Los judíos ante la muerte (II)
La confrontación personal con la muerte, quizás la prueba más dura para un individuo y para una cultura, es por supuesto frecuentemente encontrada en la erudición judía. Las muchas variantes de este tema presentan un aspecto en común — el encuentro con la muerte es observado como un momento trascendental de la vida, con el que hay que encontrarse siendo meritorio. A diferencia de muchas otras culturas, el judaísmo no acepta que algún tipo particular de muerte sea gloriosa per se — con una única excepción, a la que hemos de regresar.
Incluso en los tiempos bíblicos, la muerte de un héroe no era observada como un logro glorioso; el ideal era que el hombre «duerma con sus padres» y que transmita la riqueza de su vida y fortaleza a aquellos que vienen tras él.
Una obra especial, llamada «el Libro de la Partida», que describe las muertes de los padres de la nación, destaca constantemente la necesidad de mantener una postura serena y confiada frente al enemigo, la muerte. Se nos convoca a estar de pie frente al Angel de la Muerte y dispuestos con toda tranquilidad a devolver «el nexo de la vida al Señor tu Di-s». No obstante, hay un tipo excepcional de muerte que los judíos consideran gloriosa, y que llamamos «santificación del Nombre de Di-s». El martirio soportado en aras de la santificación del Nombre de Di-s es un acto público realizado en medio de la santa comunidad, pues el sacrificio imparte un sentido adicional de santidad a los vivos. Cuando es martirizado de esta manera, el judío abraza la muerte en aras de los supervivientes, para que su dedicación al modo de vida judío pueda fortalecerse.
En este contexto, podemos comprender el carácter extraordinario del Kadish. Inicialmente, esta antigua plegaria no estaba vinculada a la muerte o al difunto, y era parte ordinaria de la liturgia. Sólo en un período relativamente posterior, a comienzos de la Edad Media, cuando la progresiva persecución trajo el martirio frecuente, el Kadish se convirtió en una plegaria de muerte. Sin embargo, en él está ausente siquiera la más sutil insinuación de reproche a Di-s, quien es loado a lo largo de toda la plegaria, glorificado y santificado.
La actitud básica del judaísmo hacia la muerte, introducida con la expulsión de Adam del Jardín del Edén, es que no se trata de un fenómeno natural inevitable. La muerte es la vida enferma, deformada, pervertida, desviada del flujo de santidad que se identifica con la vida. De modo que lado a lado con una sumisión estoica a la muerte, hay una terca batalla contra ella en el nivel físico y cósmico. La muerte, cuyo representante es Satán, es considerada el peor defecto del mundo. El remedio es la fe en la resurrección.
En última instancia, «muerte y maldad» –y una es equivalente a la otra– son rechazadas como efímeras. Ellas no son parte de la genuina esencia del mundo y, como el desaparecido Rabí Kook enfatizó en sus escritos, el hombre no debería aceptar la premisa de que la muerte saldrá siempre victoriosa. En la lucha de la vida contra la muerte, de ser contra no ser, el judaísmo manifiesta su no-creencia en la persistencia de la muerte, y sostiene que es un obstáculo temporario que puede y ha de ser superado. Nuestros Sabios, profetizando un mundo en el que no habrá más muerte, escriben:
«Nos estamos acercando cada vez más a un mundo en el que hemos de vencer a la muerte, en el que estaremos por encima y mucho más allá de la muerte».
Autor: Rabino Adín Eben-Israel. fuente: «The Strife of the Spirit»