PARASHAT KÓRAJ: Liderazgo y desencanto

Si alguno le preguntara a una persona joven qué reconoce en los personajes del poder como características de su liderazgo, probablemente diría; el más osado, el que no tiene miedo de hacer valer su fuerza a cualquier costo, el que grita más fuerte, el que se presenta más radical en sus posiciones, el intransigente, el que tolera una contienda hasta las última consecuencias con tal de salir victorioso, el que ofende más, el que falta más el respeto, el que no le importa nada de nada… y la lista podría seguir largamente ya que somos protagonistas cotidianos de escenas que degradan lo que debería ser un líder atrapados por la gula de poder que les ha hecho perder, a la gran mayoría, el norte de una misión que trascienda sus propias apetencias.

Miremos los portales de noticias, escuchemos la radio, leamos Twitter y veremos que en casi todos los países está teniendo éxito la radicalización de los discursos y las políticas, la represión ante el reclamo o la disidencia, las promesas salvíficas y la estrategia de la violencia ante cualquier circunstancia, en nombre de una supuesta “paz”.

El temor es que las próximas generaciones conciban que ésta es la única forma de liderar un proyecto, pequeño o de los más grandes, siguiendo la ley de la selva en la que gana siempre el más fuerte y el resto es sólo funcional al sistema, si se mantienen obedientes y callados.

Sin embargo, nuestra parashá nos propone otra mirada. Justamente en Parashat Kóraj, el tema es el poder de los liderazgos y sus fines.

Koraj pertenece a la tribu de Leví, al igual que Moshé y Aharón y no conforme con las funciones específicas ligadas al culto que los levitas tenían dentro del pueblo, decide imponer por la fuerza sus argumentos, rebelándose contra la designación de Moshé y Aharón, como conductor y sacerdote respectivamente.

Las revueltas destituyentes (aclaro que esta palabra no existe en el Diccionario de la Real Academia Española pero no encuentro otra mejor para calificarla) necesitan de adeptos que sigan las órdenes de quienes las conducen y por eso no sólo un grupo de levitas dirigidos por Kóraj son parte del hecho, sino que también suman otro grupo de la tribu de Reubén comandados por Datán y Aviram. Participaron en la rebelión, doscientos cincuenta hombres y ambos grupos reclamaban para sí, el liderazgo en reemplazo de Moshé.

Moshé, perplejo por la inconsistencia del reclamo y la virulencia del método, tiene una actitud que me parece destacable.

Leamos:

וַיִּשְׁלַ֣ח מֹשֶׁ֔ה לִקְרֹ֛א לְדָתָ֥ן וְלַאֲבִירָ֖ם בְּנֵ֣י אֱלִיאָ֑ב וַיֹּאמְר֖וּ לֹ֥א נַעֲלֶֽה׃

 “Y envió Moshé a llamar a Datán y Aviram, hijos de Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá.” (Bemidbar- Números 16:12)

Moshé propone un encuentro. Los manda a buscar. Necesita entender sus argumentos. Cuando no median palabras en un conflicto, lo que sucede es la violencia pura, descontrolada. Entiende que su rol como líder es escuchar para luego tomar decisiones y sobre todo mantener la calma en una situación tan agobiante como la travesía por el desierto. Pero ellos se niegan.

No conforme con esto e intentando no responder con el mismo lenguaje de agresión vuelve a insistir. Leamos:

 וַיָּ֣קָם מֹשֶׁ֔ה וַיֵּ֖לֶךְ אֶל־דָּתָ֣ן וַאֲבִירָ֑ם וַיֵּלְכ֥וּ אַחֲרָ֖יו זִקְנֵ֥י יִשְׂרָאֵֽל׃

“ Moshé se levantó y, junto con los ancianos de Israel, se dirigió a donde estaban Datán y Avirám.” (Bemidbar- Números 16:25)

No sólo que los manda a buscar en el versículo 12, sino que él mismo, junto con el consejo de ancianos que representan la autoridad más respetada se levantan de sus aposentos y se dirigen a los rebeldes. Se necesitan palabras. Y a veces hay que ir tras ellas.

Y Rashi lo explicará de esto modo:

“Y envió Moshé a llamar a Datán y Aviram”, — De aquí podemos aprender que uno no debe persistir en la contienda porque, Moshé los buscó para conciliarlos mediante palabras pacíficas.”

En el Talmud, en el tratado de Sanhedrín enseñan lo siguiente.

“Con respecto al versículo: “Y Moshé se levantó y fue a Datán y Aviram” (Números 16:25), Reish Lakish dice: De aquí derivamos que uno no puede perpetuar una disputa, como dice Rav: Cualquiera que perpetúe una disputa viola una prohibición, como está dicho: “Y no será como Kóraj y su congregación, como el Señor le dijo por mano de Moshé” (Números 17:5). Incluso la parte agraviada debe tratar de poner fin a la disputa. Datán y Aviram acusaron a Moshé y por derecho deberían haber iniciado la reconciliación. Sin embargo, Moshé no insistió en esto; él fue a ellos. “(Sanhedrín 116 a)

Moshé no es un líder débil. Fue elegido por Dios por su fortaleza, sus convicciones y capacidades. Hoy esta actitud habría sido leída como una flaqueza. Ir hacia los insurrectos. Intentar conversar. No ejercer la fuerza que le otorga su poder con la garantía de la protección de Dios. Sin embargo, esta característica habla de la inteligencia de un poder que se ejerce en beneficio de una meta, un propósito más elevado que su propia respetabilidad.

Las violencias necesitan de más violencia para perpetuarse. Y en esta espiral todos nos vemos arrastrados; los actores y los espectadores de escaladas de agresión en los liderazgos que nos rodean. Bajo la premisa de mostrarse poderosos, dejaron de cultivar una humanidad que, como Moshé, no tiene ningún prurito en intentar comprender o sosegar los impulsos de una revuelta que- como toda manifestación de fuerza desmedida- termina en una catástrofe.

Me emociona mostrar a este Moshé.

El mismo que no se fascina cuando Dios le ofrece la ciclópea misión de llevar a este pueblo esclavo a la libertad y cree no merecer tamaña responsabilidad.

El poderoso Moshé no titubea en ir a buscar a los que pretenden destituirlo.

El verdadero poder lo da la inteligencia y las habilidades para evitar la escalada de violencia, para atender los reclamos, aunque a veces parezcan impertinentes.

Moshé lo sabe.

Nada bueno sucederá si no se frena esto a tiempo.

La tierra, cuenta la Torá, abrió sus fauces y se tragó a todos los que alentaban el desorden y la confusión.

La historia se traga a los Koraj, Datan y Aviram de turno. O quizás los recuerden sólo por este estallido. Nada más sabremos de ellos. Nada de lo bueno, que seguramente habrán hecho, queda grabado en los anales de la historia.

En Pirkei Avot- el tratado de los principios está escrito. Capítulo I – Mishná 11:

“Avtalión dice: Sabios, sean prudentes con sus palabras; no sea que se hagan merecedores del exilio y sean exilados a lugar de aguas amargas, beban los discípulos que los sucederán, mueran y sea por ello profanado el nombre del Cielo.”

Ojalá esta sabiduría fuera escuchada para poder poner un manto de prudencia a los discursos del odio, el enfrentamiento y la anulación del otro. Porque ellos sólo nos llevan al exilio. Somos arrastrados a tierras de incomodidad y disputa, exiliados de nuestras certezas y arrojados al descrédito y la desesperanza. Esas son las aguas amargas que bebemos nosotros y que les damos de tomar a las próximas generaciones. Desparramando palabras de violencia y destrucción profanamos el nombre del Cielo y nuestras vidas.

Corrámonos de esa grieta que se formó en la tierra al lado de las tiendas de los responsables de esta revuelta, y busquemos palabras y gestos que, como Moshé, nos permitan ir hacia nuestros prójimos para recuperar una conversación mirándonos a los ojos.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen