PARASHAT LEJ LEJÁ: No nos quedemos quietos

Lej Lejá, Vete de esa tierra que no te aloja.

Vete- escucho la voz de Dios en los oídos de Abraham.

Vete de esa civilización que idolatra sus propias creaciones. Y en su nombre profana la verdadera imagen de la divinidad.

Cuenta el midrash que el rey de aquel entonces en la tierra de Ur Casdim, el rey Nimrod, pretendía que Abraham abandone esas ideas de un Dios poderoso, invisible que lo animaba a construir su camino. -Yo adoro al fuego, le dijo Nimrod, y te arrojaré al fuego. Y mandó a construir una hoguera en un lugar público para demostrarles a todos lo que se hace con un traidor. Una multitud se congregó alrededor del fuego. Abraham fue arrojado al fuego.

La leyenda le da un final feliz, Dios lo protege y se salva de la muerte.

Y Abraham sale al camino. Entre las llamas, sale al camino, hacia la tierra que tiene que fundar con sus pasos.

Lej lejá.

Vete a la buena tierra, esa que te deja ser, creer, criar, crecer.

La tierra fértil para sembrar promesas.

Y allí fue Abraham, con todos los que, como él, elegían valientemente cambiar el destino o, mejor dicho, construirlo.

Somos hijos de ese caminante.

Y desde entonces aparecen otras voces que nos gritan:

Lej leja…. Váyanse.

Lo gritaron los Asirios cuando nos echaron al camino del primer exilio.

Lej Lejá…. Vuelvan a la tierra, expresó el rey de Babilonia Ciro. Y tienen permiso para reconstruir su Templo. Y allí, como Abraham, volvimos a tomar nuestros petates y retornamos.

Y volvió el terror.

Lej Lejá… tronaban las voces de los romanos, entre las llamas de la Jerusalem aniquilada y los gritos de la población diezmada. Váyanse. Para no volver.

Y salieron al camino, nuevamente, sin la tierra de la promesa bajo sus pies, pero sin embargo con la tierra de la promesa en sus memorias y en sus corazones.

Crearon academias de estudio. Celebraron la patria en el texto. Honraron a sus maestros educando alumnos, formando familias que siguieron el mandato de caminar hasta encontrar una tierra que los dejara celebrar la patria del texto, honrar a sus maestros, educando alumnos y formando familias, a veces a la vista, a veces en secreto.

Y el Lej Lejá, tan lejos del susurro que escuchó Abraham de ese Dios que lo protegía de la barbarie de Ur Casdim se transformó en una orden que laceró la tranquilidad y la paz de nuestro pueblo.

O se convierten al cristianismo, decían los oficiales de la Santa Inquisición en España, o se van, ¡se van! Porque no hay lugar para Uds. acá.

Y así salimos otra vez al camino. Desmoralizados por tener que seguir caminando el mundo hasta que alguien nos reciba.

Y caminamos desde Portugal y España hasta Ámsterdam.

Y algunos conseguimos llegar a Alemania y a Italia.

Y otros a Yemen, a Siria…

El mundo se llenó de caminantes que no sabían por qué no se cumplía la promesa.

Lej Lejá- de la bendición de Abraham a la maldición de la expulsión y de la permanente búsqueda de un lugar.

Y cuando los kosakos invadieron Kishinev en Besarabia, en el 1900, saquearon e incendiaron nuestras casas, mataban a mansalva… salimos de allí como pudimos, en este eterno Lej Lejá, a encontrar una tierra, otra tierra para encontrar la promesa.

Y llegamos en barco al nuevo continente, que quizás no nos conocía tanto, no nos odiaba tanto…

Mientras tanto, un grupo de nosotros, hijos de Abraham, tozudos y empeñados con cumplir el mandato de nuestro patriarca no renunciamos a ese Lej Lejá a la tierra que Dios nos dio… la tierra de Israel. Y paso a paso, poco a poco, nos acercamos a habitarla, a educar a nuestros hijos, a construir jardines, a secar pantanos.

Los jalutzim, aquellos primeros pioneros son los hijos tercos de Abraham que no renunciaron a la caminata para llegar definitivamente a una tierra en la que no hay nada que explicar. Es de donde nos echaron. Y volvemos a construirla en paz.

Mientras tanto el mundo cada vez más cínico y más peligroso alojó el genocidio más grande de la historia de la humanidad. Y como Abraham con el rey Nimrod, fuimos tirados a la hoguera. El problema es que para ese entonces parece que Dios ya no intervenía en la historia, o, que quizás, lo que nos contaron fue sólo una leyenda.

Con los harapos que conseguimos retener, con el dolor en los ojos, en los huesos, en las entrañas, lej lejá, nos pusimos de pie y con las rodillas que nos temblaban muchos llegamos a esa tierra, a la que llegó Abraham. Algunos por elección. Y otros, digamos la verdad, porque nadie nos quería. No conmovían los brazos tatuados ni las miradas perdidas, ni el llanto retenido.

Fue el silencio de un consorcio de naciones que no hizo nada el que decidió que los judíos tuviéramos el estado de Israel, recuperemos esa tierra de promesa en la que ningún asirio, babilonio, egipcio, inquisidor, zar o rey de turno nos echaría. Llegamos.

Y allí comenzó a cumplirse con creces ese Lej Lejá, ese llamado a caminar hacia la tierra de miles y miles de judíos que por fin hacían realidad el designio que Dios puso sobre nuestro patriarca Abraham. Otros Lej Lejá también pudieron cumplirse, como rescatar a los judíos de Yemen, a los de Etiopía, a los de Rusia… a caminar y llegar a una tierra que no te echa.

Y Dios le dijo a Abraham, “venibreju beja kol mishpejot haadamá”, “y serán bendecidas en ti todas las familias de la tierra”.

La tierra del Lej Lejá es bendita si es de bendición para todos sus descendientes.

Y la bendición es bienestar, es tranquilidad para pasear a tus hijos por la calle, es la posibilidad de darles educación, salud, divertimento, identidad, orgullo y libertad.

La tierra del Lej Lejá fue pensada para todos los descendientes de Abraham.

Y hoy, algunos que se creen sus verdaderos mensajeros quieren volver a borrarnos del mapa. Con violencia, con terror, con fuego que consume toda dignidad humana.

Hoy las caminatas deberán ser para unir a todos los que quieren volver a sembrar la tierra arrasada con semillas de entendimiento, de conversación, de derechos y de tranquilidad.

Seguiremos caminando todo lo que sea necesario para alcanzarlo.

Hoy, nuestros hermanos y hermanas en Israel no pueden caminar libremente. El cielo está lleno de fuegos que los amenazan. Y la guerra lejos está de cualquier promesa divina- aunque algunos entiendan exactamente lo contrario.

Nosotros elegiremos siempre seguir siendo los hijos de Abraham que caminan escuchando la voz de Dios que nos dice que la tierra es bendita cuando uno se transforma en bendición para los demás.

Estamos finalizando la tercera semana de la masacre del 7 de octubre. No ha pasado el peligro. Nos sentimos con Abraham en la hoguera del duelo, la desesperación por la vuelta de los rehenes, la lucha de nuestros soldados, la guerra mediática, el antisemitismo por todas partes… sin embargo, SIN EMBARGO, no dejaremos de salir al camino en búsqueda de esa promesa; la del derecho de todos a vivir en paz, en su fe, con sus convicciones.

Lej Lejá… salgamos al camino. No nos quedemos quietos.

Shabat lashalom/ Un Shabat para la paz

Rabina Silvina Chemen