“H’ habló a Moshé y le dijo: «Habla a los hijos de Israel y diles que se hagan unos flecos en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada fleco de los bordes una hebra azul. Llevaréis esos flecos para que cuando los veáis os acordéis de todos los mandamientos de H’ Así los pondréis por obra y no seguiréis los apetitos de vuestro corazón y de vuestros ojos, que han hecho que os prostituyáis. Así os acordaréis y cumpliréis todos mis mandamientos, para que seáis santos ante vuestro Di-os. 41 Yo soy H’, vuestro Di-os, que os saqué de la tierra de Egipto para ser vuestro Di-os. Yo, H’, vuestro Di-os.» (Bemidbar 15: 37-41)
Del texto surge claramente, que, si no lleváramos una prenda con cuatro extremos, no tendríamos la obligación de cumplir el precepto, sin embargo, nos empeñamos en llevar un manto con tsitsit en las ceremonias religiosas matinales –el taled- y una prenda de cuatro vértices, debajo de nuestras ropas. Por cada una de esos ropajes solemos bendecir de manera diferente. Todo hace suponer que, en el pasado lejano, los varones llevaban sobre su cuerpo el taled grande durante todo el día y para todas las actividades, y que quizás por influencia del medio, relegaron el uso del manto grande al templo y decidieron usar uno mucho más pequeño debajo de la ropa.
Esta actitud habla muy bien de nuestro deseo de servir a H’, incluso en las normas optativas. Con los tsitsit que llevamos debajo de las ropas, estamos expresando nuestro compromiso más profundo con la palabra de H’ y sobre eso bendecimos «que nos ha preceptuado el mandato de tsitsit».
Para el talit que usamos en los servicios religiosos, bendecimos por el precepto de «envolvernos (en un lienzo) con flecos» – porque nos cubre la ropa para que seamos conscientes que estamos en la presencia divina, junto a quienes comparten ese momento con nosotros.
Es evidente que el taled pequeño es una prenda íntima y personal y que el más amplio implica proyectar una imagen en el grupo y establecer que uno se encuentra dedicado al servicio divino. Por ello, usar los tzitzit por fuera de las prendas, como lo hacen tantos jóvenes en nuestros días con mucho orgullo, pareciera contrariar el espíritu de la prenda personal.
En el templo, al envolver nuestro cuerpo casi en su totalidad el taled oculta nuestra individualidad. Es como si estuviéramos diciendo a H’: Puede que sea sólo un mendigo, o un pecador, pero estoy vestido con la túnica real del pueblo Israel, que nos convierte en seres de bien. El taled oculta lo que somos y representa a la persona que nos gustaría ser, porque en la oración pedimos H’ que nos juzgue, no por lo que somos, sino por lo que quisiéramos ser, como si cumpliéramos los mandamientos como un todo.
Después de todo con los tsitsit atestiguamos que, al aceptar portarlos sin coerción, sólo por nuestra propia y libre voluntad, expresamos nuestro amor por el Eterno, y nuestra libre aceptación de todos los deberes de la vida judía.
En nuestra vida interior como personas de fe, hay cosas que podemos decirle solo a H’ que conoce nuestros pensamientos, esperanzas, temores, mejor que nosotros mismos. Hablamos con él en la intimidad del alma, y Él escucha. Esa conversación interna no la exhibimos públicamente.
Los dos tipos de prendas de vestir con flecos representan las dos dimensiones de la vida de fe: la persona externa y la interior. El rostro que solo mostramos a H’ y la imagen que presentamos al mundo y a la sociedad. Y las dos se unen en nuestro amor por Él.