וַיְדַבֵּר יְהוָה, אֶל-מֹשֶׁה לֵּאמֹר. שְׁלַח-לְךָ אֲנָשִׁים, וְיָתֻרוּ אֶת-אֶרֶץ כְּנַעַן, אֲשֶׁר-אֲנִי נֹתֵן, לִבְנֵי יִשְׂרָאֵל: אִישׁ אֶחָד אִישׁ אֶחָד לְמַטֵּה אֲבֹתָיו, תִּשְׁלָחוּ–כֹּל, נָשִׂיא בָהֶם.
“Y Adonai habló a Moshé diciendo: Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Cnaan, la cual yo doy a los hijos de Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos.” Bemidbar 13:1-2
Estamos acá nuevamente. Ante el episodio de los espías o los exploradores o los enviados de las tribus (como quieran llamarlos) que cambiaron el curso de la historia de nuestro pueblo.
Y una vez más nos preguntamos qué necesidad había de mandarlos con esa misión justo antes de entrar, qué objetivo tenía Dios enviando mensajeros a comprobar cómo sería la tierra que él había prometido. Cuestionamos la mirada de los diez que vieron todo oscuro, y por qué no, la absoluta confianza de los otros dos restantes que no encontraron obstáculos. Y volvemos a dudar sobre la reacción del pueblo que, ante el primer informe negativo borra toda convicción y descree de los milagros y portentos que ellos mismos experimentaron. ¡Qué frágil la condición humana!- nos decimos. ¡Cuánto esfuerzo significó la salida, la construcción de confianza, cuánto tiempo les llevó comenzar a creer y qué poco costó desmoronar todo lo cimentado! Sólo la opinión negativa y temeraria de 10, ante cientos de miles destrozó el andamiaje construido por Moshé, Dios y cada uno de los que salió de Egipto.
Y ¿por qué decimos que cambió la historia? Porque como está decretado en nuestra parashá:
“De cierto que ustedes no entrarán en la tierra en la cual juré establecerlos, excepto Calev, hijo de Iefune, y Iehoshúa, hijo de Nun.” Bemidbar 14:30
Es por ese episodio que todos los que se liberaron de la esclavitud de Egipto no entrarán a la tierra, salvo Calev y Iehoshúa, los únicos dos, dentro de la delegación de doce que trajeron una opinión positiva de la tierra de Israel y además toda su confianza en que podrían llegar a ella y habitarla de acuerdo al plan divino.
Cuarenta años hubo que deambular en el desierto porque estas diez personas quizás aterradas de miedo, quizás agotadas por la incertidumbre, quizás aún moldeadas por sus pensamientos de esclavos o quizás con alguna intención desestabilizante dijeron que la tierra era un objetivo inalcanzable y peligroso.
No es la primera vez que se habla de un grupo de diez como determinante de ciertas situaciones.
El Midrash Tanjuma, (Miketz 6: 5) trae otras situaciones de la Torá en las que ese número de personas marcaron una diferencia. Veamos:
“Tan pronto como Iaakov se enteró de que había trigo en Egipto, dijo a sus hijos: ‘…descended allá, y comprad de allí un poco para nosotros, para que vivamos y no muramos. Entonces diez hermanos de Iosef descendieron para comprar grano en Egipto.’ (Bereshit 42: 2-3). … cuando el Santo, bendito sea, estaba a punto de destruir Sodoma, nuestro patriarca Abraham suplicó misericordia celestial en su favor. Habló primero de cincuenta hombres, pero finalmente redujo el número a diez, como se dice: ‘Quizás diez se encontrarán allí (Bereshit 18:31)’. Diez hombres también componen una congregación, como se dice: ‘¿Hasta cuándo soportaré esta malvada congregación?’ (congregación se dice “eda” en hebreo) (Bemidbar 14:27), y ‘Dios ocupa su lugar en la congregación divina (nuevamente congregación en este versículo utiliza la misma palabra “eda”) (Tehilim 82: 1)’.
Si resumimos este texto veremos que:
Diez son los que bajan a Egipto en busca de comida y por haberse quedado comenzó, con los años, la esclavitud de sus descendientes.
Diez fue el mínimo número de justos que se necesitaban para no destruir a Sodoma y que Abraham no encontró.
Diez son los que llevaron a Dios a decir que el pueblo era una insoportable y malvada congregación.
Y se considera el número diez como el mínimo de personas necesarias para que se manifieste la presencia divina.
De todos estos grupos de diez – de los que fueron por comida y eligieron la comodidad por sobre la tierra que Dios le prometió a sus padres; de los justos que no se encontraron para salvar a una ciudad y de los que produjeron semejante desesperación en el pueblo después de explorar la tierra- nace la prescripción de no poder rezar las plegarias que hablan de la santidad de Dios si no hay minián- un mínimo de diez personas.
Hubiéramos esperado que el motivo fuera de absoluta ejemplaridad, ¿verdad? En honor a diez santos, a diez íntegros. Sin embargo no es así.
Muchos lo explican diciendo que Dios recibe las plegarias de los justos como de los trasgresores; sin embargo a mí no me alcanza.
No estamos hablando solamente de la acción concreta de rezar que es un procedimiento marcado por ciertas legalidades.
Acá se pone en juego nuestra concepción de grupalidad, de comunidad y por qué no de sociedad.
Cuando me encuentro en la sinagoga y tengo que esperar a que estén al menos los diez, se generan en mí muchos aprendizajes:
Que no puedo hacer todo sola- aunque lo sepa hacer.
Que se amplía mi capacidad de bien-venir, porque todos cuentan.
Que a veces los tiempos de los otros no son los míos y que los míos dependen de los de los demás.
Que me siento afortunada de pertenecer a una tradición que me pide que esté con otros para transitar momentos trascendentes.
Y que este número diez sea en recuerdo de historias fallidas, de consecuencias truncadas, de intenciones malogradas hace de la construcción de mi congregación/ mis congregaciones espacios permeables a la realidad, con todos sus matices; con sus luces y desencantos. Porque en definitiva, cada uno de nosotros es a veces Calev y otras algún hermanos de Iosef y otras cierto habitante de Sodoma y otras hasta el mismo Moshé.
Hemos crecido aprendiendo la historia a través del prisma de los héroes perfectos, personas sin mácula ni reveses. Y así nos han enseñado o han pretendido hacerlo que las contramarchas, las desavenencias, las dudas, los aspectos oscuros son categorías de aquellos con los que no debemos juntarnos. Y la historia de la humanidad es mucho más compleja que lavadas páginas de veleidades de ciertos personajes. ¡Cuánto se pierde cuando se cree que juntarse sólo con los que son similares a uno es la mejor opción! ¡Cuánto se seca la mirada cuando en los otros vemos porciones de nosotros mismos!
Miren qué hermoso pasaje del Talmud:de Babilonia, Masejet Berajot 6b:
“Rabí Yojanan dijo: Cuando el Santo, Bendito sea, entra en una sinagoga y no encuentra a diez (personas) inmediatamente se enoja, como está escrito (en Ishaiahu- Isaías 50:2): “¿Por qué, cuando vine, no había nadie? Cuando llamé, no había quien respondiera…”.
Cuando una comunidad, cuando una sociedad no alberga pluralidades y diversidades, cuando no abraza diferentes posiciones, miradas, saberes, orígenes, creencias, culturas… “no hay nadie”.
La pretensión de una sociedad de iguales es, por un lado un proyecto de poder totalitario pero por otro lado es una ilusión que nos diluye nuestra propia humanidad. Nada más bello que mirar a quien tengo a mi lado y ver otra cosa, que no sea el “sí mismo”. Todo rostro diverso le agrega un nuevo gesto a mi propio semblante.
El Talmud en esta imaginaria situación me enseña que en un minián- un mínimo de personas, pero suficientes para representar multiplicidad- la condición para que Dios vea a alguien es que estén todos.
Cuando un proyecto humano que supone cierta grupalidad excluye, expulsa, selecciona, jerarquiza, no sólo el excluido no está sino que dejamos de estar nosotros mismos.
Será cuestión de no dejarnos convencer que sólo hay dos posibilidades, una en contra de la otra. La experiencia humana es mucho más rica, más compleja y más necesaria que un mapa que se pretende dibujar en blanco y negro.
De eso se trataba la promesa.
No lo entendieron.
Espero que nosotros podamos tomar este mensaje para dejar de deambular un poco.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.