וַיְחִי יַעֲקֹב בְּאֶרֶץ מִצְרַיִם, שְׁבַע עֶשְׂרֵה שָׁנָה
Y vivió Iaakov en la tierra de Mitsraim 17 años. (Bereshit 47:28)
Terminamos el libro de Bereshit, como muchos mensajes y más aún, muchas preguntas, que nos quedan pendientes año a año cuando terminamos el libro fundante de nuestra cosmovisión, como humanidad en general y como pueblo judío en particular.
Una parashá que termina con el derrotero de los ancestros fundadores, las historias personalísimas de personajes que fueron desmalezando el terreno para construir en nosotros una memoria inicial, que dé cuenta de dónde venimos.
Cerramos el libro de Bereshit con la muerte de Iaakov, en Egipto. Y digo cerramos porque esta parashá es “cerrada”, en hebreo “stumá”. Si la miráramos en el rollo de la Torá nos daríamos cuenta que la primera palabra de esta parashá “Vaiejí – Y vivió”, está “pegada” al último versículo de la parashá anterior. Sin un espacio, un renglón, sin ningún guiño que indique que acá empieza un nuevo tema.
Primer gran aprendizaje de este final: no hay nuevos temas que vengan de ningún lado… todo fluye desde un lugar, hacia otro lugar. “Vaiejí”, “Y vivió”, habla de un modo de mirar la vida, en un círculo de continuidades y por tanto de responsabilidades por lo que nos antecede y lo que vendrá. Sin punto y aparte, sino punto seguido, casi imperceptible a la hora de tener que poner una línea divisoria.
Iaakov vivió 17 años. Nuestros sabios se preguntan acerca del verbo vivir y le preguntan al texto por qué no dice que residió en Egipto 17 años o que se asentó en Egipto durante ese tiempo. Y recordemos que cuando hablamos de Mitsraim, como se dice Egipto en hebreo, no estamos aludiendo sólo a una geografía. Estamos hablando de un concepto mucho más profundo y simbólico: Mitsraim, la tierra de los “metsarím” de las estrecheces es la mención simbólica del exilio. Y nuevamente podemos comprender al exilio como un dato espacial o espiritual. Es verdad que con la llegada de Iaakov y el resto de sus hijos a Egipto y su residencia allí en las mejores tierras de la región, con todas las comodidades y privilegios, comenzó formalmente un exilio que duraría todo el tiempo que la comodidad y luego la esclavitud los retuvieron allí. Pero también hablamos de los exilios a las tierras que nos angostan la mirada, la emoción, la esperanza. Exiliarse es muchas veces habitar terrenos que nos esclavizan creyendo que no podremos salir de ellos; es habitar el desamor, la mentira, la resignación, la humillación, el pesimismo. Todo eso es Mitsraim, los confinamientos a los que muchas veces nosotros mismos nos sometemos, para vivir en la amargura, echándoles la culpa a otros.
“Vaiejí”, “Y vivió”…
A diferencia de asentarse o residir en Mitsraim, que hubiera sido un modo de echar raíces en la tierra de la imposibilidad, Iaakov, dice el texto, “vivió”, podríamos decir, pasó sus días, existió, duró en ese período… y ¿en qué me baso para decir esto? En que antes de morir le pide a su hijo. Le dijo: “Si me aprecias, pon por favor tu mano debajo de mi muslo y me harás una promesa: ‘no me entierres en Egipto.” (Bereshit 47:29)
No es mi proyecto instalarme en la tierra de las angosturas, no es mi proyecto resignarme al desierto. No es mi proyecto contentarme con la lejanía de las tierras que me dan identidad y completud.
Y todo esto me lleva a una reflexión, de esas que parecen ser grandes conclusiones, justo en este momento del año gregoriano en el que todo parece concluir, junto con el libro de Bereshit.
No evitaremos los Mitsraim en nuestras vidas. Pretender no pasar por ellos sería impertinente. Siempre aparecen momentos de “descenso”, como lo hizo el patriarca Iaakov cuando el Torá dice que “descendió a Egipto”, no sólo por una ubicación al sur de la tierra de Israel, sino por un descenso en sus ideales, en sus metas.
Todos descendemos a tierras que nos angostan la posibilidad de ser quienes somos, de vivir como quisiéramos, de desplegarnos tal como consideramos que nos lo merecemos. El problema del exilio no es sólo el impacto del descenso, sino la resignación y la falta de lucha para salir de él.
Podemos vivir en Mitsraim, como le pasó al patriarca Iaakov. Pero claramente él nos enseña a no dejar de proponernos, aunque sea al final del camino, volver a nuestra tierra de promesa, a ese lugar que sentimos como patria, como casa, como el espacio en donde todo lo que oprime se descomprime para permitirnos ser.
Este final nos enseña a no resignarnos al final y a seguir buscando caminos para volver de nuestros exilios de infelicidad. El antónimo de exilio, al menos en esta parashá parecería ser esperanza, ideales, sueños por los cuales vale la pena luchar. Salir del exilio es elegir residir allí donde podremos desplegarnos, aunque en apariencia perdamos la comodidad sólo material y finalmente ficticia que resultó ser Egipto para el pueblo judío.
Les deseo un feliz final de esta lectura que hicimos de Bereshit durante este año. Nos vemos en el libro de Shmot, aquél que va a hablarnos ya no de la tierra en la que nos asentaremos, sino en los nombres que hablarán de nuestra historia.
¡Shabat Shalom!
Rabina Silvina Chemem.