para los niños que ni siquiera fueron a la escuela.

Hay piedras que se pueden afilar y que los antiguos convertían en cuchillos con los que cortaban como con navaja profundizando con ellas y descubriendo lo oculto. Los diamantes son también piedras y todos conocemos la luz que pueden reflejar cuando son pulidos con cuidado y por manos maestras y el valor que le adjudican. Esos mismos textos simples permiten más lecturas. Pero, también ellas son simples.

La palabra even-piedra en hebreo se escribe con las letras alef, bet, nun. Ello permite que pueda leerse av, y ben – padre e hijo, y ben es raíz de binian- construcción.

Las letras de las tablas de piedra nos invitan a unirnos a padres e hijos para iniciar la construcción de nuestro destino. Pero, nos invitan a hacer. No a delegar que alguien lo haga por nosotros. A observar por nosotros mismos y a participar.

No hay justificación alguna para dejar que otro haga algo por nosotros cuando ello es bueno y nos da satisfacción.

Este Shavuot nos invita a desaprender los errores cometidos al no haber entendido la simplicidad del mensaje de las tablas de piedra. A establecer una nueva didáctica para aprender a vivir una rutina del bien, a aplicar las reglas de la hermenéutica creadas para ayudar que nuestro cerebro se organice para descifrar los bellos misterios del conocimiento.

Quizás este Shavuot debamos hacer silencio, como nos relató el midrash que cuando se entregó la Torá, no se oía el canto de los pájaros, ni el mugido de las vacas y el mar no se movía, y las personas no hablaron, el mundo estuvo en silencio para que todas las criaturas sepan que no hay otra voz que la de Anojí, del Yo soy el Señor tu D-s.

Y volver a recibir las piedras, sabiendo que otros anojí, son otros dioses que no deberemos tener. Falsos. Incluso el de nuestro propio anojí, el yo egoísta.

¡Jag matán torá sameaj!

Rabino Yerahmiel Barylka (www.ravbarylka.com)