PARASHAT ITRÓ: Mandamientos para la vida

Es inevitable llegar a esta parashá y no pensar qué es lo que aún no hemos comprendido de los diez mandamientos/aserciones/decires que se entregan en el capítulo 20 del libro de Shemot. Palabras que se escucharán desde el temblor de la montaña y el pavor de este pueblo que por única vez escuchará con sus oídos la propia voz de Dios.

Diez alocuciones que intentan ser un marco legal a toda la preceptiva que luego se desplegará y nos conformará como pueblo.

¿Por qué 10? ¿Por qué esas temáticas? ¿Qué hacemos con este texto que no nos da herramientas acabadas para cumplir con las intenciones que de él emanan? ¿Qué fuerza absoluta tienen por la que se han ganado este lugar en la historia de texto inmodificable e incuestionable?

Ein Yaakov- una compilación e interpretación de material agádico talmúdico, en Shabat, Capítulo 9 trae el siguiente relato:

“Rabí Joshua ben Levi dijo también: «Cuando Moshé ascendió al cielo, los ángeles ministradores dijeron al Santo: -¡Alabado sea Él! ‘Soberano del universo, ¿qué puede hacer entre nosotros uno nacido de mujer? -Ha venido a recibir la Torá, fue la respuesta divina.

Le dijeron a Él. -¿Estás a punto de otorgar a un hombre frágil ese tesoro preciado que ha estado contigo durante novecientas setenta y cuatro generaciones antes de que el mundo fuera creado? ¿Qué es el hombre mortal para que te acuerdes de él y de su hijo? …Oh Dios, Señor nuestro, ¿no es ya suficientemente exaltado tu nombre en la tierra? …

El Santo, alabado sea luego pidió a Moshé que refutara su objeción. Ante lo cual Moshé suplicó: -Soberano del universo, temo que me consuman con el aliento de fuego de sus bocas. Entonces Dios le dijo a Moshé que se apoderara del trono de Su Divina Majestad…

Entonces Moshé les dijo a los ángeles: -¿Fueron a Egipto y sirvieron a Faraón? ¿De qué les puede servir la Torá?

Además, ¿qué más está escrito en ella? “No tendrán otros Dioses delante de mí” (Shemot 20:3). ¿Viven entre naciones que adoran ídolos [que necesitan esto]?

Además, ¿qué más está escrito en él? “Recuerda el sábado y santifícalo” (Shemot 20:8). ¿Están haciendo algún trabajo que necesiten descansar?

También está escrito allí: “Honra a tu padre y a tu madre” (Shemot 20:12). ¿Tienen padre y madre? Y además, ¿qué está escrito en ellos? No asesinarás, no cometerás adulterio, no robarás (Shemot 20:13). ¿Hay celos entre ustedes? ¿Existe un impulso maligno entre ustedes?

Los ángeles confesaron de inmediato que el Santo alabado sea tenía razón…”

Este largo y simpático texto esconde quizás desde tiempos remotos la pregunta acerca del sentido de los diez mandamientos en nuestras vidas. Y quizás el requisito sea ése: estar conectado con las experiencias de vida que nos reclaman una posición, una mirada propia, un accionar que nos compromete con el curso de nuestras existencias.

Trabajamos porque esta organización social así lo requiere; pues bien, qué es el trabajo para nosotros, qué decisiones tomamos respecto de nuestra labor y nuestro descanso, qué componente humano y no mecánico, repetitivo y por tanto inmodificable le damos a nuestra rutina de trabajo y a nuestros tiempos de descanso.

Tenemos padres y madres; cómo nos vinculamos con ellos, qué espacio en nuestras humanidades tiene tamaña presencia.

Tenemos la capacidad del habla, que es en sí misma un compromiso con las palabras que pronunciamos. ¿Qué nivel de conciencia tenemos acerca de la contundencia de lo que decimos, de lo que tantas veces pronunciamos en vano aún en nombre de “lo supremo”?

Los diez mandamientos son pronunciaciones que esperan que del otro lado, de nuestra parte, los receptores de esta proclama, nos hagamos cargo de insertarlos en nuestras experiencias de vida; palabras que son símbolos que necesitan actos concretos, cuerpos reales, vidas en curso como la que Moshé les reclamaba a los ángeles: -¿para qué los quieren si nunca fueron esclavos, si nunca sintieron deseo, si no tiene pulsiones en sus cuerpos, si no tienen familia, si no tienen una cultura circundante diferente de la propia?

Los diez mandamientos están hecho para los que se toman la vida en serio, para los que les duelen las heridas, para los que los incomoda la injusticia, para los que aman en serio, para los que se equivocan, para los que dudan, para los que buscan.

No anestesian ni someten. No obturan ni cierran.

Despiertan y comprometen. Inspiran y provocan.

Si dices creer en Dios, ¿qué haces con todo lo que divinizas y le otorgas valor de santidad aunque te haga daño?

Si te crees libre, ¿cuándo paras para revisar los sistemas esclavizantes que elegiste?

Si te piensas íntegro, ¿cuántas veces tomaste decisiones sólo por querer parecerte a otro, y tener más y ser más…?

Me quisiera despedir con una poesía del gran Yehuda Amijai que quizás me inspiró a este comentario plagado de signos de preguntas y pocas respuestas:

PRIMERO

Mi padre era dios y no lo supo.
Me entregó los Diez Mandamientos no con truenos ni con furia,
ni con fuego ni con nubes, sino con ternura y amor.

Y agregó caricias, y agregó lindas palabras,
y agregó “por favor”.
Y entonó el “Zajor veshamor” (Recuerda y observa) en una sola melodía, y suplicó y lloró en silencio
entre cada uno de los Mandamientos,
no pronunciarás el nombre de tu Dios en vano, no pronunciarás, no en vano,
por favor, no levantes falso testimonio
contra tu prójimo. 
Y me abrazó con fuerza y susurró en mis oídos: no robarás, no cometerás adulterio, no asesinarás.
Y colocó las palmas de sus manos abiertas sobre mi cabeza como en el
rezo de Kipur.
Honra, ama, para que se prolonguen tus días sobre la faz de la tierra.
Y la voz de mi padre era blanca como su cabello.
Luego giró su cabeza hacia mí por última vez, como en el día en que falleció entremis brazos,
y dijo: quiero agregar dos mandamientos a los diez que ya hay:
El número once, “no cambies”
Y el número doce, “cambia, cambia”
Así fue que me dijo mi padre y partió, y desapareció en su singular lejanía.

(En “Patuaj, sagur, patuaj”, Tel Aviv, 1998)

Allí estamos nosotros, entre los mandamientos once y doce. No cambiar y cambiar, cambiar… viviendo una vida comprometida con sus matices, intentando llegar siempre a ese punto inmodificable que nos preserva la dignidad y el sentido, sin anularnos ni traicionarnos en nuestras particularidades.

Recibamos las palabras del cielo una vez más.

Dicen que estuvimos allí.

Es tiempo de hacernos cargo.

Shabat Shalom umevoraj,

Rabina Silvina Chemen