Esta parashá del libro de Vaikrá es mencionada una y otra vez dado que recuerda las festividades del calendario hebreo bíblico y en particular por la mitzvá de “contar el omer”, práctica que la reconocemos por la cuenta diaria que realizamos desde la segunda noche de Pésaj (los que vivimos en las diásporas) durante siete semanas hasta la llegada de la festividad de Shavuot.
“Y contaréis desde el día que sigue al día de la fiesta, desde el día en que ofrecisteis la gavilla de la ofrenda mecida; siete semanas cumplidas serán. Hasta el día siguiente del séptimo día de reposo contaréis cincuenta días; entonces ofreceréis el nuevo grano a Adonai”. Vaikrá- Levítico 24:15-16
Un ritual que a mí me desafía sobremanera porque no evoca ningún acontecimiento particular, ninguna victoria, ningún milagro y está inscripto en el paso rutinario del tiempo ordinario, durante cuarenta y nueve días.
Es curioso cómo relata la Mishná el día en el que se inicia esta cuenta. Porque “omer” es una medida de trigo que debía ser cosechada y llevada para ser ofrendada y desde ahí en adelante contar siete semanas de aquel día en el que se ofreció el “omer”.
Leámoslo desde el texto mismo de Mishná Menajot 10:4:
“Después de cosechar el omer y colocarlo en las canastas, lo llevaban al patio del Templo. Y quemaban en el fuego los granos de cebada mientras aún estaban en los tallos, para cumplir la mitzvá de grano tostado, como está escrito: “Y si traes una ofrenda de primicias al Señor, traerá para la ofrenda de cereal de tus primicias grano en la espiga tostada con fuego” (Levítico 2:14). … Luego ponían el grano en una vasija hueca, y esta vasija era perforada para que el fuego se apoderara de la totalidad del grano. Después de secar los granos, los esparcían en el patio del Templo y el viento soplaba sobre los granos, enfriándolos y secándolos. Luego colocaban los granos en un molino usado para moler sémola, para que la cebada no se muela tan fina que la cáscara se mezcle con el grano. … Después que amanecía, el sacerdote que ofrecía el omer llegaba a la décima cernida de un efá, ponía en la vasija que tenía en la mano un log de aceite y ponía su incienso sobre el costado de la vasija. Luego derramaba un poco más de aceite del leño sobre la harina de alta calidad y los mezclaba, agitaba y llevaba la ofrenda de harina a la esquina del altar, y sacaba el puñado y lo quemaba en el altar. Y el resto de la ofrenda de harina era comida por los sacerdotes. Una vez que se sacrificaba el omer, la gente salía y encontraba el mercado de Jerusalén lleno de la harina del grano tostado de la nueva cosecha…”
Un evento festivo. Colectivo. Minucioso. Esperado.
Una fiesta al final de otra fiesta que recordaba la necesidad de dedicarle pequeños rituales a la vida cotidiana porque de ella nos nutrimos y con ella vamos caminando los días.
Rabí David Abudarham (Sevilla S. XIV), explica al respecto de la cuenta del omer: ‘Los días de primavera son días de intensa labor agrícola. A causa del apremiante esfuerzo físico, los agricultores corren el riesgo de pasar por alto la fecha de Shavuot y por ende de no llegar a la peregrinación a Jerusalén y a la ofrenda de las primicias de la cosecha. Por esto el conteo soluciona estos inconvenientes’.
Este texto me inspira a pensar cómo vivimos el tiempo en nuestros días. Desde la época bíblica se percibía que debemos contar el paso de cada jornada porque la rutina monótona y poco valorada nos hace seguir de largo, descuidando momentos de santidad en los que deberíamos detenernos. Alienados en la carrera hacia vaya a saber dónde, vamos empobreciendo nuestras celebraciones; dejando de ir a los pequeños eventos, restringiéndonos en pos de jornadas laborales más extensas, de cabezas cada vez más ocupadas y de una extenuación que hace que terminemos- justo con los que más queremos que son los que viven con nosotros-, en estado deplorable. Contar cada día es hacerse lugar a la bendición cotidiana y a un alto para pensar cuánto le dedicamos a estar preparados para lo que realmente importa.
Por su parte Rabí Aarón Halevi de Barcelona (Fines del S. XIII) – a quien se le atribuye el libro Sefer Hajinuj, una de las primeras compilaciones sistemáticas de los preceptos de la Torá – agrega un nuevo argumento: “La salida de Egipto representa la libertad nacional y política la cual es un medio para lograr la verdadera libertad espiritual representada por la recepción de la Torá en el Monte Sinaí.»
Ya en la escena de Moshé frente a la zarza ardiente el Eterno le dijo al conductor de todos los israelitas: «Al retirar al pueblo de Egipto me adoraréis en esta montaña» (Éxodo 3:12). De aquí se deduce que la salida física encerraba un objetivo espiritual. Por eso desde el mismo día en que salieron nuestros antepasados de la esclavitud egipcia contaban con ansiedad los días hasta llegar al monte indicado. Esto es semejante a una persona que cuenta las horas que faltan para que ocurra algún evento especial.
Muchos se cuestionan: ¿Por qué el Todopoderoso esperó siete semanas para entregar la Torá y no la entregó de inmediato ni bien salieron? La razón principal es que fue Su voluntad que el pueblo recibiese la Torá hallándose preparado para ello. Era necesario desprenderse de la impureza que imperaba en Egipto y de la influencia de su cultura. Nuestros sabios dicen que los Hijos de Israel se hallaban sumidos en cuarenta y nueve niveles de impureza, por esta razón fueron fijados cuarenta y nueve días de purificación hasta recibir la Torá. Cada uno de los días del conteo del omer purifica un estrato espiritual.”
Otra inspiración maravillosa.
Contamos el omer- el paso cotidiano del tiempo- porque los grandes acontecimientos suceden sólo si estamos preparados. Muchas veces nuestros cuerpos llegan a la meta propuesta sin habernos detenido lo suficiente en preparar nuestro espíritu para disfrutarla como nos merecemos.
Atareados por la compulsión a la autosuperación constante no nos damos cuenta de cuán poco disfrutamos de nuestros logros. Y para ello se precisa la gimnasia consciente de la cuenta del omer- del paso del tiempo, de cada día y de nuestras preparaciones para estar a la altura de las circunstancias.
Contamos el tiempo para no pasar por alto los momentos sagrados y darles la relevancia correspondiente.
Contamos el tiempo para preparar nuestras almas para el disfrute de nuestras conquistas.
Y por último, una cita de Mishna Berurá 489:5 (S.XIX, una obra sobre halajá, la ley judía elaborada por el Jafetz Jaim) que me lleva a enriquecer aún más mi admiración por esta práctica:
…מותר בכל לשון ובלבד שיבין אותו הלשון ואם אינו מבין אפילו סיפר בלשון הקודש אינו יוצא דכיון דלא ידע מאי קאמר אין זה ספירה.
“… el conteo puede hacerse en cualquier idioma, siempre que la persona entienda ese idioma. Si no lo entiende, entonces aunque haya contado en hebreo no ha cumplido con su obligación. Si no sabe lo que está diciendo, no se considera contar.”
Pareciera una observación meramente técnica pero no lo es. Es mucho más que eso. Debemos contar el omer en el idioma que entendemos porque no es un ritual vacío sino es un contenido profundo al que debemos acceder sólo si lo comprendemos acabadamente. Contar nuestros tiempos con nuestras propias características más allá de cualquier imposición. Contar los tiempos acordes a la relevancia que cada uno desea darle. Contar por nosotros mismos y no porque otros nos marquen el ritmo. Contar y en esa cuenta encontrarnos más que perdernos.
La vida pasa en serio cuando la contamos en nuestra propia lengua, con nuestras propias visiones y nuestros propios anhelos.
Las vidas prestadas son aquellas que se transitan en el lenguaje de los otros y los calendarios ajenos.
El omer es una fiesta. La fiesta del encuentro con la individualidad. Con el ritmo de nuestra caminata. Con la valoración de nuestros instantes. Es la fiesta del respeto por el propio paso. Y la llegada sin prisa y a conciencia al momento colectivo de una revelación que nos precisa a todos allí preparados para el acontecimiento que cambiará el curso de nuestra historia.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.