וְהָיָה עֵקֶב תִּשְׁמְעוּן, אֵת הַמִּשְׁפָּטִים הָאֵלֶּה, וּשְׁמַרְתֶּם וַעֲשִׂיתֶם, אֹתָם–וְשָׁמַר יְהוָה אֱלֹהֶיךָ לְךָ, אֶת-הַבְּרִית וְאֶת-הַחֶסֶד, אֲשֶׁר נִשְׁבַּע, לַאֲבֹתֶיךָ.
“Y será que, por haber escuchado estos estatutos, y haberlos guardado y puesto por obra, Adonai tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres.” Devarim- Deuteronomio 7:12
Parashat Ekev lleva su nombre por la segunda palabra con la que empieza, que, de hecho, es difícil traducir literalmente. El texto en castellano consigna “Y será que, por haber escuchado”, o y será que una vez que hayas escuchado… lo que sí se entiende es que lo que sucederá será luego de haber escuchado los estatutos, de haberlos observado y llevado a la práctica.
Onkelos, a quien se le atribuye la traducción de la Torá al arameo (s.-I), entiende la palabra Ekev como “retribución: Él lo traduce así: «Y será en intercambio (o en retribución) de que obedeciereis (a estas leyes, y las cuidareis y las hiciereis).»
Y no puedo dejar de mencionar una frase del filósofo chileno Andrés Claro, en su libro “Las vasijas quebradas” dedicado a las reflexiones sobre la traducción cuando dice: “La tarea del traductor es, por definición, un fracaso.” Y, ¿por qué lo digo? Porque también la palabra que le sigue a “ekev” que ya es tan compleja de traducir, תִּשְׁמְעוּן- tishmeún, en español al menos tiene dos acepciones. «“Y será que, por haber escuchado/obedecido”.
Ambas correctas.
Ambas posibles.
Elijo, porque me atribuyo la libertad de hacerlo, la recompensa por la escucha.
“Y será que, por haber escuchado estos estatutos, y haberlos guardado y puesto por obra, Adonai tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres.”
La escucha tiene recompensa. Y los actos que ameritan esa recompensa son los que comienzan con la escucha. No es el cumplimiento autómata de la ley sino la consecuencia de un proceso de interiorización, comprensión que se traduce en la obra de nuestras manos. Queda claro: lo que se recibe a cambio de la escucha es la continuidad del pacto y la bondad de Dios hacia nosotros, como la tuvo hacia nuestros padres.
Quizás ya podríamos fijar una posición: depende de lo que decidas escuchar, actuarás. Y tus acciones siempre tienen consecuencias. De las buenas o de las otras.
La escucha no es una característica de la biología sino de la conciencia, de la voluntad, de la búsqueda, de la firmeza de no someter a nuestras mentes a escuchar mensajes enlatados, llenos de prejuicios, de odios e intereses personales que, en definitiva, nos llevan a actuar conforme a lo que dejamos entrar en nosotros. Escuchamos odio e intolerancia; actuamos con odio e intolerancia. Escuchamos reflexividad y atención; nos comportamos reflexiva y atentamente.
Miren qué hermoso lo que dice la Mishná en el Tratado de los Padres o de Principios (otro problema del fracaso de la traducción), llamado en hebreo Pirkei Avot, cap 6, mishná 6:
“…la Torá se adquiere a través de cuarenta y ocho cosas. Y éstas son: El estudio, la escucha del oído, la articulación de los labios, la intuición del corazón, la reflexión del corazón, el miedo, la reverencia, la humildad, la alegría…”
La Torá, es decir, la palabra de Dios, la ley que nos constituye como pueblo se adquiere a través de 48 atributos, capacidades, desarrollos. El primero, por supuesto, es el estudio. Y el segundo es la “escucha del oído”- בִּשְׁמִיעַת הָאֹזֶן- “shmiat haozen”.
No es sólo la capacidad de la erudición. Es también, entre tantas otras cosas valiosísimas como la humildad, la palabra, los sentimientos, etc., con la capacidad de escucha, una escucha atenta como lo explican nuestros sabios, que somos capaces de abrazar el mensaje de la Torá.
Un mensaje que, desde el comienzo, advierte que una escucha tergiversada, parcial, domesticada, o indiferente deviene en consecuencias muchas veces nefastas.
El Midrash Tanjuma, (s.XVI) comentando un versículo del libro de Shmot-Éxodo (18:1) “Escucho Itró sacerdote de Midián, suegro de Moshé todas las cosas que Dios había hecho con Moshé, y con Israel su pueblo” explica lo siguiente: “Itró escuchó (Éxodo 18:1). Unos oyen y pierden (su recompensa), mientras que otros oyen y son recompensados…”
No existe escucha neutral. Ni mensaje neutral, por ende. Nosotros elegimos a quiénes escuchamos y a quiénes damos la espalda. A veces a conciencia, a veces por inercia, a veces llevados por las masas en un tiempo de hipersaturación de mensajes que hacen que dejemos de creer, de confiar y de elegir.
Si avanzamos un poco más en la parashá nos encontraremos, en el capítulo 11, con el segundo párrafo del Shemá: “Vehaiá im shamoa tishmeún”.
וְהָיָה, אִם-שָׁמֹעַ תִּשְׁמְעוּ אֶל-מִצְוֹתַי, אֲשֶׁר אָנֹכִי מְצַוֶּה אֶתְכֶם, הַיּוֹם–לְאַהֲבָה אֶת-יְהוָה אֱלֹהֵיכֶם, וּלְעָבְדוֹ, בְּכָל-לְבַבְכֶם, וּבְכָל-נַפְשְׁכֶם. וְנָתַתִּי מְטַר-אַרְצְכֶם בְּעִתּוֹ, יוֹרֶה וּמַלְקוֹשׁ; וְאָסַפְתָּ דְגָנֶךָ, וְתִירֹשְׁךָ וְיִצְהָרֶךָ.
“Y será que, si escuchar habrás de escuchar cuidadosamente mis mandamientos que yo os prescribo hoy, para amar a Adonai vuestro Dios, con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma, Yo daré la lluvia de vuestra tierra en su tiempo, la temprana y la tardía; y cogerás tu grano, y tu vino, y tu aceite.” Devarim- Deuteronomio 11:13-14
Ese si condicional, “Y será que, si escuchar habrás de escuchar cuidadosamente…” nos habla de una elección. Significa asumir el compromiso de escuchar. Y no sólo eso, sino “shamoa tishmeún”: escuchar habrán de escuchar, escuchar y prestar atención a lo que escuchan, valorizar el acto de la escucha, a traernos a nosotros mismos con todo nuestro potencial a ese acto de entrega que es el dar la palabra para recibirla a conciencia.
Y ¿cuál es la recompensa? El amor. Fíjense: “Y será que, si escuchar habrás de escuchar cuidadosamente mis mandamientos que yo os prescribo hoy, para amar…” En este caso, la palabra de Dios escuchada por nosotros con toda nuestra voluntad deviene en el amor a Dios. Pero esto se transfiere a cualquier acto de escucha, que, si lo hacemos con todo nuestro ser, se transforma en manifestación de amor, de nosotros a quien nos habla y de quien es escuchado hacia nosotros.
En contraposición, la escucha desaprensiva y automatizada deviene en indiferencia e incredulidad. Empequeñece nuestras capacidades y responsabilidades. Nos achica la libertad de elegir qué escuchar y luego qué hacer con ello.
La escucha (y no la obediencia como otros traducen) tiene consecuencias. Que van mucho más allá de lo que nosotros creemos porque fundan posiciones y actitudes, crean o rompen vínculos, nos dan serenidad o nos sumergen en el caos.
Los dejo con la decimotercera poesía vertical de Roberto Juarroz:
Palabras que me nombran.
Pero todas las palabras me nombran
cuando yo sé escucharlas.
Ahora debo aprender a decirlas
para que otros se sientan nombrados
si acaso las escuchan.
Para nombrar a un hombre
se necesitan todas las palabras.
Ahora es sólo mi turno
de continuar la ceremonia.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen