Imaginemos la escena.
Todos nosotros esperando que nuestros jefes de nuestras tribus, a pasos de culminar nuestro derrotero por el desierto y por la transición de ser un grupo sometido de esclavos a ser soberanos de nuestras propias vidas y destino histórico… todos esperando esa palabra que habilite y confirme que estamos en el lugar correcto a las puertas de una posibilidad mejor.
Todos mirando hacia el lugar donde los representantes de cada una de nuestras tribus se alejaron, esperando que vuelvan con las noticias que todos queríamos escuchar.
Todos esperanzados. Nuestros hermanos confirmarían lo que Dios nos viene prometiendo desde que salimos.
Y un buen día los vemos acercarse. Fuertes ansias de escucharlos nos preparan para ese momento tan esperado. Nos disponemos a recibir su palabra (que ya Dios y Moshé nuestro líder nos habían adelantado, por supuesto) y escuchamos:
Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella.
Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac.
Amalec habita el Neguev, y el heteo, el jebuseo y el amorreo habitan en el monte, y el cananeo habita junto al mar, y a la ribera del Jordán.
Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos.
Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros.
Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura.
Vimos allí también a los gigantes (los hijos de Anac); y a nosotros nos pareció que éramos como langostas; y así parecíamos ante sus ojos. Bemidbar 13:27-33
¿Cómo? ¿Qué sucedió acá? ¡Estábamos seguros de recibir la confirmación de poder salir corriendo a nuestra buena tierra y aparecen estos hombres con estas palabras que se desploman sobre nosotros como una roca del cielo que nos aplasta!
Repasemos el contenido de estas alocuciones:
Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y éste es el fruto de ella.
Una sola frase que habla de lo bueno que vieron en la tierra. (Además de los bellos frutos que habían traído como muestra que estaban delante de todo el pueblo) Pocas palabras. Sin demasiado énfasis en las bondades que habían percibido y recogido.
Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac.
Amalec habita el Neguev, y el heteo, el jebuseo y el amorreo habitan en el monte, y el cananeo habita junto al mar, y a la ribera del Jordán.
Luego, una descripción aparentemente objetiva: vimos un pueblo que nos pareció fuerte. ¿Y cómo lo sabemos? Porque vimos ciudades fortificadas y grandes y las personas eran los hijos de Anac (hijos de gigantes) y además vimos qué pueblos habitan alrededor de la tierra en cada uno de los bordes.
Hasta acá, una descripción: una de cal, cortita. Una de arena. Un poco más desarrollada.
Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos.
Caleb (junto con Yehosúa), intenta infructuosamente de decir de lo que vivió de otro modo. Pero no puede seguir hablando. Los discursos de los agitadores que vaticinan en fin del mundo tienen más efecto que los de aquellos que miran la realidad de un modo más esperanzador.
Al “más podremos nosotros de Caleb” inmediatamente se le contesta:
Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros.
¿Cómo medir la fortaleza de unos y otros a partir de una inspección ocular? Esto ya no era una descripción, sino la semilla que sembró el miedo, la debilidad y la desconfianza. No vamos a poder. Son más fuertes… Y siguieron:
La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura.
No hay ningún relato que cuente cómo la tierra se tragaba a sus moradores. Un gran golpe de efecto que completa el discurso tremendista de lo que obtienen ganancias con una masa vulnerada y temerosa.
Vimos allí también a los gigantes (los hijos de Anac); y a nosotros nos pareció que éramos como langostas; y así parecíamos ante sus ojos.
A nosotros nos pareció. Es decir, una percepción subjetiva que mezclada en un texto que aparenta ser un inocente informe de lo que allí hay, confunde a quien lo escucha: lo que parece, lo que se percibe, lo que se opina (por múltiples motivos) y lo que se ve, queda confundido en el mismo lenguaje.
¿Qué podía hacer este pueblo más que desesperarse y querer volver a Egipto? ¿Cómo podían los otros dos exploradores hacerles creer lo contrario? ¿Por qué, podríamos preguntarnos, era y tal vez también nosotros somos tan susceptibles a conquistarnos por discursos de derrota y la sin salida?
Ya el profeta Hoshea dijo una frase que muchos la decimos sin conocer su fuente:
«Porque han sembrado viento, cosecharán tempestades.» Hoshea 8:7
Lo que nos sucede es, por una parte, lo que vivimos y por otra, muy influyente, por cierto, cómo lo decimos, cómo decidimos encararlo, cómo nos responsabilizamos por lo que haremos… Lo cierto es que las palabras que definen las situaciones que nos suceden son semillas que abonan nuestras tierras. A la larga, esa semilla da frutos… nunca cae en tierra yerma.
Los dueños de los discursos lo saben. Una semilla de miedo, más otra semilla de fin del mundo, más otra semilla de visión trágica, más otra de “no hay salida” terminan siendo un campo minado de desesperanza, desesperación y angustia. Quienes viven en esas tierras son, en definitiva, más proclives a sentirse “nómadas en un desierto yermo que no los llevará a ninguna parte”, como lo fue el castigo que recibió toda aquella generación que se dejó sembrar por el terror y la imposibilidad.
Resuenan en nuestros oídos estas actitudes de bajar los brazos ante la falta de horizonte y la amenaza total de lo que vendrá. Hay estudiosos como el psicólogo estadounidense Martin Seligman que explica que esto se debe a una desesperanza aprendida que genera un estado de indefensión. No hay adónde ir y la sensación de falta de protección es total. Esta indefensión paraliza y hace que se renuncie a cualquier alternativa que ofrezca algo bueno por descubrir. La desesperanza aprendida se alimenta de la predisposición que supo sembrar en las personas para que, ante la adversidad, todo pensamiento sea sinónimo de fatalidad y jamás de cierta posibilidad. Este modo silencioso de horadar las conciencias individuales inhabilita incluso a sociedades enteras que, aunque teniendo las herramientas para lograr un cambio, en su desdicha, quedan paralizadas en la resignación ciudadana incapaces de valorar sus fortalezas frente al reto que tienen por delante.
Cuando uno es fuerte para evaluar qué discursos creer, cómo describir la realidad, qué palabras elegir escuchar y también decir, entonces se hace dueño de la tierra, una tierra en la que seguramente fluirá leche y miel… dos elementos más que interesantes porque a pesar de estar en la naturaleza se necesita de nuestro trabajo para poder disfrutarlos.
Seamos cautos e inteligentes a la hora de decodificar los discursos que recibimos. La tierra de la promesa es para aquellos que se animan a seguir caminando a pesar de los desafíos que se presentan, de los miedos, de los tropiezos y sinsabores.
Nuestros antepasados se asustaron y, en cierto modo los comprendo.
Nosotros hoy estamos estudiando su historia. Quizás algo podamos aprender de ella, y seguir la marcha hacia donde nos merecemos.
Shabat Shalom
Rabina Silvina Chemen