PARASHAT PINJÁS: Imperceptible santidad

En Sifra (un libro de Midrash Halajá sobre el libro de Vaikrá), comentando la Parashá Kedoshim, los sabios discuten acerca de cuál es el principio fundamental de la Torá. Rabí Akiva dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Vaikra 19:18) – es un principio fundamental de la Torá.

Ben Azzai dice: “Éste es el libro de las generaciones de la humanidad en el día en que Dios creó al hombre, a imagen de Dios lo creó”, (Bereshit 5: 1) es un principio aún mayor.

Pero el Maharal (s.XVI), sugiere un tercer versículo como la regla más importante de la Torá. “Y esto es lo que ofrecerás en el altar: dos ovejas de un año, dos al día, Tamid » (ofrenda diaria, para siempre). (Shemot 29:38)

Hay dos lugares en la Torá en el que se habla de esta ofrenda, el korbán Tamid:

La primera aparece en Parashat Tetzavé, y se reitera luego en nuestra parashá, Pinjás

Y les dirás: Esta es la ofrenda encendida que ofreceréis a Adonai: dos corderos sin tacha de un año, cada día, será la ofrenda continua (tamid). Un cordero ofrecerás por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la caída de la tarde; y la décima parte de un efá de flor de harina, amasada con un cuarto de un hin de aceite de olivas machacadas, en ofrenda. Es ofrenda continua, que fue ordenado en el monte Sinaí para olor grato, ofrenda encendida a Adonai.” (Bemidbar 28: 3-6).

Korbán Tamid; una ofrenda que se hacía diariamente por la mañana y por la tarde, más allá de las particularidades del calendario y de las ofrendas privadas por circunstancias personales, el “tamid” era un compromiso cotidiano de santificar la vida siempre, de hacerle lugar, cada día, al vínculo con lo divino.

Si volvemos al midrash de Sifra se entendería que los versículos que eligieron Rabí Akiva y Ben Azai tienen que ver con una postura de responsabilidad social, diríamos en nuestro propio lenguaje hoy. Debemos amar al prójimo como a nosotros mismos y a su vez, sentirnos parte de esta humanidad creada toda, sin distinción, a imagen de Dios.

En ambos se sostendría el propósito último de toda la legalidad de la Torá y de nuestra tradición. Llegar a la virtud de reconocer a nuestros prójimos, acercarnos a ellos, ver en su ser una porción de lo divino, respetarlos, incluirlos y hasta amarlos. Aunque en este mundo enmarañado y confrontado esto parece una frase utópica e imposible, quisiera decirles que hacia allá vamos si es que los que estamos leyendo semana a semana el comentario de la Torá, nos proponemos hacer de nuestras lecturas un compromiso con la vida.

 

Sin embargo hoy nos toca ocuparnos del versículo elegido por el Maharal que es el más difícil de explicar como máxima que engloba el propósito de nuestra Torá.

¿Qué tiene de particular una ofrenda rutinaria, cotidiana, repetitiva que no convocaba a ningún tipo de excepción o espectacularidad? Y si vamos más allá podríamos preguntar ¿qué caso tuvo el Maharal para elegir un versículo que sin el Beit Hamikdash no podría ser cumplido?

El rabino Aharón Lichtenstein (s. XX) trae una explicación que me hizo elegir este versículo para comentarlo en esta oportunidad:

“… no es el Tabernáculo lo que nos permite llevar el sacrificio de Tamid; más bien, es el Tamid el que nos permite construir un Tabernáculo «.

No es la mera existencia del lugar físico, llamado Mishkán- Tabernáculo el que permitía que esta ofrenda pudiera ser llevada a cabo, sino que gracias a que ella existía, se pudo construir el Santuario.

Y esto me lleva a pensarnos como personas, familias y sociedad.

¿Qué es lo que nos permite construir nuestras moradas, nuestros espacios sagrados?

¿Dónde invertimos para hacer de nuestras construcciones lugares trascendentes?

¿Dónde ponemos el esfuerzo?

¿Qué lugar sagrado le damos a las rutinas, a lo que tantas veces damos por sentado como la posibilidad de levantarnos todos los días, de saludarnos con los que queremos, de escuchar a los que tenemos al lado, de aconsejar al que está perdido?

¿Cuánto nos ha quitado este tiempo en el que siempre tenemos que mostrarnos exitosos, novedosos, poderosos, creativos, actualizados, la belleza y el desafío de detenernos a mirar las ofrendas continuas de nuestros espacios?

¿Cuándo dejamos de creer que lo pequeño de todos los días tenía el valor más supremo?

Estamos en el triste mes de Tamuz. La semana pasada, el día 17 de este mes, comenzó el período de Bein Hametzarin- el lapso de tiempo más triste del calendario. Evocaremos la tragedia de una casa destruida, pero no solo. Veamos lo que dice el Talmud en Masejet Taanit 4:6:

Cinco desgracias ocurrieron a nuestros antepasados ​​el diecisiete de Tamuz…: El diecisiete de Tamuz, (Moshé) rompió las tablas; la ofrenda diaria (korbán Tamid) fue anulada; se rompieron las murallas de la ciudad de Ierushalaim; (el general romano) Apostemos quemó públicamente un rollo de la Torá; y Menashé puso un ídolo en el santuario…”

 

Siempre recordamos que el 17 de Tamuz, las murallas de Ierushalaim fueron quebrantadas, dándole paso a la tragedia mayor del Jurbán Habait –  la destrucción del Templo, el 9 de Av.

Sin embargo no quedó en nuestra memoria que parte del proyecto de la destrucción de nuestro espacio más sagrado, el corazón de nuestra espiritualidad y el sentido, tuvo como antecedente la anulación del Korbán Tamid – el compromiso diario de hacerle lugar a lo sagrado todos los días, sin luces de neón, ni grandes eventos-.

Y cuando tus días dejan de parecerte interesantes porque nada rimbombante te está pasando, se empieza a destruir la santidad de tus espacios… no hace falta que venga nadie de afuera.

“… no es el Tabernáculo lo que nos permite llevar el sacrificio de Tamid; más bien, es el Tamid el que nos permite construir un Tabernáculo «, decía el rabino Litchenstein.

Podríamos parafrasearlo y decir:

“…. no es tu casa la que te obliga a sostenerla todos los días con afecto y compromiso cotidiano, más bien es tu afecto y tu compromiso cotidiano el que te permite construir tu casa.”

Entonces podríamos pensar que el Maharal no estaba tan desvinculado de los sabios del Talmud al elegir este versículo como el más importante de toda la Torá. Porque es el amor al prójimo, es la conciencia de que cada uno de los que te rodea fue creado como parte de una humanidad única, la que te desafía a darle a tus vínculos y tareas cotidianas la dimensión de ofrenda sagrada.

La pandemia, que nos obligó a estar adentro, a vernos sólo con los que teníamos cerca, nos hizo volver a pensar en el valor de la tarea de todos los días. Nos hizo descubrir cuántas veces salíamos a un exterior excitante para desentendernos del sostenimiento constante de nuestros santuarios. Nos hizo ver cuánto había por disfrutar dentro, cuando tantas veces lo buscábamos por fuera…

La anulación del Korban Tamid fue una de las tragedias que acaecieron en Tamuz.

No hace falta volver a los sacrificios para recuperar su valor.

Hace falta volver a emocionarse con las oportunidades pequeñas de la vida de todos los días y hacer de cada una, un ladrillo que aporte a la construcción de nuestros santuarios.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen