PARASHAT TAZRIA: Entre la pureza y el peligro (término tomado prestado a Mary Douglas)

Estamos en un momento del libro de Vaikrá en el que se nos acortan las posibilidades de interpretar y enriquecer el texto con comentarios, de los clásicos y los modernos. Porque tanto en esta parashá, como la siguiente, nos dedicaremos a leer acerca de datos concretos de pureza e impureza física. Una especie de taxonomía de enfermedades que caracterizan el estado de “impuro”.

En nuestra parashá específicamente se aborda el estado de impureza de una parturienta y su consecuente proceso de purificación, luego la descripción de la enfermedad llamada tzaraat -una especie de psoriasis- que afecta también a la vestimenta y las casas de los individuos y por último las impurezas causadas por emisiones seminales y fluidos corporales en general.

Nada más alejado para nosotros, de acuerdo con la definición que a priori portamos de pureza, que todos estos temas. Nada menos conmovedor que este listado de afecciones que no parecieran tener una entidad suficiente como para ser nombradas en este texto sagrado. Y por otro lado una pregunta silenciosa: ¿Es necesario que se ocupen de eso?

La tradición rabínica ya encontraba dificultades para abordar esta temática desde su literalidad y desarrolló una interpretación de la tzaraat a partir de decir que esta enfermedad es producto de lashón hará- de la maledicencia, el chismorreo, la palabra que hiere.

Lo cierto es que el texto bíblico no menciona esta posible interpretación.

Volvamos al corazón del libro de Vaikrá, porque todo su desarrollo tiene un solo objetivo: distinguir lo puro de lo impuro.

Puro e impuro son categorías que han mutado de su significado original. Por múltiples motivos –y a mi gusto nada ingenuos- se ligó a la pureza con lo inmaculado, lo perfecto y a la impureza con lo pecaminoso, lo sucio y deleznable, por tanto, castigable. Y todos sabemos que los significados de los términos no son arbitrarios y que cuando uno nombra o califica crea realidades, paradigmas que sostienen cierta postura ideológica, política, religiosa, etc.

Por eso, esta parashá nos incomoda. Porque al pensar en una mujer que acaba de parir no podemos concebirla en la misma lista que el que está enfermo de psoriasis (¿y qué culpa tiene aquél que contrae una enfermedad?), ni con una mujer que menstrua o su cuerpo despide fluidos, al igual que los del varón. ¿Cómo se vinculan estos temas, además de la incomodidad que nos provocan?

Rav Aarón Soloveitchik (1917-2001) nos trae una perspectiva más que interesante al respecto. Él decía que el verdadero sentido de tumá podría deducirse del versículo en Salmos que dice:

 יִרְאַת יְהוָה, טְהוֹרָה–עוֹמֶדֶת לָעַד

 “El temor del Señor es puro, dura para siempre.”  Tehilim- Salmos 19:10

¿Cómo define el salmista la pureza del temor a Dios? A partir de su perpetuidad. Es puro, porque dura para siempre, porque no se altera, porque no se degrada, porque tiene entidad, más allá de las circunstancias.

Por tanto, su antónimo, impureza, tumá, representaría la finitud, lo que no se sostiene con el tiempo, lo inmediato que de estar de moda pasa a ser decadente, lo que vende su esencia por el mandato de la época sin importarle quién cae en el camino.

De allí se comprende por qué un cuerpo muerto impurifica. Porque representa aquello que no perdura, que se desintegra y se descompone.

Por eso el metzorá- el afectado de tzaraat es considerado impuro, porque parte de su cuerpo quedó sin vida, esa piel afectada cae, no continúa.

De allí también que el baal keri (aquél que ha tenido una emisión seminal) y la nidá (la mujer menstruante) pertenecen a la lista de impuros, ya que ambos representan de algún modo, la pérdida de una vida potencial, lo que se desprende no tiene continuidad.

Todas estas manifestaciones físicas tienen su correlato en la dimensión emocional, todas apelan a dejarnos una enseñanza que acreciente nuestra capacidad espiritual y nos haga sensibles a las dimensiones que perduran, más que a las actitudes “degradables”, carentes de continuidad.

Ahora se entiende quizás un poco más el ritual de purificación en una mikve, una inmersión en aguas vivientes, para recuperar la pulsión de vida y la frescura de la existencia.

Mary Douglas, (sXX) una antropóloga británica especializada en el análisis del simbolismo y los textos bíblicos; especialmente sobre Vaikrá tiene un libro que se llama “Pureza y Peligro”. Y me tomo de este par de palabras: pureza y peligro, para pensar el mensaje de esta parashá.

Los estadios de impureza son los que nos ponen en peligro, los que amenazan nuestra integridad o los que corroen nuestra conciencia individual o social. Nos impurifica o nos pone en peligro la soberbia, la indiferencia, el odio al enemigo de turno, la lucha por la visibilidad y el abandono de lo aparentemente invisible. Nos pone en peligro perder de vista las prioridades y jugárnosla por aquello que no perdura, aunque parezca más brillante. Nos impurifican las decisiones que terminan haciéndonos desaparecer y obligándonos a disfrazarnos de lo que no somos para pertenecer vaya a saber a qué tribu. Nos pone en peligro no elegir caminos abiertos, procesos justos y modos de vivir éticos.

Cuando la Torá habla de pureza no se ciñe a un ritual de puras formas, sino a la elección consciente de caminos que no nos lleven al peligro del abismo de nosotros mismos o de nuestras sociedades.

Hoy la humanidad necesita replantearse las categorías sobre las que está construyendo este momento de la historia.

En aquel tiempo, las abluciones rituales en aguas vivientes nos permitían deshacernos de todo lo que nos contaminaba. Hoy las aguas vivientes tienen que ver con el diálogo, la equidad, el amor, el cuidado, la justicia y el derecho de cada uno de vivir en paz.

En aquel tiempo quien estuvo impurificado, una vez sanado volvía al campamento.

¿Acaso nosotros tendremos a dónde volver?

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen