“Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos” … (Devarím- Deuteronomio 21:10).
Así comienza la parashá. Una parashá que no quiero que comience así nunca más. Guerra, enemigos, odio, enfrentamiento; una espiral del que no se sale. Salir a la guerra implica salir de dónde voy para buscar la destrucción del otro, moverse hacia el otro. Salir a la guerra nos convierte en buscadores de víctimas, futuros cuerpos muertos que pasarán en un futuro a ser parte de lista que se leerá en alguna ceremonia de recordación, o en la lápida del que consiga ser enterrado. Salir a la guerra es garantizar que muchas familias quedarán sin hijos, muchas esposos sin parejas, muchos hijos sin sus padres… Salir a la guerra es dejar tu casa, tu trabajo, tus estudios al campo polvoriento de la diplomacia fracasada, de la política desalmada, del poder que en su deshumanización arriesga la vida de otros para entronizarse en la caldera de la superioridad.
No quiero leer más qué se debe hacer cuando se salga a la guerra. Quisiera leer que me digan qué otras soluciones hay que nos permitan no vivir más la guerra. Una guerra que nos ahoga el alma, nos estruja el futuro y nos debilita la esperanza.
Éste no es un texto para discutir de política. Es un grito de dolor. Es la imposibilidad de tramitar con la conciencia las visiones de ese túnel en el que quedaron ateridos de muerte quienes esperaban la libertad en las condiciones más atroces… Son los ojos sin brillo, las pieles resecadas, la voz quebrada de todas las víctimas, de sus familias, de los que sobreviven y bajan la mirada frente a los que perdieron a alguien, que es, en definitiva, perder todo.
Esta parashá viene acompañada de una haftará, una de las siete lecturas proféticas de consuelo, del profeta Ishaiahu (Isaías) en el capítulo 54, que comienza diciendo:
“רני עקרה…”
Roni Akarah. “Canta, estéril…”
Así comienza este himno de consuelo, sobre la ciudad de Jerusalem, después de haber sido arrasada y sus habitantes asesinados o exiliados a Babilonia.
Ishaiyáhu describe las consecuencias del horror del exilio con una de las metáforas más populares y dolorosas de la literatura bíblica: la esterilidad.
Pensaba, quizás, si no es una imagen de lo que queda después de que “se sale a la guerra”. La esterilidad, una imagen de dolor, el dolor de querer y no poder. Una imagen contradictoria con la promesa de descendencia que tanto repite Torá- vamos a ser numerosos como la arena del mar o las estrellas del cielo, pero en lugar de ello nos matamos y quedamos yermos.
Pero acá el profeta nos dice que se alegre quien está sufriendo esta esterilidad. “Roni akará -Que cante la ciudad estéril porque los hijos, hoy desterrados volverán y serán numerosos.”
Los hijos, hoy desplazados, volverán a sus hogares. Los hijos, hoy en el frente, presenciando los horrores más inenarrables, recuperarán sus vidas y la serenidad en sus memorias. Los hijos, volverán a las escuelas sin miedo. Los hijos, abrazarán a sus padres, a sus nuevos hijos, a sus amores…
Que la estéril cante, no es himno de negación del dolor y la desesperación. Es una puerta para leer la realidad con ojos de posibilidad. Y el profeta nos guía en esta circunstancia.
Unos versículos más adelante dice estas palabras:
הַרְחִיבִי מְקֹום אָהֳלֵךְ וִירִיעֹות מִשְׁכְּנֹותַיִךְ יַטּוּ
אַל־תַּחְשֹׂכִי הַאֲרִיכִי מֵיתָרַיִךְ וִיתֵדֹתַיִךְ חַזֵּקִי.
“Ensancha el lugar de tu tienda, extiende las cortinas de tus moradas, no escatimes; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas”. (54:2)
Ishayáhu aquí está preparando a Jerusalem para el futuro regreso de sus hijos del exilio, y quizás el final de la guerra a la que se sale hace ya once meses descarnadamente, debería tener una opción de una tienda ensanchada, un espacio reforzado para alojar a quienes más que salir a la lucha, quieren encontrar un espacio seguro para encontrarse. Volver desde la esterilidad a un pensamiento ensanchado que permita un atisbo de salida a lo inhóspita que se volvió la realidad de la región.
Hoy tuve el privilegio de volver a escuchar el testimonio de vida de un maestro de la compasión y la misericordia como lo es el rabino Abraham Soetendorp, en la residencia del embajador argentino en La Haya. Una persona que se salvó de ser o robado o asesinado por las SS a los 3 meses de vida porque -según le contó su padre- al soldado que se acercó a la cuna se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo ni detener a su familia ni hacerle daño a ese niño. Luego fue entregado, dentro de una valija con agujeros, a alguien de la resistencia que llegó a una pareja que decidió arriesgar su vida al recibir a ese pequeño, a costa de ser descubiertos y deportados por los nazis. Esta pareja ya estaba escondiendo a una niña de 11 años y entendieron que era mucha responsabilidad proteger a los dos, por lo que pidieron que se lleven a la niña a otra casa.
“Gracias al lugar que me dio esa chica- nos decía Abraham hoy- yo estoy acá”.
Abraham hace algunos años ofició como rabino en el funeral de aquella chica por la que él pudo ser alojado en esa familia.
“Ensancha las paredes de la tienda”- aún en los peores contextos hay posibilidad de hacer espacio para que la muerte no sea el único destino.
Roni akará – entonces aquella humanidad esterilizada por el odio y la sinrazón recuperará algún motivo para volver a cantar.
Quisiera hoy quedarme con esta esperanza. Volveremos a cantar. En medio de las irrecuperables desolaciones; volveremos a cantar. Con la voz quebrada por el polvo de la historia que nos dejó roncos; volveremos a cantar. Con los ojos rojos de cenizas; volveremos a cantar.
Necesito creer que esto sucederá. Necesitamos creer que más que “Ki tetzé”-cuando salgas- a la guerra , podamos leer: “Ki tajzor”-cuando vuelvas- y esto se termine de una vez por todas.
Rabina Silvina Chemen