Parashat Tetsavé 5779: «Lámparas de aceite»
“Centinela, ¿qué será de la noche? Centinela, ¿qué trae la noche?” Contestó el centinela: “Llegó la mañana y también la noche”. (Isaías 21:11)
Luz. Oscuridad. Luz de conocimiento, luz de la razón, luz de liberación, y allí a donde no llega ella, lo hace la noche: las noches de la ignorancia, de la superstición y de la muerte. Desiderius Erasmus de Rotterdam, un teólogo católico de los siglos quince y dieciséis, dijo: “Crea luz y la oscuridad desaparecerá sin más”. ¿Buscamos la luz? Los sabios, de bendita memoria, dijeron: “Estas siete cosas fueron creadas antes que fuese creado el universo: la primera, la Torá” (Bavlí, Pesajim 54a). ¿Cómo es posible?
Al principio, fue la luz. Sin ella la vida en nuestro planeta, nuestro hogar, no brotaría en la forma en que lo hace. Ella hace visible el mundo que nos rodea: cada rostro, cada detalle. A la luz del mundo, de la naturaleza y de la historia, nuestros antepasados aprendieron valiosas perlas de sabiduría, y las recogieron y las atraparon como briznas, con suma delicadeza y cuidado. Nacen así las enseñanzas, que primero cantaron a sus hijos e hijas, hasta el día en el que además empezaron a dibujarlas y finalmente a escribirlas, de generación en generación. Dice el libro de Proverbios (v. 6:23):
כִּ֤י נֵ֣ר מִ֭צְוָה וְת֣וֹרָה א֑וֹר
«Porque la mitsvá es una lámpara y la Torá una luz.”
Porque muchas de las enseñanzas que tomamos, heredando la luz, brotan en el corazón como cometidos (mitsvá) y al cumplirlas damos (devolvemos al mundo) luz (Torá). Cada palabra o gesto amable, cada acto de bondad y de justicia, alumbran alrededor e inspiran a otros, de generación en generación. Dice el Midrash (Bereshit Rabá 36:3): «Las palabras de la Torá iluminan al ser humano a la hora en que las estudia, y todo aquel que no estudia y no aprende errará, al igual que quien está en la sombra, va e intenta caminar pero se encuentra una piedra y tropieza en ella. (…) ¿Por qué? Porque no tenía en su mano una lámpara. (…) Todo el que cumple una mitsvá es como aquel que enciende una lámpara.”
Al principio de la porción de esta semana nos encontramos este verso (Éx. 27:20):
וְאַתָּ֞ה תְּצַוֶּ֣ה ׀ אֶת־בְּנֵ֣י יִשְׂרָאֵ֗ל וְיִקְח֨וּ אֵלֶ֜יךָ שֶׁ֣מֶן זַ֥יִת זָ֛ךְ כָּתִ֖ית לַמָּא֑וֹר לְהַעֲלֹ֥ת נֵ֖ר תָּמִֽיד׃
«Y tú (Moisés) encargarás esta tarea a los hijos de Israel y traerán para ti aceite de oliva claro, de suave prensado, para iluminar, para encender una luz perpetua.”
Eleja. Para ti. Para ti, no para mí. Dijo Rabí Yitsjak (Tanjumá Tetsavé 4): «En cierta casa había una lámpara que bastaba para iluminar. Pero el señor de la casa dijo a su siervo: “Enciende lámparas en el patio para nosotros.” (El siervo) le respondió: “Toda la casa está llena de luz, ¿y usted me pide que encienda una lámpara? El señor le dijo: “Enciéndela para mis siervos, para que les ilumine a ellos.”
El Rabino Ismar Schorsch dijo una vez: “El uso de la segunda persona del singular (eleja) indica explícitamente que Dios no necesita la luz humana”.
Aceite de oliva claro. ¿Por qué de oliva? Porque este fruto ha sido siempre la base de la alimentación en Israel y principal fuente de grasa. En el antiguo Israel la vida se sostenía en tres pilares: comida, paños para vestir y olivos. Era utilizada para cocinar, como cosmético, para hacer fuego y también elaborar remedios medicinales. El Midrash dice que esta oliva fresca, de suave prensa, es un símbolo del pueblo de Israel (Bereshit Rabá 36:1) pero también simán orá la’olamsímbolo de luz para el mundo (Tanjumá Tetsavé 6).
Lama’or. Para iluminar. Leha’alot. Para ascender. ¿Por qué esta repetición? Porque el fuego debía acercarse a la mecha y no dejarla hasta que la llama ascendía por sí misma (Bavlí, Shabat 21a), y aunque la Torá utiliza la palabra tamid “siempre”, la luz permanecía encendida de la noche a la mañana. El encargado de encender la luz debía asegurarse de utilizar el aceite suficiente para una noche igual a la noche más larga del mes de Tevet.
Este verso nos enseña cómo debería ser cada una de las mitsvot que interiorizamos como profundo cometido:
(1) el fruto del estudio y de la escucha, del ejemplo y de la tradición;
(2) una lámpara, es decir, un instrumento para atrapar y para portar luz;
(3) el combustible es aceite de oliva, es decir, el más suave y claro prensado de qué significa ser humano y ser judío;
(4) así, cada cometido (mitsvá) llenará de luz (Torá) la estancia e inspirará a los demás, lama’or “para iluminar” pero también leha’alot “para ascender”, pues en cada mitsvá se requiere el aceite que usaríamos en la noche más larga y gélida del invierno;
(5) hasta lograr una luz perpetua, me’érev ad bóker “de la noche a la mañana” (Éx. 27:21), es decir, que la Torá cuando nos dice tamid “siempre” no es como el siempre de la duración, sino como el siempre de la constancia y de la perserverancia; y finalmente
(6) al igual que el candelabro estaba mijuts laparójet “por fuera de la cortina” (v. 27:21), sé una luz más allá de los muros de la oración y del estudio, en la calle, en el mercado, en tu lugar de trabajo, en los asuntos diarios y en las relaciones que estableces con los demás.
El centinela conoce la noche, y con serenidad contesta que llegó la mañana y también la noche, y así ocurre en la historia humana y en la minúscula fracción de ella que es nuestra vida, pero no hay noche tan larga que no podamos iluminar. Toma la lámpara en la mano, añade el aceite y enciende una luz, y si no tienes una lámpara, como dice Tom Walker en su canción “Leave a light on”:
“(…) Si miras en la distancia, hay una casa en la colina
guiando como un faro al lugar en donde estarás
seguro para sentir paz pues todos hemos cometido errores.
Si has perdido tu camino,
dejaré la luz encendida, (…)”
Sin más os deseo que tengáis paz en el Shabat. ¡Shabat Shalom!
Autor: Adi Cangado