PARASHAT KORAJ: cuando la tierra no sostiene

Parashat Koraj siempre me confronta a sensaciones adversas. Y si bien tiene varios temas, en general nos quedamos fijados ante la injusticia de una rebelión desestabilizante y sin sentido.

Recordemos los sucesos: el capítulo 16 narra la historia de Koraj primo de Moshé y Aharón, junto a Datan y Aviram, y doscientos cincuenta líderes de Israel se rebelaron en contra de la autoridad de Moshé y Aharón, argumentando que cualquiera dentro del pueblo puede ejercer el poder de los máximos líderes del pueblo. Por tanto, organizan una revuelta destituyente que debilita la confianza y la calma de este pueblo atribulado.

El final es impronunciable, la tierra se traga a los rebeldes. Se valida la autoridad sacerdotal de Aharón, se fortalece el lugar de Moshé.

La tierra abrió sus fauces y se tragó al insurrecto. Supongo que al menos habrá sido ejemplificador para los hombres de la época.

Si tomáramos el lenguaje bíblico no como una antología histórica sino como una aproximación metafórica a la comprensión de una manera de vivir la humanidad de modo trascendente, deberíamos preguntarnos acerca de la imagen que elige el escritor bíblico para hablar del castigo a Koraj y sus seguidores: la tierra que traga.

No los mata. No los lapida. No los echa. La tierra los devora.

Y esto es mucho más que una cuestión de lenguaje.

Vayamos a ver en dónde más la tierra interviene en una historia, dentro de la Torá.

Y esa historia la encontramos al comienzo de la historia- y esto no es una redundancia- en el primer par de hermanos, en el primer asesinato de la humanidad.

Recordemos: “Y Adonai  dijo a Caín: ¿Dónde está Hével (Abel) tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.” Bereshit 4:9-11

Caín, preso de celos y de ira, mata a su hermano Hével (Abel). Y Dios, al preguntarle dónde está su hermano, -pregunta que no tiene que ver con una ubicación espacial, sino con una referencia existencial-, Caín va a responder con desentendimiento, y Dios le dice que las sangres del hermano claman desde el fondo de la tierra, que abrió su boca para recibir el cuerpo muerto de quien él había matado.

Misma frase: la tierra abre su boca.

Como en nuestra parashá: “Y aconteció que cuando cesó él de hablar todas estas palabras, se abrió la tierra que estaba debajo de ellos. Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Koraj, y a todos sus bienes. Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Sheol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación.” Bemidbar 16: 31-33

Presos de celo y ambición, terminan deglutidos por la tierra. Ellos, sus casas, toda referencia de sus vidas quedó sepultada bajo la tierra que se los devoró.

Imágenes tenebrosas. No queremos ni leer ni hablar de esto. Sin embargo, debemos retrotraernos al origen de ambas historias. Quizás allí hallemos una pista. Volvamos a Bereshit: “Y le dijo Caín a su hermano Hével (Abel) y mientras estaban en el campo, se levantó Caín contra su hermano Abel y lo mató.” Bereshit 4: 8

Una y otra vez lo repetimos. No es un error del copista, una omisión del autor: y le dijo… y no le dijo nada. Y quizás sea este todo el contenido que resuelve la imagen de la tierra que traga: ¿qué le dijo? Nada.

Ahora vayamos a nuestra parashá: “Y tomó Koraj hijos de Itzhar, hijo de Levy y Datan y Aviran, hijos de Eliav y On ben Pelet- hijos de Reuven. Y se levantaron frente a Moshé…” Bemidbar 16:1

Vaikaj Koraj… y tomó Koraj… ¿Qué tomó? ¿Qué pretendía tomar? ¿Cuánto dijo de su malestar antes de tamaña revuelta? ¿Cuánto se ocupó de ponerle palabras en lugar de organizar una batalla? ¿Qué quería específicamente Koraj? No lo sabemos. No lo dice. Se queja por una supuesta división inequitativa de los lugares de poder. Pero no tiene una propuesta ni una visión acerca de lo que él cree debería ser más justo.

Y aquí está el denominador común para entender la imagen de una tierra que traga:

Cuando se vive la propia existencia en la anulación del otro, la tierra te traga.

Cuando necesitas que el otro no esté para ser tú mismo, la tierra abre sus fauces. Y no necesariamente es un fenómeno natural que te castiga… se te abre el suelo que te sostiene. Se te quiebra el sostén, pierdes el territorio que te mantiene erguido. Y cuando la tierra se abre, ya nadie habla de ti, porque desapareciste de la historia.

La historia no se escribe sólo de la pluma de los grandes líderes y los cambios no se hacen sólo a partir de las ideas de unos pocos iluminados. La historia se escribe con los que piensan, los que trabajan, los que cantan, los que disienten, los que aman, los que luchan, los que buscan, los que se comprometen…

Los únicos que no escriben la historia son aquellos que no tienen nada que decir, los que portan el impulso de destruir, de apropiarse, de destituir y desatan una lucha sin contenido, sin propósito, sino fruto de la pura ambición, que sin objetivo sólo deviene en ruinas.

Caín no dijo nada, cuando debía decir.

Koraj tomó por el hecho de apropiarse, sin saber qué tomó ni para qué.

Y así vamos viviendo, muchas veces errando el sentido, creyendo que somos fuertes cuando nos imponemos, cuando gritamos más alto sin decir nada. Y así lo que nosotros llamamos tierra, que es lo que nos sostiene en la caminata, no nos puede soportar más: se diluye, como arenas movedizas y mientras nos vamos perdiendo nos preguntamos: ¿en qué fallamos? ¿Acaso no me dijeron que la historia la escribían los que ganan? ¿Y acaso para ganar no hay que ser el más fuerte?

El objetivo de la creación de lo humano en la tierra tiene que ver con la multiplicación: “creced y multiplicaos”. Quizás en una versión libre yo diría: Creceremos como seres humanos sólo cuando aprendamos que lo múltiple es lo esperable, que la convivencia es el sentido y la diversidad es lo bello.

Shabat shalóm,

Rab Silvina Chemen.