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וְהָיָה֙ כִּֽי־תָב֣וֹא אֶל־הָאָ֔רֶץ
“Vehaya ki tavó el haaretz… Y será que cuando llegues a la tierra…”
En el relato histórico la Torá nos habla de qué haremos cuando lleguemos a la tierra después de 40 años de interminable caminata.
Y, cuando nazcan los primero frutos, allí deberemos acercarnos al kohén con una canasta en nuestras manos, llevando la ofrenda de lo que la tierra nos dio. Así está escrito en la Torá:
“Y el sacerdote tomará la canasta de tu mano, y la pondrá delante del altar de Adonai tu Dios. Entonces hablarás y dirás delante de Adonai tu Dios: Un arameo errante fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa; y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. Y clamamos a Adonai el Dios de nuestros padres; y Adonai oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión; y Adonai nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con señales y con milagros; y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel. Y ahora, he aquí he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, Adonai. Y lo dejarás delante de Adonai tu Dios, y adorarás delante de Adonai tu Dios.» Devarím – Deuteronomio 26:4-10
Es un texto particular. No es una plegaria, no supone un pedido particular, no reclama por ninguna bendición. Es el modo de relatar la propia historia.
Una historia que simplemente dice:
De dónde vengo.
Por qué desafíos he pasado.
Y es por todo esto que hoy estoy aquí y por tanto ofrezco estos primeros frutos de mi cosecha.
Y quizás eso es lo que nos define como pueblo. Somos contadores de historias. Es la historia de nuestro pueblo y a la vez es la historia de cada uno, es anterior a nosotros, pero la contamos en primera persona.
Y creo que cada uno de nosotros tiene una historia que contar; la historia de por qué estamos aquí.
Estamos tan cerca de los Yamím Noraím, de una experiencia profunda, íntima y colectiva a la vez: vamos a venir con nuestra historia, a presentarla delante del Juez Supremo, pero lo que es más complejo aún, delante de nosotros mismos.
Recitar la historia de nuestra vida es poner en valor el prestarnos atención. La peor de las transgresiones quizás no sean nuestros desvíos o equivocaciones, sino el haber perdido contacto con el relato de nuestra vida.
Pero permítanme decir que este análisis tiene su contracara. Su lado oscuro. Su sombra.
Cada uno tiene su historia. Y eso nos hace bien.
A veces de tanto repetir esa historia nos hacemos sordos a las historias de los demás.
Y en ese solo relato, nos vamos empobreciendo, de encontrar nuevas versiones de nosotros mismos y de estar dispuestos a escuchar la historia del otro, des-prejuiciadamente.
Tenemos una sola historia de nuestros familiares, de ciertos grupos sociales que los medios de comunicación descalifican, de una identidad de género en particular, de otra religiosidad, de otra clase social.
Muchos somos adjudicadores de una sola historia, jugamos a que los conocemos, que sabemos todo, una sola historia, que muchas veces ni siquiera es real, pero que en el mejor de los casos nos deja tranquilos, creyendo que sabemos del otro, y armando nuestro propio juicio, sin siquiera tener al involucrado presente.
Estos Yamim Noraim serán únicos y particulares. No sólo porque tendremos que relatarnos nuestra historia y revisar cada uno de sus capítulos, sino que nuestro espíritu como pueblo también busca teshuvá, que en este caso es una respuesta, que nos permita acomodar las almas rotas de todos nosotros.
Entonces volvamos al comienzo de nuestra parashá: Vehaya ki tavó el haaretz, Y será que cuando vuelvas a la tierra, una frase que viene inmediatamente de la parashá anterior: Ki tetsé lamiljamá, Cuando salgas a la guerra.
Todos esperamos que después de salir a esa guerra infame en la que están metidos nuestros hermanos en Israel, podremos volver a la tierra: Vehaya ki tavó.
Podremos volver a la tierra para reencontrarnos con los frutos de la buena cosecha, esa que se consigue cuando el suelo no está minado y el cielo no está cubierto de amenaza. Y entonces podremos contar nuestra historia.
Y acá vuelvo al riesgo de tener una sola historia para narrar, esa que cuenta solo el dolor ensangrentado por la vileza humana, el conflicto sin salida, el odio creciente y demoledor, la desesperanza y la venganza.
La Torá pide que registremos: de dónde venimos, qué calamidades hemos sufrido, y cómo llegamos hoy con el nuevo fruto.
Venimos de un sueño de 2000 años hecho realidad, volver a la tierra de nuestros ancestros. Venimos de habernos levantado como pueblo después de Egipto, los exilios y la Shoá, creando comunidades en todo el mundo. Hemos pasado infinidad de oprobios, persecuciones, supresión de derechos, ataques físicos y mediáticos. Y hoy estamos esperando con desesperación volver a tener una tierra que se deje sembrar con semillas de paz.
¿Qué historia les contarán a mis nietos acerca del 7 de octubre? No quisiera que fuera una sola. Quisiera recopilar esas otras historias que nos permiten aferrarnos a la vida más allá de tanto dolor.
Y hoy voy a compartirles una de ellas. Una de las tantas historias que serán parte de la memoria. Quiero contarles qué sucedió en la vida de Alón Mesika.
Alón Mesika es un joyero que trabaja desde hace 30 años engarzando diamantes en Ramát Gan.
Su hijo Adir fue asesinado en el festival de música Nova el 7 de octubre. Adir tenía 23 años cuando fue asesinado, mientras rescataban a otras personas de la masacre, salvando en total a unas siete personas.
Después de la Shivá y el primer mes de duelo, decidió volver a trabajar y tuvo la necesidad de honrar la memoria de Adir, donando un anillo de compromiso a un soldado de las FDI.
Entonces Alón publicó en Facebook: “El primer soldado que se ponga en contacto conmigo recibirá un anillo de compromiso como regalo”.
En cuatro horas, tenía un soldado en casa que le propuso matrimonio a su pareja ese mismo día”. Alón describió cómo el primer soldado llegó con lágrimas en los ojos, todavía armado y con uniforme como si acabara de abandonar el campo de batalla.
Lo que comenzó como una oferta única se convirtió en un viaje emocional y una fuente de alegría para Alón y su familia. Al día siguiente, otro soldado llamó a Alón para pedirle un anillo; le dijo: “Lo siento mucho, pero ya se lo regalé a otro soldado”. Suplicando, el soldado preguntó: “-Por favor, ¿qué voy a hacer?”. Incapaz de superar las emociones, Alón también le ofreció un anillo de compromiso, y así nació el proyecto “Los diamantes de Adir”.
Son cientos los anillos que Alón está ofreciendo a todos aquellos soldados que, a pesar del horror que llevan en sus retinas, eligen la vida. Lo que más lo emociona es el abrazo que estos soldados le dan cada vez que se llevan un anillo.
Lo escuché en un reportaje diciendo: “Hamas y los terroristas quisieron quitarnos nuestra vida, haciendo que no haya quienes puedan construir una casa en Israel y yo estoy haciendo lo contrario, estoy ayudando a crear nuevas vidas en Israel. Adir no va a poder formar una nueva casa para Israel, pero son muchos los que lo harán por él.” (Esta historia me toca el corazón porque mi sobrino Eitán es uno de los soldados que le pidió matrimonio a Paula, una vez liberado de Gaza, con un anillo de Adir)
Una historia dentro de otra historia. Un relato más para poner en las canastas de memoria que relatarán de dónde venimos, qué tragedias sobrellevamos y qué humanidades rescatamos al intentar salir de ellas.
Y ahora, volvamos a nosotros.
En estos días venideros, estamos todos invitados a tomar la cesta en nuestras manos y decidir qué ponemos en ella; lo que nos dé orgullo y satisfacción, lo que hemos arriesgado, aunque no lo hayamos conseguido del todo, lo que hemos superado, lo que nos hemos animado, aun lo que nadie vio pero que en nuestro interior nos llenó de dicha.
Lo que sí nos pido es que cuando hayamos llenado la nuestra tengamos la capacidad de mirar las cestas de las historias de los otros. Sobre nuestras miradas hacia los demás también seremos evaluados.
Rabina Silvina Chemen