PARASHAT SHELAJ LEJÁ: una promesa que es mucho más que la tierra

Parashat Shlaj Lejá despierta siempre un sinfín de emociones, y mucho para pensar y analizar respecto del comportamiento humano, de la confianza, del miedo, del proceso de hacernos pueblo, del tratamiento de las disidencias, de los liderazgos… en fin, en una sola situación, como lo fue la de enviar a 12 líderes, uno por cada tribu a explorar la tierra que Dios ya había entregado.

La desazón nos gana en este texto. ¿Cómo no pudieron ver lo que tenían delante de sus ojos? ¿Cómo no confiar en todos los signos que antecedieron esa visita a la tierra? ¿Cómo no aventurarse a una vida libre, en una tierra de promesa?

Recordemos que van 12 juntos, y vuelven 10 por un lado y 2 por otro.

Esos 10, asustados, se desesperan y desesperan a todo el pueblo: –No vamos a poder con los habitantes de aquella tierra que son gigantes y nos van a devorar…

La verdad es que siempre me pregunté si los 10 en bloque pensaban lo mismo o si el hecho de “ocultarse” tras una voz unívoca de una masa, los hizo callar sus propias posiciones y emociones.

Ya en el año 1895, un sociólogo francés, Gustave Le Bon, escribía un libro llamado “Psicología de las Masas -Estudio sobre la psicología de las multitudes”, que luego citará Sigmund Freud en su texto “Psicología de las masas y análisis del yo”. Allí, Le Bon trata de comprender cómo funciona un grupo de gente transformado en “masa”: «… cualesquiera que sean los individuos que la componen y por diversos o semejantes que puedan ser su género de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el simple hecho de hallarse transformados en una multitud le dota de una especie de alma colectiva. Este alma les hace sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta de como sentiría, pensaría y obraría cada uno de ellos aisladamente. … La masa psicológica es un ser provisional compuesto de elementos heterogéneos, soldados por un instante, exactamente como las células de un cuerpo vivo forman por su reunión un nuevo ser, que muestra caracteres muy diferentes de los que cada una de tales células posee…»

Así ellos, quizás por miedo, cobardía o demagogia, volvieron para destruir el proyecto de libertad de este pueblo liderado por Moshé y guiado por la mano de Dios. En un solo instante, esta masa indefinida consigue desarmar lo construido paso a paso, en la travesía de la esclavitud a la libertad.

Una actitud que hasta el día de hoy sigue siendo una herramienta de algunos que manipulan grupos de personas y los transforman en células, soldados por un instante que traccionan para destrozar conquistas que se consiguen a partir de un trabajo sostenido.

Pero dejemos de lado por un instante la pasión que nos provocan estos relatos y vayamos a algo más sutil, ese mensaje que la Torá sugiere, y lo deja en nuestros ojos y nuestras conciencias para que obtengamos un aprendizaje más profundo.

En esta parashá aparecen dos mitsvot que no están descontextualizadas de la historia de los exploradores, aunque aparentemente no tendrían nada que ver…

¿Y si pensamos que no están allí fortuitamente?

Por un lado, la mitsvá de jalá – separar una porción de la harina amasada para el Cohen- una práctica que hasta hoy nos acompaña cada semana cuando amasamos la jalá para Shabat; la experiencia de dejar ir, de conectarnos con una visión de humildad, cuando preparamos el pan.

Y luego, la mitzvá del tsitsit, ese recordatorio en nuestras prendas, hoy simbolizados en un talit, cuya función es refinar nuestra mirada:

 וְהָיָה לָכֶם, לְצִיצִת, וּרְאִיתֶם אֹתוֹ וּזְכַרְתֶּם אֶת-כָּל-מִצְוֺת יְהוָה, וַעֲשִׂיתֶם אֹתָם…

«Y el tsitsit les servirá a ustedes para que cuando lo vean se acuerden de todos los mandamientos del SEÑOR, a fin de que los cumplan…” Bemidbar 15:39

Por un lado, la tierra de la promesa y el compromiso con ella tiene que ver con la transición del pan de la esclavitud- la matsá y el pan del cielo, el maná, al pan amasado, y, por ende, sembrado, cuidado, regado, segado, cosechado, molido, y cocinado… El miedo de unos pobladores que nos devorarían se elabora a partir de comprender que la única manera de tener promesa, es trabajar la propia sustentabilidad, el esfuerzo, la apuesta, las ganas, la convicción de que, de la obra de nuestras manos y las bondades de la tierra saldrá lo nutricio. Y que todo esto tendrá sentido si no abandonamos la medida de la fe: el agradecimiento a Dios por lo que tenemos, simbolizado en esa porción de pan que dejamos ir al quemarla.

Y, por otro lado, la capacidad de mirar por uno mismo, sin gurúes de turno que nos lleven de las narices. Mirar, porque somos parte de una historia y un legado y mirar porque tenemos derecho a construir nuestra tierra con nuestras visiones. Mirar a partir de los tsitsiot es reconocer que cada momento de la vida tiene su intensidad y su propuesta, si es que le damos lugar a esos instantes y no somos devorados por una cotidianeidad sin sentido. Con el talit recibimos a nuestros hijos e hijas, el talit es lo que estrenan en sus ceremonias de Bat/Bar Mitsvá, un talit es el objeto que se transforma en Jupá y es la envoltura de las personas que fallecen.  En cada momento de la vida, se nos invita a mirar con detenimiento, con intención y compromiso cuál es nuestro mensaje y nuestra dedicación.

La tierra no es el tamaño de sus habitantes o la altura de sus murallas. La tierra de la promesa es aquella que sembramos cotidianamente, con generosidad y conciencia, es el lugar en el que miramos con ojos de bondad y compromiso, con agradecimiento y con esfuerzo.

Volvamos a mirar. Volvamos a amasar. Volvamos a donar de lo que tenemos y somos.  Allí estaremos frente a la mejor de las tierras.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.