PARASHAT JAYEI SARÁ: escuchen hermanos, estamos vivos

 

Jai, jai, jai. Ken aní od jai- Estoy viva, sí estoy viva.

Am Israel Jai- el pueblo de Israel está vivo.

Ze hashir she saba

Esta es la canción que mi abuelo, le cantaba a mi padre y ahora la canto yo.

Y ahora la cantamos nosotros.

Esta canción ganó el segundo premio en el festival Eurovisión en 1983.

Y hoy la elijo nuevamente porque su mensaje resuena tan distinto a cuando la cantábamos para bailarla en un rikud, porque estamos en el Shabat de la parashá Jaiei Sará.

Una parashá que, si bien es nombrada por la vida, “Jayei Sará- La vida de Sará”, lo que relata es su muerte.

Una muerte que viene inmediatamente después del episodio de la akedá, de la atadura/sacrificio de Itsjak.

Dios prueba a Abraham.

Y le pide que ofrezca a su hijo en holocausto, como prueba de fe.

Y ese hijo es atado, maniatado, amenazado con un cuchillo en nombre de Dios.

En esta historia el ángel lo salva.

En esta historia… En otras no.

Inmediatamente después de esta escena, la Torá cuenta que Sará, la madre de este joven, se muere.

Y nuestros sabios se preguntan por qué se murió. De qué murió.

El texto escrito no lo explica.

Sin embargo, el texto oral llena ese vacío.

Varias versiones, con diferentes componentes, explican lo mismo.

Se acercó un ángel o el mismo Satán disfrazado y le cuenta a Sará lo que Abraham hizo con su hijo.

Ella no lo tolera.

¿Qué madre, qué ser humano aguanta esa imagen de un hijo privado de su libertad temiendo por su vida?

Sará se muere de pena. Pero antes de morir llora desconsoladamente. El midrash relata que se escucharon tres gemidos desgarradores y luego expiró.

Tres gemidos que vienen de un corazón roto.

Desde allí recordamos ese dolor cuando escuchamos el shofar con su sonido de shevarim- el quebrado sonido del shofar, que sigue sonando y evocando cada corazón roto que sufre al no poder contener escenas de tamaña violencia.

Sin embargo, la decisión de llamar a esta parashá por la vida y no por la muerte de la matriarca nos marca un camino.

En esta porción de la Torá, Itsjak se va a enamorar y a consolar por la muerte de su madre. Y Abraham volverá a casarse con una mujer llamada Ketura. Después de la tragedia, y con el dolor a cuestas, volvemos a la vida.

El midrash agrega algo hermoso: Sará se muere cuando Rivká nace. Y lo explica así: Sará podrá irse de este mundo cuando se asegure de que la vida de su hijo seguirá su curso acompañado del amor que siempre permite renacer y sanar.

Shimu ejai – escuchen hermanos.

Ani od jai – Estoy vivo.

Nosotros como pueblo judío nos sentimos como Itsjak maniatado, despojado de toda su dignidad.

Pero el rollo de la Torá sigue su curso. Y las columnas de texto avanzan hacia lo que nos espera. Y hoy en Jayéi Sará estamos acá para confirmar que, con los gritos quebrados del dolor de nuestros shevarim, nos pondremos de pie, nos sostendremos en el amor y seguiremos cantándoles a nuestros hijos, la canción que nos cantaron nuestros padres, que a su vez se la cantaron nuestros abuelos.

Hoy cantamos con la voz entrecortada.

Pero seguimos apostando.

Reconstruyendo las paredes y las vidas.

Recomponiendo la esperanza, rescatando sueños.

Peleando por traer con vida a los secuestrados.

Visibilizando la verdad en medio de tanta tergiversación.

Insistiendo con una humanidad que no necesite exterminar a ningún otro para reafirmar su derecho.

El llanto del Shofar se transformó en el sonido que marca el inicio de un nuevo tiempo, cada Rosh Hashaná. Y más aún, será el sonido que anunciará el Yovel, el año del jubileo en el que todos serán libres y cada uno retornará a sus tierras… “ukratem dror baarets” … y será proclamada la libertad en la tierra. (Vaikrá, Levítico 25:10)

Del llanto desconsolado de Sará a la libertad absoluta de todos en esta tierra.

Ése es el desafío de nuestro tiempo.

Aún con el alma rota.

Aún con pesadillas.

Con miedo.

Con desilusiones y con preguntas que jamás pensamos volvernos a hacer.

Me vienen a la memoria todos nuestros ancestros, expulsados, perseguidos, limitados en sus derechos, insultados, que habrán estado en esta misma encrucijada; ¿qué hacemos cuando estamos hechos cenizas y la herida sigue sangrando?

Se habrán secado las lágrimas, habrán sacudido el polvo de sus ropas raídas, habrán juntado lo poco que les quedó sano, habrán lavado las caras de sus hijos, les habrán conseguido algo de comer y seguramente les habrán guiñado un ojo para robarles una sonrisa.

Ani od jai

Ushtei einai od nisaot laor

Estoy vivo

Y mis ojos aún miran hacia la luz

 

Ayer conmemoramos el 85° aniversario de la Kirstallnacht, la fatídica noche del 9 de noviembre que marcó con este pogrom mal llamado, a mi gusto poéticamente, la noche de los cristales rotos, el inicio de la industria de la muerte más siniestra de la historia de la humanidad.

Hoy, el estruendo de los cristales rotos, los misiles, los tiros, los gritos; las proclamas de odio, no silenciarán nuestros shevarím- nuestros gritos llenos de dolor que claman por la vida, por la justicia, por la libertad, por la alegría, por el amor.

Shimú ejai- escuchen hermanos, escuche el mundo.

Ani od jai.

Todavía estoy vivo.

Estaremos vivos.

Y nos pondremos de pie.

Porque tov she lo avdá od hatikvá- porque nadie ni nada nos hará perder la esperanza.

¡Lejaim! Por la vida.

Rabina Silvina Chemen