APÓCRIFOS, LOS LIBROS QUE QUEDARON FUERA

Los libros que “quedaron afuera” son conocidos como “Sefarím Jitsoním” (Libros Foráneos o Apócrifos). Son decenas y entre ellos encontramos Adam y Java, Ben Sirá, El Legado de las doce tribus, Yehudit, Janoj y varios más.

Al quedar fuera del canon judío, sus originales (en un hebreo similar al bíblico) terminaron perdiéndose y sólo llegaron a nuestros días debido a las traducciones incorporadas a los diversos cánones cristianos. Algunos incluso volvieron a ser traducidos al hebreo.

Estos libros son mencionados en varias ocasiones en el Talmud pero la afirmación más contundente es la del gran sabio Rabí Akiva (al comienzo del capítulo 10 de Sanhedrin) donde afirma que quien “lee los Sefarím Jitsoním, no tiene parte en el Mundo Venidero”.

¿Qué característica provoca que un libro sea considerado Apócrifo? La respuesta surge del mismo Talmud y, por extraño que parezca, está relacionada a las plagas de roedores.

Existe una porción de la cosecha llamada trumá que tiene un nivel especial de santidad y le era entregada a los cohaním (sacerdotes), quiénes hacían el servicio comunitario y, a cambio, recibían este porcentaje de los granos.

La gente acostumbró a guardar la trumá junto a los libros sagrados, creyendo que juntar los dos elementos santos era lo mejor. Pero esto provocó que los ratones que buscaban alimento, terminaran royendo y deteriorando los escritos.

Debido a ello, los sabios prohibieron juntar ambas cosas y el Talmud se vio obligado a definir qué libros son santos (sinónimo de estar incluidos en el Tanaj) y cuáles no. En esa misma discusión se dudó y analizó la sacralidad de Shir Hashirim y Kohelet (Iadaim 3:5). La tradición judía indica que ambos libros fueron escritos por el Rey Shlomó (Salomón), hombre justo, sabio y santo; y tienen un contenido acorde a los lineamientos del judaísmo. A pesar de ello, es válida la incertidumbre.

Esto nos indica que la rectitud del autor y la del contenido son condiciones necesarias, pero no suficientes como para ser incluidos en el canon. Lo que si requieren es haber contado con ruáj haKodesh (Inspiración Divina) para realizar la obra.

No es suficiente con que sea una obra buena, debe ser trascendente y eterna. Eso se logra solamente con inspiración Divina. Algo con lo que contaron, por ejemplo, los libros de Shir Hashirim y Kohelet, pero no el libro de los Macabeos o Ben Sirá.

Entonces ¿está prohibido leer dichas obras? Apuntemos que Rabi Akiva no habló de una prohibición y fue Rab Eljanan Wasserman (Kobetz Shiruim parte II, 47:12) quién desmenuzó el enunciado de la Mishná.

Rabí Akiva no estableció una prohibición sino una advertencia: leer libros foráneos puede alejarnos del camino correcto y, de ahí, provocar que reneguemos de Dios.

El rabino RIF explicó que el problema con los Apócrifos es cuando toman el rol de exégetas y explican la Torá sin considerar los midrashim. El problema no es leerlos, sino atribuirles sacralidad ritual.

Una línea discursiva similar surge del Ritba y Nimukei Iosef: La prohibición es estudiarlos de forma fija, pero no hay problema con leerlos esporádicamente (Ritva en Baba Batra 98b, NI en Baba Batra 48b de las hojas del RIF).

Rav Bartenura (basado en Rambám) agrega que estas lecturas, cuando no son una fuente de sabiduría ni tienen una utilidad práctica (la cual puede ser incluso entretener) y provocan un desperdicio de un tiempo valioso.

Otras dificultades planteadas por Talmud Yerushalmi es que quién ingresa en su casa más de 24 libros (los 24 del Tanaj), da lugar a la confusión (también en Kohelet Raba 12:12/13) y que “quién lee los libros de Homero, o similares, no tiene premio ni castigo, es como leer una carta”.

Pero paradójicamente los mismos sabios del Talmud citan en reiteradas ocasiones al libro de Ben Sirá para aprender de él.

Por tanto, no hay una prohibición de leer los Apócrifos, sino advertencias:

No tomarlos como palabra Divina

No convertirlos en una herramienta de culto

No perder mucho tiempo con ellos

Estar atento a las influencias que provocan.

Por ello debemos no perder el rumbo, sino dirigirnos hacia donde nuestra voluntad desea, sabiendo utilizar correctamente TODAS las herramientas que tenemos a nuestra disposición.