Nuevamente ante una hoja en blanco.
Pensamientos confusos.
Distracciones. Volver a las noticias a ver si se sabe algo.
Y otra vez la hoja en blanco.
Y una imagen:
Un hijo atado sobre los leños a punto de ser sacrificado.
Un padre que cree que es la voz de Dios que le está indicando que su fe le exige la más inhumana de las acciones; asesinar a su hijo, llamándolo “sacrificio”.
Y un Dios que manda a un ángel a detener la tragedia.
Hasta este año Itsjak para mí no tenía rostro.
Difícil de imaginarlo.
Hoy tiene todos esos rostros que no puedo quitar de mi memoria, que no quiero quitar de mi memoria. Rostros de miedo, de impavidez, que ni siquiera reaccionan porque matar en nombre de Dios es imposible de alojar en la mente humana.
Me detengo y me pregunto: – ¿debo seguir hablando de esto? ¿Por qué todo me lleva a ese momento de horror?
Y me respondo: – No fue un momento. Es el momento. No podemos hablar de otra cosa con tanto olor a muerte, tanto gesto indescriptible de dolor, tanto miedo por lo que brota en el mundo; capítulos de un antisemitismo que creímos falsamente haber superado. Es el momento porque estamos paralizados mirando las noticias, esperando ilusoriamente un final a tanta locura, rezando por los que están secuestrados, por los que se quedaron sin casas, por los que van encontrando a sus muertos, por los que están en el frente de batalla.
Seguimos atados a los leños. Como Itsjak. Que lleva un nombre en futuro; “el que se reirá”. Una risa que no llega nunca, que permanece borrosa en los rostros de la historia de sus descendientes. Una risa que se ahoga en un instante, porque vuelve a surgir el monstruo del odio y el aniquilamiento.
Haim Guri, poeta israelí (1923-2018) escribió esta poesía que hoy me estremece más que nunca:
“…Itsjak tal como fue contado, no fue ofrendado en sacrificio.
Él vivió largamente
vio lo bueno, hasta que la luz de sus ojos se ensombreció.
Pero ese momento lo legó a sus descendientes.
Ellos nacen.
Y el cuchillo en sus corazones.”
Me rebelo ante esta herencia.
A este imagen recurrente en nuestras memorias colectivas.
No quiero sentir más que nacemos con un cuchillo ya clavado por ser parte de esta progenie.
Los niños no pueden nacer con ningún cuchillo ni cerca.
Ningún niño.
Ni en el corazón.
Ni en la mano.
Ni con la imagen de ningún hombre que cree que su dios manda a matar a un niño atado a los leños, a la cama, al sillón, a su cuarto…
No.
La voz de Dios no puede mandar a matar.
“Y Dios probó a Abraham…”, así comienza el relato.
“Toma a tu hijo, a tu único, a quien amas…”
Quizás esa fue la prueba de la fe.
El amor a los hijos por sobre cualquier otro mandato en la vida de un ser humano. Amor que se traduce en una educación para la vida, para el sentido, para la dignidad.
Amor y muerte. Fe y muerte. Binomios imposibles.
Dios y muerte. Binomio insoportable.
Dios probó a Abraham que creyó que su fe en Dios era por sobre el amor al hijo, a los hijos, y se embarca en la escena más trágica de la historia de nuestro texto sagrado. Su cuchillo en alto sobre el pecho de su hijo. No. Nada es por sobre el amor y el respeto a la vida.
Abraham no pasa la prueba.
Pero esa imagen pasó a la historia.
Sin pudor.
Sin vergüenza.
Se sigue ponderando la fe con un cuchillo en la mano, dispuesto a la peor de las vilezas.
Se mata la vida. El futuro. La esperanza. La paz. En nombre de un monigote que le robó el nombre a Dios. Y nos robaron la fe. Y la ilusión. Y la alegría. Y la esperanza. La prueba volvió a fracasar.
Vayamos todos a desatar a Itsjak.
No importa si eres parte de su descendencia.
Vayamos todos a desajustar las ligaduras que lo tienen temblando de miedo porque siempre hay alguien detrás de los arbustos que puede emboscarlo, insultarlo, pintarle las paredes de su casa, profanar sus tumbas, arrasar sus poblados, secuestras a sus hijos…
Quizás lleguemos tarde. Y no lo encontremos.
Quizás está esperando, escondido detrás de alguna puerta, con la esperanza de que las voces de la dignidad humana lo rescaten de esta locura.
Adonai oz leamó yitén. Adonai ievarej et amó bashalóm.
Adonai dará fuerza a su pueblo. Adonai bendecirá a su pueblo con paz.
Rabina Silvina Chemen