“Y haréis lo que es recto y bueno a los ojos de Dios para que Él os haga bien y vengáis y heredéis la tierra que Dios prometió dar a vuestros antepasados«. Devarím- Deuteronomio 6:18
Este versículo de una parashá tan llena de pasajes conocidos, recitados por nosotros como el Shemá o la repetición de los diez mandamientos, me hace detener en sus primeras palabras, para preguntarme más allá del significado corriente que se les dan a las palabras.
Recto y bueno- en hebreo, hayashar vehatov a los ojos de Dios.
Se supone que lo recto es lo bueno. ¿Qué necesidad hay de hacer esta distinción?
Una lectura posible es la que hace Rashi (s.XI) que explica que esto alude «ir más allá de la letra de la ley»- lifním mishurat hadín.
Y parecería hasta paradójico entender que al mismo tiempo de constituirnos como pueblo a través del cumplimiento de una extensa y detallada preceptiva, lo justo y bueno se defina como lo que va más allá del texto de la ley.
En una declaración audaz de esta idea, el comentarista del siglo XIII, Najmánides, enseña que las leyes de la Torá no pueden legislar más que una fracción de los dilemas éticos que enfrentaremos en la vida. Sin embargo, cumplir con las palabras de la Torá nos indica reforzar nuestra sensibilidad para que seamos capaces de intuir qué es lo correcto en casos que no están legislados y hacer más de lo que la Torá requiere en situaciones que sí lo están.
Y no lo decimos hoy, en nuestra época. Escuchemos al Talmud, en el tratado de Bavá Metziá 30b:
“Dijo Rabí Iojanán: Jerusalén fue destruida solo por (el hecho) de que juzgaron (los casos sobre la base de la ) ley de la Torá. (La Guemará pregunta) Más bien, (¿qué más deberían haber hecho?) ¿Deberían haber adjudicado (casos sobre la base de) decisiones arbitrarias? Más bien, diga: Que establecieron sus decisiones sobre la base de la ley de la Torá y no fueron más allá de la letra de la ley.”
Nuestros sabios adjudican hasta la destrucción de Jerusalén por haber cumplido SOLO ESTRICTAMENTE con la ley y no haber comprendido que es a partir de la ley que nuestras acciones tienen que ser desplegadas. Más allá de las protecciones jurídicas, hay una instancia superior que tiene que ver con palabras tan desgastadas como “lo correcto”, “lo bueno”, “lo ético”, que no tienen punitorio en la letra de molde de ninguna carta jurídica pero que sin ellos el mundo sería invivible.
Najmánides al explicar la porción de la Torá llamada Kedoshím (“Sed santos”, el Vaikrá- Levítico 19) se arriesga a decir que una persona puede cumplir todas los preceptos y, sin embargo, ser un ‘menuval bireshut haTorá‘– ser un “desgraciado” amparado en la legalidad de la Torá.
Este mundo necesita que vayamos mucho más allá de lo estrictamente punible por una ley.
La indiferencia no se castiga.
La misericordia no se legisla.
La sensibilidad por el otro no es parte de ningún proyecto de ley.
Muchas veces nos amparamos en que sólo haciendo lo correcto, estamos haciendo lo bueno. Y no es así.
Aún los más ajustados a la letra de la ley como los miembros de una corte, deben desarrollar virtudes que le den altura humana a sus conocimientos. Así lo explica Maimónides (s. XII) en Mishné Torá, Leyes del Sanedrín, 2:7:
“…es esencial que cada uno de los miembros de una corte de tres (miembros) posea las siguientes siete cualidades: sabiduría, humildad, temor a Dios, odio a la codicia, amor a la verdad, amor a sus semejantes y buen nombre.”
Sí. Están leyendo bien. Es prioritario que cualquier docto en la ley cuente con las categorías de lo correcto y lo bueno para hacer justicia.
Y ¿qué es un buen nombre? Así lo explica el Maharal de Praga (s. XVI):
“Un buen nombre se eleva por encima de otras virtudes porque define la estatura de la persona misma. Porque el nombre se refiere a todo lo que concierne a la esencia de una persona. No como la riqueza, ni la sabiduría, ni las demás virtudes, sino su propio ser… Un buen nombre perdura y vive después de la muerte física de una persona.”
Estamos viviendo un tiempo de lo humano golpeado por la hipocresía disfrazada de legalidad. Donde la ley no siempre tiene que ver con la justicia y donde el hambre de poder ciega toda otra opción que permita elegir por el honor, el amor, la unión y la paz social.
En este contexto, ¿cómo puedo seguir leyendo que tenemos que hacer lo correcto y lo bueno delante de Dios?
Yo creo sinceramente que hoy en día hacer lo correcto y lo bueno es un acto de profunda resistencia. Oponerse a los discurso del odio, no cejar ante la desesperanza que nos imponen, trabajar con los más jóvenes para empoderarlos con herramientas que les permitan proyectar y trabajar hacia un mundo en el que las legalidades no perviertan lo justo, y la bondad deje de ser un término romántico y pase a ser parte de una agenda global. Ser cada vez más solidarios. Ocupar nuestro tiempo, luego de nuestros trajines cotidianos, en sacar la cabeza del caparazón y preguntarnos ¿qué más puedo hacer para paliar todo aquello que no está legislado y que depende de mi buen corazón? Juntarnos con quienes nos hacen bien. No comprar ideas enlatadas que nos estrujan la conciencia.
Sé que muchos pensarán que soy demasiado inocente. Que el salvajismo no se combate con buenas acciones. Quizás.
Pero vuelvo al versículo:
“Y haréis lo que es recto y bueno a los ojos de Dios para que Él os haga bien y vengáis y heredéis la tierra que Dios prometió dar a vuestros antepasados«.
La tierra se hereda. Se la recibe y se la protege. La promesa no está garantizada más que en nuestros com-promisos. Y lo hago, lo pienso y lo digo en honor a mis antepasados; aquellos que regaron el suelo con sudor de trabajo, con sangre de guerras inútiles, con lágrimas de angustia en momentos oscuros. Esta tierra que mis pies pisan no puedo dejarla sola en manos de aquellos para quienes lo bueno y lo correcto no es parte de su agenda. Y lo hago por mis hijos. Y por los hijos de mis hijos. Quizás sea eso lo único que recuerden de mí. Que no me di por vencida. Más allá de todo.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.