Reflexiones sobre la cuestión judía, Jean-Paul Sartre.

Estas reflexiones de Jean-Paul Sartre fueron escritas en el año 1944, en París, como consecuencia del antisemitismo vivido en Francia durante el periodo nazi:

«El antisemita es, en el fondo de su corazón, un criminal»

«Hemos hecho nuestro retrato del antisemita. Si no se reconocen en él muchas personas que dicen odiar a los judíos, es porque de hecho no los odian. Tampoco los quieren. No les harían el menor daño, pero no levantarían un dedo para impedir que los persigan.

La cuestión del antisemitismo nos interesa directamente. Todos debemos solidarizarnos con el judío, puesto que en antisemitismo conduce directamente al totalitarismo o al nazismo. Por otra parte, los judíos, como los árabes o los negros, desde que participan de la empresa nacional llamada Francia, tienen derechos sobre esa empresa. Son ciudadanos. Pero tienen tales derechos a título de judíos, negros o árabes, es decir, como personas concretas. Cuando la mujer vota no se pide a las electoras que cambien de sexo: la voz de la mujer vale exactamente como la del hombre, pero vota como mujer, con sus pasiones y preocupaciones concretas de mujer, con su carácter de mujer.

En tanto que ciudadano judío francés debemos aceptarlo con su carácter, sus costumbres, sus gustos, su religión – si religión profesa – su nombre, sus rasgos físicos, su cultura. Y esa aceptación, si es total y sincera, facilitará al judío la elección de su propia autenticidad.

El problema judío ha nacido del antisemitismo y por tanto para resolverlo es necesario suprimir el antisemitismo. Sería deseable educar al niño en la escuela mediante una formación que le permita evitar los errores del apasionamiento contra otras categorías de personas.

Asimismo prohibir mediante leyes permanentes las palabras y los actos que tiendan a desacreditar una categoría de franceses. Pero no basta la propaganda, la educación y las prohibiciones legales para anular la actividad de los antisemitas. Recordemos que el antisemitismo es una concepción maniquea y primitiva del mundo en la cual ingresa el odio al judío a título de gran mito explicativo sobre el sentido de su vida, de la sociedad y hasta del universo.

Si somos conscientes de nuestra complicidad con los antisemitas, que han hecho verdugos de nosotros, quizá empecemos a comprender que es necesario luchar a favor del judío ni más ni menos que por nosotros mismos. Supe que se ha formado una liga judía contra el antisemitismo, estoy encantado por ello, pero nosotros, que no somos judíos, ¿no deberíamos ser los primeros en seguir ese ejemplo? Richard Wright, el escritor negro, decía recientemente: «No hay problema negro en los Estados Unidos, no hay sino un problema blanco».

De igual manera diremos que el antisemitismo no es un problema judío: es nuestro problema. Puesto que somos responsables de nuestra libertad y que nosotros también corremos el peligro de ser víctimas del totalitarismo, necesitamos estar muy ciegos para no ver que el antisemitismo es en primer término asunto nuestro. Nos corresponde antes que nadie hacer una liga militante contra el antisemitismo. La causa de los israelitas estaría ganada a medias si sus amigos encontraran para defenderlos tan sólo un poco de la pasión y la perseverancia que sus enemigos ponen en hundirlos.

Convendrá hacer presente a cada uno de nosotros que el destino de los judíos es nuestro destino. Ni un solo francés será libre mientras los israelitas no gocen de la plenitud de sus derechos legales y morales. Ni un solo francés estará seguro mientras un judío, en Francia Y EN EL MUNDO ENTERO, pueda temer por su vida.»