Dice el Salmo: “Si te olvidare Jerusalém que se olvide mi diestra; que se pegue mi lengua a mi paladar”.
Dicho de otro modo: si olvidara Jerusalém perdería mi fuerza y me quedaría sin la palabra.
Está claro que la amenaza del salmo nunca sucedió. Desde siempre ha resonado en nuestra memoria como una fórmula que engloba el ser judío: la perpetuación del recuerdo mediante la acción y la palabra.
La paradoja de esta nueva era de soberanía judía en la que vivimos es que no sólo no nos hemos olvidado de nuestro brazo “diestro” ni hemos callado nunca nuestra devoción a Jerusalém, sino que algunos han afirmado dicho compromiso con actitudes “de derechas” y un discurso de odio.
Nuestra Ierushalaim se vio inundada ayer, en su día, en la celebración de su unificación, con inequívocas kipot, camisas blancas, y banderas de Israel, inconfundible hábito del judaísmo religioso nacionalista.
A tal punto es explícita la apropiación de la fecha que el propio Primer Ministro Bennet, en su discurso de cierre oficial de la jornada, exhortó a que el Día de Ierushalaim vuelva a ser patrimonio de todos los judíos de Israel.
Muchos espacios, símbolos, canciones, y otros signos y señales deberían ser compartidos por el Judaísmo todo, y sabemos que no es así. ¿Por qué sería Ierushalaim la excepción? Como Primer Ministro, Bennet debe hacer el llamado. Representa una cierta, mínima noción de unidad y convivencia, en especial al frente del gobierno que lidera.
Todos conocemos, sin embargo, la fragilidad de su gobierno. Aun cuando lo apoyemos.
Si Iom Ierushalaim debería ser patrimonio de todos los judíos en Israel, por qué será que en Tel-Aviv y sus alrededores, o en cualquier otro paraje, el día no concitó más interés que el que atiene a la seguridad: si Hamas dispararía misiles o si las agitaciones se saldrían de cauce.
Nada grave sucedió. Iom Ierushalaim fue entonces eso en que se ha convertido: una manifestación política. Lo que la izquierda israelí hace en la Plaza Rabin la derecha nacionalista lo hace en las calles de Jerusalém.
Nadie condena la agitación de banderas israelíes; lo que es condenable es la agitación per se. Nadie desconoce la alegría de una ciudad accesible y unida; lo repudiable es el desprecio por el prójimo.
Ierushalaim y su día no deben ser olvidados solamente por su expresión como soberanía judía en nuestra tierra de Israel, sino sobre todo por el desafío ético y moral que nos plantea año a año.
La fuerza de la “diestra” implica falta de equilibrio y ponderación; todo se hace mejor con la derecha y con la izquierda. Del mismo modo, todo es más fácil con “un discurso para curar heridas”, como dijo Amos Oz; si voy a maldecir y provocar a los extranjeros (guerim) que viven entre nosotros, más vale que mi lengua quede pegada al paladar.
Fuente: TuMeser