Comenzamos el último libro de la Torá- Devarím, con ganas de tener buenas noticias después de nuestro largo paso por el desierto, Bemidbar.
Sin embargo, los capítulos que leeremos desde hoy hasta que culminemos por completo el rollo de la Torá nos van a hacer recorrer nuevamente todo lo que pasamos hasta ahora. Mishné Torá, una segunda Tora; así lo llaman a este libro.
Como primera impresión nos parece agotador. Quizás sea la oportunidad de leer de nuevo la historia con otro grado de madurez; despojados de las reacciones primeras que tuvimos, con la capacidad de repensar y repensarnos. Así parece ser la tierra de la promesa: cada vez que está allí, al alcance de la mano, queda algo por comprender antes de llegar a la meta…
“Ele hadevarím”, “Éstas son las palabras, o las cosas” que dijo Moshé delante de todo el pueblo de Israel; repasando los eventos ocurridos y las leyes entregadas en el transcurso del viaje de 40 años desde Egipto a Sinaí y a la Tierra Prometida, amonestando a la gente por sus errores y recordando el cumplimiento de la Torá en la tierra a la cual ingresarían luego de su muerte.
En el capítulo 2, Moshé recuerda cuando pasaron por el monte Seír, el cual estaba asignado a los hijos de Esav cuando les dijo que no debían tomar nada, ni pelear con ellos ya que esas tierras le pertenecían legítimamente al hermano de Yaakov. Y les explica que ellos no tienen necesidad de tomar por la fuerza nada que no les correspondiera ya que:
“Pues Adonai tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos…” Devarím / Deuteronomio 2:7
Quiero quedarme en esta frase. Quizás para volver a comprender la palabra bendición. Desde un lugar común, cuando alguien se siente bendecido cree ser agraciado por un designio superior; algunos lo llaman Dios, otros “tener suerte” o el “destino”. Ser bendecido sería entonces recibir desde una dimensión que no es la propia, un valor agregado, una garantía de que las cosas saldrán bien, de que tendremos dinero, salud, que se cumplirán nuestros anhelos… La bendición para la gran mayoría de nosotros “nos cae del cielo”.
Es más, algunos creen que ni siquiera hay que hacer mérito para obtenerla. Es como una cuestión del azar… ¿no es así?
Pero aquí Moshé nos revela algo que quizás, con el trajín de la travesía no pudimos valorar. Adonai tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos, hay bendición si hay manos y si hay obra.
No es regalo, no “llueve” de ninguna altura, no “le toca” a algunos…
Dios nos bendice, cada vez que usamos nuestras manos para intervenir en nuestras vidas. Cada vez que concebimos nuestras existencias como una obra, que se amasa, se embellece, se mejora, se repara si es necesario.
Al transformarnos en constructores de nuestras propias vidas, percibimos el estadio de la bendición, la calma de quien se hace cargo de la tarea, la plenitud de no habernos escapado de nosotros mismos: de lo que nos gusta y de lo que nos avergüenza.
Hay bendición cuando hay compromiso con la trascendencia de la historia que estamos creando. Sentimos que la suerte nos llegó, porque la trajimos. Y para eso hace falta una fuerte dosis de confianza, de fe, en el misterio de Dios y en nuestras propias capacidades.
La bendición no es para los inertes.
Ni para los supuestos elegidos.
Ni para los “santos” o los perfectos…
La bendición es para los trabajadores, los que se arremangan y la pelean para ser quienes quieren ser, para vivir una vida elegida, para hacer cosas que les den orgullo de sí mismos.
Así dice el Salmo:
“Y sea la luz de Adonai nuestro Dios sobre nosotros: Y ordena en nosotros la obra de nuestras manos, la obra de nuestras manos confirma”. Tehilim- Salmos 90: 17
La luz de Dios se define en la capacidad que tengamos de desplegar la obra de nuestras manos, de confirmar con nuestra tarea que la luz de Dios se emana, más de lo que se supone, se recibe.
Estamos transitando el final de un largo camino.
Quizás es un buen momento, para tomarse un respiro y mirarnos las manos.
¿Habremos hecho lo suficiente para sentir que nos corresponde la bendición? Si no, estamos a tiempo. Nos queda un libro entero para intentarlo.
¡Shabat Shalom umevoraj!
Rabina Silvina Chemen.