PARASHAT AJAREI MOT- KEDOSHIM: Mucho más que recuerdo

La parashá Ajarei Mot- cuya traducción es “después de la muerte”, cuenta cómo sigue la vida después de la muerte de los hijos del sacerdote Aharón que fueron consumidos por un fuego extraño…nos lleva imprescindiblemente a una reflexión sobre la muerte, y no la muerte como acontecimiento personal, sino como que se trasformó en una marca icónica de nuestra filiación judía. La reflexión sobre la marca que nos compele a pensar una y otra vez nuestros días no se acaba con Iom Hashoá.

Como lo señala el filósofo español, Manuel Reyes Mate: “Para ninguno de nosotros, Auschwitz es un tema histórico, sino una categoría hermenéutica fundamental para la interpretación de nuestro tiempo”.

Si nos acercamos desde la sensibilidad y el mandato que Auschwitz significa como categoría, podríamos leer el nombre de esta parashá como un primer mensaje.

Ajarei Mot que viene seguida de la parashá siguiente- que este año se leen juntas- Kedoshim. Y con cierta libertad me animo a decir que ambas juntas están insinuando que:

Después de muertos –ajarei mot-; –kedoshim-, son santos.

Sin embargo, a mí no me queda tan claro que después de la tragedia nos tenemos que ocupar exclusiva y excluyentemente de santificar su memoria. Quizás sea lo que más inmediatamente nos surge: dejarlos allí en ese pasado devastador, paralizados en la desgracia, recordándolos con dolor, inmóviles ante la barbarie.

Tzvetan Todorov  filósofo, historiador, búlgaro francés advierte sobre esta posibilidad y dice: Una memoria no debe ser ni sacralizada ni banalizada. Estamos acá para mucho más que para recordar.

La memoria, dice Reyes Mate, tiene una historia:

– Para los antiguos era una categoría menor, un sentido interno que producía sentimientos.

– En la Edad Media la memoria del pasado se transformó en la norma del presente. La sociedad no necesita aprender nada nuevo, solo trasmitir lo sabido.

– La modernidad para diferenciarse, le tiene “alergia” al pasado. El hombre moderno crea su mundo desde la libertad. Para los modernos, la memoria es cosa de los tradicionalistas o antimodernos.

A partir del siglo XX la idea de que memoria y progreso comenzaron a ir juntos. Sólo hay futuro si la nueva generación tiene las patas traseras bien asentadas en el pasado.

Porque al relatar lo sucedido no sólo se hace a partir de un registro sino que aparece ahora el deber de memoria: la humanidad no puede permitirse otra experiencia de inhumanidad porque no la soportaría.

Y todo arranca de Auschwitz, explica Reyes Mate.

Si Auschwitz es el lugar fundante de esta función de la memoria es porque, para los nazis, era un proyecto de olvido: no tenía que quedar ni rastro del pueblo judío, por eso los hornos, las cámaras de gas, las cenizas al viento. Sin cuerpos desaparecería la existencia cultural de ese pueblo,

Si Auschwitz encarna el mal radical no es por el número de víctimas, ni por el ensañamiento con el dolor, sino por la estrategia nazi de invisibilizar el crimen.

Frente a la estrategia nazi de olvido, surge el deber de memoria. Y si estamos obligados a la memoria no es porque alguien nos lo mande, sino porque la necesitamos para vivir humanamente.

La Shoá trasciende las fechas conmemorativas y los actos simbólicos. Trasciende el testimonio de las víctimas y la revisión de documentación e imágenes.

El mandato de Auschwitz significa no quedarnos quietos cuando asistimos a realidades políticas, ideológicas o económicas que vuelven a invisiblizar el dolor de las víctimas y pisotearlas impunemente en aras de cierto confusamente llamado progreso.

Ejerciendo la barbarie se ha empobrecido en humanidad. No importan cuán involucrados estemos en nuestras historias familiares, cuánto hayamos perdido, cuántas generaciones ya han pasado. Somos hijos de esa humanidad empobrecida. Y como único recurso ante sistemas salvajes que fagocitan poblaciones enteras, u ocultan sectores de la sociedad sufrientes, como si fueran invisibles, tenemos la memoria. La memoria interpretada después de Auschwitz. Una memoria que, como dice Nietzsche, permanece mientras no deja de doler.

Porque no estamos hablando de ellos. Sino también de nosotros.

Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo; cada ser humano es una parte de un continente, una parte del territorio. Si un pedazo es borrado por el mar, Europa es menos, lo mismo si fuera un promontorio, la casa de un amigo o la tuya propia. La muerte de cada ser humano me disminuye porque estoy involucrado en la humanidad. Por lo tanto no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti”. 

John Donne del siglo XVI

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.