PARASHAT PEKUDEI: La tensión de las prioridades
Terminamos el libro de Shmot. De la esclavitud al Santuario- un estadio superador de la mera libertad como ausencia de opresión. Un Santuario construido por todos. Para resguardar allí la palabra, escuchada y grabada en la piedra. Pekudei- recuento, balance de todo lo recibido para construcción. Moshé hace un recuento del oro, plata y cobre donado por el pueblo para la construcción del Mishkán.
Betzalel, Oholiav y sus asistentes- designados como artesanos y constructores, confeccionan las vestimentas sacerdotales de acuerdo a las especificaciones dadas a Moshé unos capítulos atrás.
El Mishkán es completado junto a todos sus componentes y traído frente a Moshé, quien lo levanta y lo unge con aceite. Aharón junto a sus cuatro hijos se inician en la tarea sacerdotal. Una nube aparece sobre el Mishkán, significando que la Presencia Divina llegó para vivir dentro de él.
El nombre Betzalel, quien supervisó y diseñó la construcción del Tabernáculo es interpretado como “Betzel-en la sombra – El-de Dios”. Una habilidad que no es sólo técnica sino que provenía de un profundo entendimiento de Dios y su plan para este mundo. Sin embargo Moshé era el que conducía al pueblo en este camino a constituirse en nación. Moshé sabe que cada paso que da, que cada palabra que expresa tiene su mensaje y su consecuencia.
El Talmud pone a Betzalel como protagonista de un intercambio interesante con Moshé y aquí creo que aparecen dos paradigmas en tensión respecto de la obediencia o el vínculo con la letra de la ley:
Rabí Shmuel bar Najmani dijo en nombre del Rabí Yonatan: El nombre Betzalel indica su sabiduría, porque cuando Dios le ordenó a Moshé que le dijera a Betzalel que hiciera el Mishkán (tabernáculo), el Arca y los otros utensilios, Moshé invirtió el orden y le dijo, “Haz el Arca y los utensilios y el Mishkán”.
Entonces Betzalel le dijo, “Moshé, la forma normal de hacer esto es construir una casa y luego introducir sus utensilios, pero tú me dijiste que hiciera primero los utensilios y luego el Mishkán. ¿Dónde voy a poner los utensilios que haga? Tal vez, Dios te dijo que construya primero el Mishkán y luego el Arca y los utensilios”.
Moshé respondió, “Te llamas Betzalel – (literalmente) en la sombra de Dios, porque sabías precisamente cómo interpretar las palabras de Dios tal como si estuvieras en su sombra” (Talmud – Brajot 55a).
Un midrash que habilita a su vez varias lecturas.
Por un lado, la fidelidad de Betzalel a la hora de respetar las palabras de Dios y darles contenido: primero se levantará la tienda, y luego los elementos que en ella se albergan. Así lo dijo Dios y es lógico: ¿dónde se pondrían los utensilios si no está armado el espacio que los contendría?
Moshé habría indicado otro orden. Primero el Arca, luego los utensilios y por último el Mishkán.
Moshé tiene estos giros que no son ni casuales ni ingenuos.
Ya volveremos a leer el episodio de las dos tribus que decidieron instalarse en las tierras fértiles que estaban antes de cruzar el río Jordán, pero que aceptaron ingresar a Israel para ir a batallar con sus hermanos para reconquistar la tierra. Allí le explican a Moshé que primero construirían corrales para sus ganados y casas para sus mujeres e hijos. Y Moshé invierte el orden y les dice: -Está muy bien. Vayan y construyan casas para sus familias y corrales para sus animales. Y no es sólo una inversión lingüística. El orden con el que nosotros organizamos nuestras vidas, habla de nuestras prioridades.
Volvamos a nuestro texto: Betzalel quiere cumplir a rajatabla el mandato de Dios. Primero el Santuario. Luego el Arca- con las palabras del pacto- y los utensilios, los elementos que hacen que todos los rituales funciones.
Betzalel- a la sombra de Dios, es eso. Su sombra. Cumple. Ejecuta.
Moshé toma el mandato y a través de él, construye un mensaje para su pueblo. Primero el Arca- la Ley, el contenido profundo que nos hará pueblo, el desafío de adherir a la letra y no a la imagen… luego los utensilios: elementos necesarios para inaugurar un nuevo modo de vincularnos con lo divino. Y por último “la fachada”, el edificio… porque el Santuario no son sus paredes ni sus bordados, sino es la profundidad de un mensaje, la revolución en la manera de vincularse con lo trascendente, en una ley que libera y no sojuzga.
Moshé sabe cuál es el orden que define prioridades.
Y quizás nosotros perdimos esa sensibilidad. Y nos embelesamos con magníficas construcciones creyendo que mayores medidas y más ornamentos hablan de una santidad superior.
Qué elegimos poner primero en nuestro lugar sagrado nos define y define nuestro modo de vincularnos con ello.
No creo que la expectativa de Moshé haya sido que todos se transformen en sombras de Dios. Más bien socios de Dios, artífices de una nueva humanidad que se congrega alrededor de una palabra grabada- libre en la piedra. Una espiritualidad que lejos de encerrarse entre paredes, ofrece una oportunidad de llevarla con uno, allí donde cada uno se despliegue.
Volvamos a ese Tabernáculo.
Pongámoslo nuevamente de pie en el orden que corresponda a nuestro proyecto de pueblo, de tradición y de vida.
No elijamos ser sombra por más beneficios que ésta nos otorgue.
Cada uno tiene derecho a su brillo.
A su voz.
A su camino.
Shabat shalóm.
Rabina Silvina Chemen.