PARASHAT NOAJ: No es hacia arriba…
Que bien podría haberse llamado Parashat Babel, porque habla a través de dos historias aparentemente diferentes, del peligro de la confusión. Y ¿por qué digo confusión? Los sabios asocian la palabra mabul– diluvio. Que tiene la misma raíz que bilbul, que significa confusión, que tiene a su vez la palabra Babel que es uno de los lugares mencionados en esta parashá.
Dos relatos, decía, el de Noaj y el diluvio, la historia de una humanidad corrupta, con rumbo incierto y una familia a salvar para comenzar todo de nuevo. Los descendientes de esta supuesta nueva creación, son los que en Babel, deciden construir una torre que llegue hasta el cielo, porque así se harían de un nombre.
Dos sucesos que en apariencia tienen buen propósito. Construir un arca para recomenzar con la humanidad. Construir una torre para alcanzar al cielo. Ambas fracasan. Están sumidas en una gran confusión. Todo termina en exilio y dispersión, con una humanidad que no habrá aprendido demasiado y que ahora diseminada por toda la tierra buscará denodadamente cómo volver a unirse con el cielo.
A lo largo de los siglos la historia de la torre de Babel fue fuente de inspiración para escritores, poetas, filósofos, semiólogos, artistas plásticos… nos sigue convocando este mito, que no quedó sólo como un relato pasado, sino que se nos aparece en cada tiempo, la torre 1 en el World Trade Center en el lugar de las antiguas Torres Gemelas en Nueva York, las Petronas en Kuala Lumpur, el Burj Khalifa en Dubai, la Torre de Shanghai; todas demostraciones vertiginosas de un relato que nos vuelve a preguntar hacia dónde vamos.
La construcción de una torre que llegue hasta el cielo no fue una ocurrencia aislada; es un proyecto recurrente. Y no hablo sólo para arquitectos o ingenieros. No hablo de edificios exclusivamente. Hablo de cómo construimos nuestras aspiraciones. De cómo comprendemos los procesos. De cómo medimos las consecuencias de nuestras decisiones. De a dónde fijamos nuestras metas.
El escrito checo Franz Kafka escribió un pequeño cuento: “El escudo de la ciudad”, en el que pinta con sus palabras, las imágenes de la construcción de semejante torre.
Una ciudad llamada Babel, que en su escudo tiene un puño. Él siente curiosidad de saber por qué el escudo de armas de Babel tiene un puño. Y así en su mundo de fantasías le agrega detalles y matices a una de las sagas más universalmente conocidas de la historia humana.
Así comienza Kafka su re-relato de la Torre de Babel:
En un principio no faltó la organización en las disposiciones para construir la Torre de Babel; de hecho, quizás el orden era excesivo. Se pensó demasiado en guías, intérpretes, alojamientos para obreros y vías de comunicación, como si se dispusiera de siglos.
En esos tiempos, la opinión general era que no se podía construir con demasiada lentitud;… lo esencial de la empresa es el pensamiento de construir una torre que llegue al cielo. Lo demás es del todo secundario. …mientras haya hombres en la tierra, existirá también el fuerte deseo de terminar la torre. Por consiguiente no debe preocuparnos el futuro.
Repito:
…mientras haya hombres en la tierra, existirá también el fuerte deseo de terminar la torre. Por consiguiente no debe preocuparnos el futuro.
Cuánta razón tenía Kafka en imaginar que era tal la fascinación por la construcción hacia arriba que quién pensaría hacia adelante.
Desde el relato bíblico en todas las épocas hubo personas cuyo único motor era terminar la torre, es decir, agregarle altura a la altura, desafiar los límites de lo posible, y diría yo: de lo saludable. Más alto, vaya a saber por qué, es mejor. Y cuanto más alto uno, más abajo los otros. Pero que tan alto estamos que ya casi no los vemos allí abajo, por tanto casi casi que no existen.
No debe preocuparnos el futuro dirían los seducidos por la construcción de una torre, porque el futuro es la torre que ocupa todas las dimensiones del tiempo y el deseo.
Lo más creíble –sigue escribiendo Kafka- era que la nueva generación, con sus conocimientos superiores, condenara el trabajo de la generación anterior y demoliera todo lo adelantado, para recomenzar.
Una maravillosa manera de comprender esto que podríamos llamar el síndrome de la Torre. La nueva generación – hija de los que hipotecan todo para habitar los pisos más altos -, tienen otro tipo de conocimientos- considerados superiores- y demuelen todo, porque lo heredado huele a viejo, y lo nuevo es la única alternativa. Y así van naciendo generaciones que niegan sus orígenes. La construcción de la Torre necesita abolir la historia de sus constructores. Sin historia, no hay memoria. Y el culto a la novedad está siempre a la orden del día.
Kafka sigue escribiendo: Tales pensamientos paralizaron las energías, y se pensó menos en construir la torre que en construir una ciudad para los obreros. Cada nacionalidad quería el mejor barrio, y esto dio lugar a disputas que culminaban en peleas sangrientas. Esas peleas no tenían fin; algunos dirigentes opinaban que demoraría muchísimo la construcción de la torre y otros que más valía aguardar que se restableciera la paz. … Así pasó la era de la primera generación, pero ninguna de las siguientes fue distinta; sólo aumentó la destreza técnica y con ella el ansia guerrera...
Y así el síndrome de la Torre, entonces y ahora, nos hace perder en el fragor de la contienda, el objetivo por el cual nos embarcamos. Peleamos por porciones de territorio, nos sacamos los ojos para obtener ventaja de lo que sea, perdemos la dignidad y la meta. Y las habilidades técnicas, cada vez más sofisticadas, perfeccionan las ansias de enfrentamientos, a tal punto que a veces ya ni siquiera recordamos por qué estábamos peleando. Total lo que importa es salir victoriosos.
Y Kafka termina su relato contando una leyenda que habita esa ciudad: Vendrán 5 golpes sucesivos de un puño gigantesco que los aniquilará a todos.
Por esa razón- termina la historia– el escudo de armas de la ciudad incluye un puño.
Hasta acá la pluma de un escritor fantástico. Y con ella, la sensación de haber escuchado un texto que se repite. Babel es la historia de sociedades sin salida. Y todo proyecto humano que se funde alrededor de una Torre como la de Babel, llámese nacionalismos, fundamentalismos, globalización o patriarcado, llevan un escudo imaginario con un puño grabado. Porque siempre está presente, aunque suene contradictorio, la fragilidad de semejante poderío, que puede caer por su propio peso.
Por eso nosotros no somos descendientes ni de Noaj, ni de Babel. Hubo que esperar 10 generaciones, hasta que apareciera Abraham, que prefirió la tienda a la torre y el camino llano a las alturas. Porque nos importa lo que está por delante. Porque no demolemos lo que construyeron las generaciones pasadas. Porque somos seres de búsqueda y no de certezas para unos pocos.
Pero de Abraham y de todo eso hablaremos la semana que viene.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen