El desierto, con todo disponible, ha sometido al pueblo de Israel a infinidad de desafíos y tensiones. Con la protección de Dios, el liderazgo de Moshé, la naturaleza a disposición y le tierra de la promesa, al final del camino… no fue suficiente.
Tenían comida. Tenían sombra ante el sol. Y fuego ante el frío. Y agua debajo de la sequedad de la arena…Y, así y todo, no fue suficiente.
“La multitud entre ellos empezó a sentir un fuerte deseo y los hijos de Israel lloraron una vez más, diciendo: ¿Quién nos dará de comer carne? Recordamos el pescado que comimos en Egipto sin pagar nada… pero ahora nuestros cuerpos están secos, no hay nada, no tenemos nada más que el Maná frente a nosotros”. Bemidbar 11:4-6
Sintieron un fuerte deseo. En hebreo, “hitavu taavá-הִתְאַוּוּ תַּאֲוָה”; desearon deseo y lloraron. ¡Querían carne! No bastaba con el pan del cielo.
Los primeros análisis del texto remarcan que piden lo que les falta. Y casi con enojo les reclamamos cómo no se dan cuenta que están siendo alimentados por Dios. Por qué pedir con nostalgia la comida que tenían en Egipto, cuando lo que los rodeaba era esclavitud y opresión. ¿Acaso no era suficiente alimento respirar el aire de la libertad, aun comiendo sólo maná? ¿Hace falta llorar por un trozo de carne a Dios, Todopoderoso y a Moshé que asumió el riesgo de sacarlos de las garras de Faraón? Este pedido aparece como injusto, innecesario, como pidiendo volver a lo conocido, del látigo y el ahogo.
Pero quizás podemos entenderlo de otro modo:
El Meshej Jojmá, Meir Simja Hakohen de Dvinsk (Lituania s XIX), comprende que ellos no deseaban la carne en sí, sino que deseaban el deseo mismo.
Hithavú tahavá, literalmente ‘desearon un deseo’. Y quizás ésta es una experiencia que no fue sólo de los hijos de Israel. Hoy también muchos lloran, gritan, refunfuñan… porque no hay un solo resquicio en sus vidas que esté vacío.
Confundidos por un tiempo social que no nos da permiso para tener deseo de nada, perdemos la motivación de saber qué queremos. Y creyendo que hacemos el bien a los que queremos los embotamos de objetos, que les taponan las ganas de tener ganas. Y de actividades, para que no quede ni un solo segundo para descansar, o pensar o disfrutar de una puesta de sol. Entonces, finalmente la sociedad de consumo nos consume a nosotros. Y la felicidad pierde el rumbo, porque se la busca en el acopio y en el taponamiento, que nunca, pero nunca alcanza.
El filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard escribió en su obra, “La sociedad del consumo”, que “una de las mejores pruebas de que el principio y la finalidad del consumo no son el goce es que hoy el goce es obligado y está institucionalizado, no como derecho o como placer, sino como deber del ciudadano […]. Hay que plantear claramente desde el comienzo que el consumo es un modo activo de relacionarse (no sólo con los objetos, sino con la comunidad y con el mundo), un modo de actividad sistemática y de respuesta global en el cual se funda todo nuestro sistema cultural”.
Hitavú taavá- deseaban, necesitaban desear, que algo les falte, que algo les cueste, que algo deba ser buscando, anhelado, esforzado… para tenerlo por mérito propio.
Necesitamos vincularnos de otros modos con las personas, con los tiempos, con nuestras familias y con nosotros mismos. Necesitamos tener ganas de largas charlas, momentos de risa, poesía, escucha, ayuda, sostén, festejos, silencios, contemplaciones…
La Tierra de la Promesa, muy por el contrario a lo que fueron los 40 años de desierto totalmente asistidos, es aquella en la que vas a desear lo que quieres obtener y vas a esforzarte para conseguirlo, descubriendo todas tus potencialidades para llegar a tu meta.
Hacerle lugar al deseo. Y vamos a ocuparnos de que a nuestros hijos les suceda lo mismo. Sólo así serán y seremos libres
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.