Se termina el libro de Vaikrá. Un texto que desarrolla un conjunto de leyes que regulan la actividad individual y colectiva de un pueblo.
Y su final, como es de esperarse define los premios y castigos a la obediencia y a la desobediencia de dichas leyes.
Y así “Im Bejukotai teleju”- “si mis leyes van a cumplir”; la recompensa será grata y la vida apacible.
“Veim lo tishmeú ve lo taasú”- “pero si no van a escuchar y no van a cumplir”; las consecuencias serán atroces.
El resultado de la decisión de no cumplir con leyes que se ocupan de regular la desigualdad social, de responsabilizarse por el más vulnerable, de respetar a la humanidad; deviene en un panorama desolador, al que hoy nos vamos a referir.
Nos despedimos del libro de Vaikrá, un libro que nos desafió semana a semana a pensarnos en una ritualidad casi agobiante, que nos exigía dar un paso más allá para no quitar los ojos del texto, que nos hablaba de sacrificios, inciensos y fuego.
Una ritualidad que fue mutando con las vicisitudes de la historia: Ya no ofrendamos animales, sino nuestras plegarias y un extensísimo código de leyes, las mitsvot – un modo reglado, complejo e interpretado de diferentes modos- que creó en nuestra nación dispersada movimientos que entendieron su cumplimiento de maneras diversas.
Los profetas, mucho antes que nosotros, advertían sobre la posibilidad de hacer del ritual una pantalla para la iniquidad.
Así lo decía el profeta Hoshea:
Tomad con vosotros palabras y volved al Eterno. Decidle: “Quita toda la iniquidad y acéptanos con benevolencia; en lugar de vacunos te ofrecemos [el fruto de] nuestros labios”. Oseas – Oshea 14:3
Vaikrá tiene sentido como código que pondera una ritualidad, si inmediatamente, salimos al desierto, con el comienzo del libro de Bemidbar (en hebreo: en el desierto)- o libro de Números (en español).
Las leyes de este texto que estamos terminando nos tendrían que permitir andar la infinitud y la hostilidad del desierto, darnos herramientas para constituirnos como pueblo, acallar nuestros impulsos de soberbia y fundamentalmente generar una vida en la que el mandato central de Vaikrá- el de aspirar una vida de santidad- se haga presente en cada una de nuestras decisiones.
Desde ese llamado a la santidad es que vivimos las relaciones sociales. Somos pueblo santo, consagrado, y por lo tanto pueblo de Dios. No podemos vivir como si no lo fuéramos, no debemos vivir como si no hubiéramos escuchado el llamado.
Ése es nuestro gran desafío. Escucharlo. Y vivirlo.
Lo que nos queda como conclusión de este libro quizás es que no hay ritos que nos absuelvan de ser cuidadosos con nuestras formas de hablar, con nuestros actos y compromisos. No creamos que por cumplir tal o cual ritual estaremos exentos de la obligación religiosa más excelsa, la de cuidar nuestras palabras y actitudes “fuera del altar”, fuera de las sinagogas, fuera de las comunidades.
Allí donde nadie nos ve, se pone en juego nuestra verdadera religiosidad.
“No traigan más ofrendas vanas… Lávense y límpiense, quiten la maldad de sus acciones de delante de Mis ojos. Dejen de hacer el mal. Aprendan a hacer el bien, busquen el derecho, reprendan al opresor, defienda al huérfano, amparen a la viuda”. Decía el profeta Isaías-Ieshaiáhu 1:11-17
Los rituales tienen sentido si cuando salimos de nuestros santuarios somos capaces de extender la mano a quien lo necesita, si somos justos, y nos jugamos por el indefenso, si – en definitiva-, decidimos “no salvarnos solos”.
Cuando esto no sucede, como dice el final de Vaikrá- “Veim lo tishmeú ve lo taasú”- “pero si no van a escuchar y no van a cumplir”, las consecuencias son nefastas; se genera una sociedad impía, sádica e impune.
Y acá llegamos a una parte de la parashá que lista lo que algunos llaman las maldiciones -la “tojejá”- y que yo prefiero traducir como “las consecuencias de decidir no cumplir el camino de la ética y el respeto por lo humano que la Torá nos da como oportunidad de vida”.
Y es tal el pudor que nos da el leer lo que muchos llaman castigo divino pero que yo -inisisto- decido llamar consecuencias de la hipocresía y la simulación, que en la lectura pública de la Torá este pasaje se lee en voz baja y rápidamente, casi sin respirar para terminarlo rápido, para que nuestros oídos no tengan que soportar la crueldad de las palabras y las imágenes que de éstas surgen.
Hoy quiero cambiar las reglas del juego.
Las quiero decir en voz alta.
No nos ha servido el susurro.
Creo que tanto tiempo se leyeron en pudoroso silencio que se habilitó cierta naturalización de conductas que someten, ultrajan, humillan, abandonan, violan y matan la dignidad de las personas.
Es hora de volver a ponerle voz y tomar conciencia.
Y sólo para que sientan lo que ya decía la Torá hace miles de años, recorté algunos de los versículos de esta parashá porque no quiero naturalizar conductas que nos llevan al escarnio.
Si no nos comportamos ética y responsablemente como la Torá nos marca, Dios dice:
“Enviaré sobre vosotros terror.”
“Seréis heridos.”
“Vuestra fuerza se consumirá en vano.”
“Enviaré también contra vosotros bestias fieras que os arrebaten vuestros hijos.”
“Traeré sobre vosotros espada.”
“y seréis entregados en mano del enemigo.”
“Y comeréis la carne de vuestros hijos, y comeréis la carne de vuestras hijas.”
“y pondré vuestros cuerpos muertos sobre los cuerpos muertos de vuestros ídolos.”
“Haré desiertas vuestras ciudades. “
“Tropezarán los unos con los otros…“
Podríamos detenernos en cada una de estas entrecomilladas maldiciones y descubrir la potencia de su advertencia.
Hoy no puedo leerlas si no es a la luz de los acontecimientos degradantes que estamos viviendo como sociedad y como humanidad.
Edmond Jabes, escritor egipcio, refiriéndose a la Shoá escribía “Mientras no nos expulsen de nuestros vocablos, nada tendremos que temer; mientras nuestras palabras conserven sus sonidos, tendremos una voz; mientras nuestras palabras conserven su sentido, tendremos un alma.»
Terminamos el libro de Vaikrá. Salimos al desierto. “Bemidbar”. Somos muchos los que queremos llegar a la tierra de la promesa y la bendición.
Hagamos oír nuestra voz.
Shabat shalom umevoraj.
Rabina Silvina Chemen.