Shabat Janucá: sobre lo sagrado y la utilidad

“Si todos los moadim fueran anulados, Janucá y Purim no serán anulados”. Midrash Mishle, 9

¿Qué poder tiene Janucá? ¿Qué historia vamos a contar de Janucá?

¿La fiesta de la libertad religiosa inspirada por el deseo de las personas de liberarse de las leyes opresivas?

¿La conmemoración de la capacidad humana de tener valor y esperanza, al recordar la valerosa revolución de los macabeos?

¿La historia del aceite que duró 8 días en lugar de 1?

¿Una lectura del presente a partir del milagro de mantener las propias identidades en un momento de la humanidad en el que se prescribe la homogenización y la desmemoria?

¿El momento para agradecer a Dios por los milagros de nuestra vida?

Janucá tiene la particularidad de dejarnos a entrar en la festividad desde muchos sentidos.

Podríamos dedicar esta reflexión al orgullo de haber vencido a la potencia que nos oprimía. Como decimos en nuestros rezos: En aquella hora tan aciaga, con tu merced abrazaste nuestra causa; arremetiste valerosamente contra el enemigo y pusiste en derrota a los fuertes, entregándolos en manos de los débiles, a los muchos en manos de los pocos, a los impuros en manos de los puros, a los agresores en manos de los inocentes…”

Nos dan orgullo las historias de conquista, sobre todo cuando restauran la justicia y el derecho que habían sido usurpados. Nos gustan las historias trágicas, pero con finales felices. Salimos triunfantes y eso merece ser festejado. Es prácticamente la celebración ideal; al fin un grupo minoritario supera a un enemigo externo, le hacen frente a la colonización y se niegan a perder su esencia cultural y religiosa.

Podríamos dedicar esta reflexión también a recuperar la palabra milagro. En castellano uno podría remontar la etimología de la palabra: procede del verbo latino «mirari», algo que causa admiración. Los latinos llamaban miraculum a aquellas cosas prodigiosas que escapaban a su entendimiento, como los eclipses, las estaciones del año y las tempestades. Y podríamos llenarnos de imágenes que nos produzcan esa admiración, tanto por lo que sucedió entonces, como el milagro de aquella vasija de aceite puro que se encontró entre tanta profanación y destrucción que, en lugar de durar un día, duró ocho.

O podríamos direccionar nuestra mirada a lo que nosotros comprendemos por milagro en nuestro tiempo y darnos un tiempo para agradecer por ellos. Es interesante que en la amidá, la plegaria silenciosa, se ha agregado un pasaje que habla de los milagros, pero, debemos decir que quienes compusieron este texto litúrgico no concebían al milagro separado de las otras manifestaciones que identificaban la victoria: Por los milagros, y por la redención, y por las poderosas acciones, y por las salvaciones y por las guerras que Tú has hecho para con nuestros antepasados en aquellos días, en esta época. Una libre interpretación podría decir: no habrá milagros ni redenciones sin no hay poderosas acciones y luchas que lo hagan posible.

Sin embargo, hoy quiero detenerme en un pequeño detalle de esta festividad. Un pasaje que decimos en el encendido de cada luz durante los 8 días de Janucá:

Encendemos estas luminarias por los milagros y las maravillas, por la redención y las batallas que hiciste por nuestros patriarcas, en aquellos días en esta época, a través de tus kohanim (sacerdotes). Durante los ochos días de Janucá estas luces son sagradas, y no nos está permitido utilizarlas sino para mirarlas únicamente para agradecer y loar a tu gran nombre por tus milagros y tus maravillas y tus salvaciones.

No nos está permitido utilizar las luces. No debemos sacar provecho de ellas. Durante ocho días debemos dejar que suceda algo sin sacar ventaja de ello. Y creo que allí estará el verdadero triunfo sobre el modo de vida que la cultura helénica inició pero que no sucumbió con la caída del imperio: el materialismo, el elegir sólo porque nos conviene, porque nos da ganancia. No hay otro origen ni otro destino más que la utilidad, que define la realidad, y también los vínculos, las ideas, las construcciones sociales. En aquel entonces las deidades eran cosas, llamadas dioses. Hoy, no sé si nos atreveríamos a decirlo, pero para muchos, sin necesidad de estatuas, los dioses siguen siendo los objetos, el consumo, la pertenencia a una clase, como objetivo último de la existencia.

Ahora se entiende por qué el rey Antíoco no quería aniquilar a los judíos o esclavizarlos o expulsarlos de la tierra. Los griegos estaban en guerra no en contra de la existencia física del pueblo judío, sino de su existencia espiritual. Por eso la prohibición de estudiar Torá, circuncidar a los hijos, o servir a Dios. La adoración de un invisible, omnipotente Dios fue sustituida por la adoración de deidades paganas hechas a imagen de hombre.

Lo que estamos intentando celebrar en Janucá es registrar que la conciencia y el pensamiento no necesariamente deben ser propiedades del mundo material. No todo es mensurable, cuantificable. No todo lo que nos hace bien debe ser de nuestra utilidad. Ni siquiera las luces de Janucá, que están allí, que deben ser encendidas, pero de las cuales no me puedo servir como intento hacer con el resto de los fenómenos que suceden a mi alrededor.

Hoy, muchos de nosotros vive cómodamente, en sociedades democráticas que afirman nuestros derechos básicos de supervivencia, con oportunidades disponibles que en tiempos más opresivos nos eran negadas. Y en esta comodidad experimentamos el riesgo de olvidarnos de lo sagrado. O de transformar lo sagrado en un objeto más de nuestra lista de deudas.

Y es interesante, porque de las luces se dice que son sagradas. Quizás es un intento de pedirnos que todo aquello que para nosotros es sagrado, no lo usemos para sacar provecho: que no usemos a nuestros hijos, que no abusemos de nuestras parejas, que no nos sometamos al mundo de la materia como si no hubiera dimensiones superiores.

Encendamos las luces de conocimiento, de la generosidad, la esperaza y del amor. Repactemos con las ideas, con las emociones desinteresadas, con tiempos para el disfrute, con la lectura, con la conversación porque sí, con tiempos de juego, que son en definitiva las luces que se transformarán en los milagros de nuestro tiempo.

Shabat Shalom umevoraj.

Jag Urim Sameaj!

Rabina Silvina Chemen.