Queridos lectores:
Este texto que van a leer ahora lo escribí como comentario el año pasado. Jamás hubiera imaginado que hoy significaría para mí volver a desandar la genealogía del odio, y vernos allí en este callejón aparentemente sin salida. No podemos quitarnos de nuestros ojos las imágenes que vimos y que seguimos viendo. No podemos comprender como afloran expresiones que creíamos ya parte del pasado; un antisemitismo que vomita odio apenas se abre una pequeña hendija. Voy a volver a publicar esta reflexión. Quizás alguien pueda hacerse eco de ella y frenar esta locura.
“Y los niños luchaban en su vientre, y ella dijo: “Si es así, ¿por qué existo yo?” Ella fue a consultar a Adonai, y Adonai le respondió: “Dos naciones hay en tu vientre, dos pueblos separados saldrán de tu cuerpo; Un pueblo será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor”. Cuando le llegó el momento de dar a luz, había mellizos en su vientre. El primero salió rojo, como un manto peludo por todas partes; por eso lo llamaron Esav. Entonces salió su hermano, agarrado al calcañar de Esav; por eso lo llamaron Iaakov (NT: talón en hebreo: “akev”- misma raíz que el nombre “Iaakov”). Itzjak tenía sesenta años cuando nacieron.” Bereshit- Génesis 25:22-26
Rivka está embarazada. Algo no anda bien en su embarazo. Su vientre se mueve más que otros vientres. Y con la potencia ilimitada de una mujer embarazada, que llega a esta preñez después de mucho sufrimiento, le inquiere al mismo Dios qué es lo que está pasando y que si es así preferiría no existir. ¡Cuánta osadía, cuánta valentía en decir lo que no es políticamente correcto! Pero la respuesta de Dios lejos está de calmarla. No porque esos bebés no se muevan en su vientre, sino por el futuro que se avecina.
Son dos.
Que nacerán del mismo útero. ¡Los primeros mellizos del texto bíblico! ¡Qué oportunidad para la fraternidad! Sin embargo, nada de eso sucederá. Dos que pelearán por ser exclusivos. Diversidades que pretenderán ser hegemónicas y únicas. Dos que no sabrán ser más de uno, más que sí mismos. La familia que ya nace enfrentada. Las familias que de ellas vendrán, también repetirán ese enfrentamiento.
¡Tan difícil e inaceptable es ser “uno de dos”! ¿Qué mecanismos tenemos naturalizados para creer que ser alguien supone necesariamente que el otro “no sea”?
Vayamos a la exégesis.
Rashi (s. XI): “Y los niños luchaban” — Se debe admitir que este verso requiere una interpretación ya que no explica de qué se trataba esta lucha y afirma que ella exclamó: “Si es así, ¿por qué existo yo?” (Es decir, ella preguntó si este era el curso normal del parto, sintiendo que algo extraordinario estaba sucediendo). Nuestros Rabinos explican que la palabra “Y lucharon” (en hebreo “vaitrozetzu”) tiene el significado de correr (en hebreo “laruts”), moverse rápidamente…”
Rashi va a seguir explicando, en este forzamiento de presentar a uno de los hijos correcto y abnegado y al otro díscolo, que cuando la madre pasaba por una casa de estudios religiosos judíos, Yaakov quería salir corriendo para comenzar a estudiar y que cuando pasaba por un templo pagano, Esav hacía lo mismo. Una situación imaginaria imposible de adecuar a las costumbres de la época.
¿Qué se alimenta con este tipo de miradas binarias, casi forzadas en las que la identidad de uno se confirma en el desprestigio de la identidad del otro?
¿Qué definiciones de lo humano podremos sostener si la medida del conocimiento de uno tiene que ver con la medida de denigración del otro?
Ambos niños nacen. Y ya las miradas de sus padres definirán que no habrá espacio común. La madre ama más a Yaakov, el menor, el que pasa más tiempo con ella. Y en ese gran amor no puede, no sabe, no quiere alojar a ese otro hijo, quizás con el que menos se identifica, pero hijo al fin. Mientras que su esposo Itsjak, ama más al que representa la bravura y la fuerza, con quien se siente tranquilo el delegarle la misión de la manutención y el sostén. Y ese padre tampoco puede, sabe o quiere alojar en su amor un estilo de vida que quizás no era el esperado socialmente, como lo era su otro hijo asociado más al espacio de la casa que al terreno de los socialmente exitosos.
Desamores que generan desamor. Desamor que alimenta sospecha. Sospecha que deviene en maltrato. Maltrato que termina en odio.
Odio que creció y se hizo argucia, engaño, mentira, deshonra, bronca. Y desde allí parimos generaciones de extraños que miran con recelo cada movimiento del otro, de los otros, los que no son de nuestro entorno, nuestra clase, nuestros vínculos reconocidos.
Corremos, como los mellizos en el vientre, para ganar la carrera y llegar primeros y para ello los tomamos de los talones a los que vienen cerca para que caigan, se tropiecen y si es posible, desaparezcan.
Odio que fue horadando la conciencia humana y educando niños y niñas a diferenciarse de otros, a ubicar el peligro en los prejuzgados, aprendiendo el miedo y la desconfianza.
Odio que se hizo pueblo, que enarboló banderas enardecidas de ensañamiento y persecución.
Odio que se hizo armas, pero también sutiles palabras que dibujan discursos que separan a las sociedades en dos, uno que dice correr hacia el bien absoluto y otro que es marcado como la representación del mal absoluto.
Odio que ya no se aguanta más.
Porque nada bueno -y lo pueden atestiguar todas las páginas de la historia- se consigue eligiendo ser parte del mundo del odio.
El odio genera desesperanza, incredulidad y cansancio. Cansa tener la energía siempre oscura. El odio nos deja sin herramientas porque sólo derrumba y no propone. Sólo descalifica y no construye,
El odio se hereda, pasa por las venas de los que en las mesas familiares se despachan con epítetos y análisis que no dejan alternativa sobre tal o cual persona, grupo de personas, ideales, orientaciones, políticas, visiones religiosas, o lo que sea…
En un comentario a Mishpatim dice el Zóhar, “Nada se pierde en el mundo, ni siquiera el vapor que sale de nuestras bocas; como todo lo demás, tiene su lugar y su destino, y el Santo, bendito sea, lo hace cooperar con sus obras, nada cae en el vacío, ni siquiera las palabras y la voz del hombre, porque todas las cosas tienen su lugar y su destino.»
¿Será tiempo de cambiar ese mandato de odio que engañosamente nos dice que prevalece aquél que se impone con más violencia sobre los otros?
¿Será tiempo de una revolución de ternura, de aceptación y diálogo?
Los dejo con un excelso poema de la poeta polaca Wisława Szymborska, para quedarnos pensado hasta la semana que viene…
El odio
Miren qué buena condición sigue teniendo
qué bien se conserva
en nuestro siglo el odio.
Con qué ligereza vence los grandes obstáculos.
Qué fácil para él saltar, atrapar.
No es como otros sentimientos.
Es al mismo tiempo más viejo y más joven.
Él mismo crea las causas
que lo despiertan a la vida.
Si duerme, no es nunca un sueño eterno.
El insomnio no le quita la fuerza, se la da.
Con religión o sin ella,
lo importante es arrodillarse en la línea de salida.
Con patria o sin ella,
lo importante es arrancarse a correr.
Lo bueno y lo justo al principio.
Después ya agarra vuelo.
El odio. El odio.
Su rostro lo deforma un gesto
de éxtasis amoroso.
Ay, esos otros sentimientos,
debiluchos y torpes.
¿Desde cuándo la hermandad
puede contar con multitudes?
¿Alguna vez la compasión
llegó primero a la meta?
¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre?
Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo.
Talentoso, inteligente, muy trabajador.
¿Hace falta decir cuántas canciones ha compuesto?
¿Cuántas páginas de la historia ha numerado?
¿Cuántas alfombras de gente ha extendido,
en cuántas plazas, en cuántos estadios?
No nos engañemos,
sabe crear belleza:
espléndidos resplandores en la negrura de la noche.
Estupendas humaredas en el amanecer rosado.
Difícil negarle patetismo a las ruinas
y cierto humor vulgar
a las columnas vigorosamente erectas entre ellas.
Es un maestro del contraste
entre el estruendo y el silencio,
entre la sangre roja y la blancura de la nieve.
Y ante todo, jamás le aburre
el motivo del torturador impecable
y su víctima deshonrada.
En todo momento, listo para nuevas tareas.
Si tiene que esperar, espera.
Dicen que es ciego. ¿Ciego?
Tiene el ojo certero del francotirador
Y solamente él mira hacia el futuro
con confianza.
POR LA LIBERACIÓN DE LOS REHENES SECUESTRADOS EN GAZA
POR EL DERECHO A LA PAZ
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen