PARASHAT KEDOSHIM: para hablar de amor necesitamos hablar de odio

Parashat Kedoshim es, de acuerdo a la opinión de muchos estudiosos, el centro de toda la Torá. Si queremos presentarnos como pueblo de Libro sólo basta con compartir los exquisitos versículos que definen una vida de santidad. Un código de ética, como lo llaman algunos; un compromiso religioso, reverente con el bienestar del prójimo y la construcción de un tejido social sensible, inclusivo y respetuoso.

El centro de toda la Torá también tiene su propio núcleo que es el famoso versículo “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es decir, si tuviéramos que reducir a su mínima expresión el propósito último de nuestra tradición sería que la santidad se juega en la capacidad de amar con todo lo que esto implica en cuanto a las acciones cotidianas que devienen de ese sentimiento, que redundan en la responsabilidad por el bienestar del otro, en cualquier circunstancia.

Si terminara acá este comentario quedaría como una pieza de escritura con frases bonitas de un ideal que a veces, de tanto decirlo, pierde raigambre en nuestras conductas de todos los días.

¿Quién no estaría de acuerdo con el amor como objetivo superior de cualquier tradición?

Sin embargo la palabra amor, tan vapuleada y usada ha perdido consistencia y compromiso.

Porque si fuera tan claro que es el amor el que nos lleva a cumplir con el mandato de ser “kedoshim”- “santos”, no habría necesidad de hablar de odio en esta parashá.

Y hoy quiero hablar del odio, no sólo porque aparece en el versículo 17 del capítulo 19 del libro de Vaikrá: “No odiarás a tu hermano en tu corazón”. Sino porque estos tiempos turbulentos y despiadados evidentemente el odio es el motor de muchos de nuestros conflictos, desencuentros, guerras, enfrentamientos de todo tipo; familiares, sociales, políticos, religiosos o nacionales.

Es fácil enseñar el odio. Y como el agua, imperceptiblemente ingresa a nuestras emociones más facilitadas.

No odies, dice la Torá, a tu hermano… Quien tienes frente a ti, por más de que lo estigmatices en la vereda de los de “enfrente”, aquellos con los que no nos relacionamos, y que si podemos denostarlos, negarlos y hasta eliminarlos, mejor; es tu hermano.

La poeta polaca Wisława Szymborska, premio Nobel de Literatura en 1996 no podría haberlo descrito mejor al odio en su poema “El odio”.

 

“Miren qué buena condición sigue teniendo
qué bien se conserva
en nuestro siglo el odio.
Con qué ligereza vence los grandes obstáculos.
Qué fácil para él saltar, atrapar.

No es como otros sentimientos.
Es al mismo tiempo más viejo y más joven.
Él mismo crea las causas
que lo despiertan a la vida.
Si duerme, no es nunca un sueño eterno.
El insomnio no le quita la fuerza, se la da.

Con religión o sin ella,
lo importante es arrodillarse en la línea de salida.
Con patria o sin ella,
lo importante es arrancarse a correr.
Lo bueno y lo justo al principio.
Después ya agarra vuelo.
El odio. El odio.

Su rostro lo deforma un gesto
de éxtasis amoroso.

Ay, esos otros sentimientos,
debiluchos y torpes.
¿Desde cuándo la hermandad
puede contar con multitudes?
¿Alguna vez la compasión
llegó primero a la meta?
¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre?
Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo.

Talentoso, inteligente, muy trabajador.
¿Hace falta decir cuántas canciones ha compuesto?
¿Cuántas páginas de la historia ha numerado?
¿Cuántas alfombras de gente ha extendido,
en cuántas plazas, en cuántos estadios?”

Hasta acá la mitad del poema.

Y me quedo con algunas de sus frases para pensarnos a nosotros mismos y a los mecanismos que nos llevaron muchas veces a albergar la emoción del odio en nuestros corazones.

“Él mismo crea las causas que lo despiertan a la vida”. El odio tiene necesidad de alimentarse de argumentos que lo sostengan y lo mantengan vivo. Y eso exige cada vez de más violencia, de más afrenta y estigmatización porque sin ello no tendría razón su existencia.
“¿Alguna vez la compasión llegó primero a la meta?” La compasión aparece después del horror. No es una meta en sí misma, es la reacción a lo intolerable del maltrato y el abandono.

“¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre? Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo.” Con la excusa de no saber qué hacer con las incertidumbres de estos tiempos, muchos se afilian tras los cultores del odio que brindan una falsa protección, pero protección al fin, de saberse parte de una comunidad o grupo que arrasará con todo; porque no hay mejor posicionamiento que aquél que destila discursos y acciones de odio que separan y desmiembran familias enteras, amigos y sociedades.

Terminemos de leer el poema juntos.

“No nos engañemos,
sabe crear belleza:
espléndidos resplandores en la negrura de la noche.
Estupendas humaredas en el amanecer rosado.
Difícil negarle patetismo a las ruinas
y cierto humor vulgar
a las columnas vigorosamente erectas entre ellas.

Es un maestro del contraste
entre el estruendo y el silencio,
entre la sangre roja y la blancura de la nieve.
Y ante todo, jamás le aburre
el motivo del torturador impecable
y su víctima deshonrada.

En todo momento, listo para nuevas tareas.
Si tiene que esperar, espera.
Dicen que es ciego. ¿Ciego?
Tiene el ojo certero del francotirador
Y solamente él mira hacia el futuro
con confianza.”

El odio no es ciego, pero sí enceguece la posibilidad de ampliar la mirada para buscar caminos de acuerdo, discursos de verdad, espacios de pluralidad y disensos que construyan espacios en los que la diversidad pueda y deba convivir.

El odio no es ciego, pero nos quita la posibilidad de ver a quien tenemos delante de nosotros como a nuestro hermano. Lo desdibujamos para no conectar con su humanidad porque así es más fácil decidir atacar.

El odio no es ciego pero nos paraliza la ternura y dejamos de vernos a nosotros mismos como seres capaces de elegir una propuesta de mirada que no sea la anulación de todo lo que no es, piensa o hace como nosotros y los que “supuestamente” están con nosotros.

“No odies a tu hermano en tu corazón”.

No sé dónde se aloja el odio. Tampoco el amor.

Sin embargo lo único que sé es que nuestro sistema sensible -al que llamamos corazón- se petrifica, se daña inexorablemente con experiencias sostenidas de odio y rencor.

Quienes reciben las consecuencias de nuestros odios sufren y mucho, es verdad, pero se lleva la peor parte de este enfrentamiento aquél que elige el odio como modo de vincularse.

No odies a tu hermano en tu corazón. No te hagas daño eligiendo esa posición creyendo que te protege. La santidad tendrá que ver con reconocer ese instante en el que puedes elegir entre este versículo y el que sigue: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Hay muchos que se benefician con las pedagogías del odio en todas sus variantes; a veces más veladas, otras más directas.

Nadie de nosotros es el destinatario de estos beneficios.

Cuidemos nuestros corazones de semejante flagelo.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.