PARASHAT VAIÉSHEV: Lo que hacemos y decimos, influye en otros.


A medida que se desarrolla la historia de los hijos de Iaacov, hay un súbito aumento de la tensión entre ellos que amenaza con cargarse de violencia.

Iosef, el undécimo de los doce, es el hijo favorito de Iaacov. Era, dice la Torá, el hijo que tuvo Iaacov ya a una edad avanzada. Y lo que es más significativo aún, era el primer hijo de la amada esposa de Iaacov, Rajel.
Iaacov lo “amaba más” que a sus otros hijos, y ellos lo sabían y estaban molestos por eso.

Estaban celosos del amor de su padre. Los irritaban los sueños de grandeza que tenía Iosef. Les provocó mucho enojo ver la vestimenta de colores que Iaacov le había dado como muestra de su amor.

Luego llegó la oportunidad. Los hermanos, lejos de casa, cuidaban el rebaño cuando apareció Iosef en la distancia; Iaacov lo había enviado para que él viera qué hacían. Su envidia y odio habían alcanzado tal punto que resolvieron vengarse con violencia. “¡Ahí viene el soñador!”, se decían el uno al otro. “Vamos, matémoslo y tirémoslo dentro de una de estas cisternas, y digamos que se lo comió un animal. Ahí veremos lo que pasa con sus sueños”.

Sólo uno de los hermanos no estuvo de acuerdo: Reubén. Sabía que lo que proponían estaba mal, y se opuso. En este punto, la Torá hace algo extraordinario. Hace una declaración que no es una verdad literal, y nosotros, al leer la historia, lo sabemos. El texto dice: “Y Reubén escuchó y lo salvó (a Iosef) de ellos”.

Sabemos que esto no puede ser verdad por lo que sucede luego. Reubén, al darse cuenta de que está solo contra muchos, idea una estrategia. Dice: “No lo matemos. Tirémoslo vivo dentro de una de estas cisternas y dejémoslo morir. De esa manera, no seremos responsables directos por su asesinato”. Su intención era volver más tarde a la cisterna, cuando los demás no estuvieran cerca, y rescatar a Iosef. Cuando la Torá dice “Y Reubén escuchó y lo salvó de ellos” usa el principio de que “Di-s considera como acción a una buena intención”.

Reubén quería salvar a Iosef y tenía la intención de hacerlo, pero no pudo hacerlo. El momento pasó, y para cuando él hubiera podido actuar ya era demasiado tarde. Cuando volvió a la cisterna, se encontró con que Iosef ya no estaba, porque había sido vendido como esclavo.

Sobre esto, el Midrash dice: “Si sólo Rubén hubiera sabido que el Santo, bendito sea, escribiría ‘Y Reubén escuchó y lo salvó de ellos’, hubiera alzado a Iosef sobre sus hombros y lo hubiera llevado de regreso con su padre”
¿Qué significa esto?
Consideremos lo que habría ocurrido si Rubén hubiera actuado en el momento. Iosef no habría sido vendido como esclavo. No habría sido llevado a Egipto. No habría trabajado en la casa de Potifar. No le habría gustado a la esposa de Potifar. No habría sido encarcelado con cargos falsos. No habría interpretado los sueños del copero ni del panadero, ni habría interpretado, dos años más tarde, los sueños del faraón. No habría sido nombrado virrey de Egipto. No habría llevado a su familia a vivir allí.
Para estar seguros, Di-s ya le había dicho a Abraham, muchos años antes: “Debes saber con seguridad que tus descendientes serán extranjeros durante cuarenta años en un país que no es el suyo, y que allí serán esclavizados y maltratados”.

Los israelitas se hubieran convertido en esclavos, sea como fuere. Pero al menos esto no hubiera sido resultado de sus propias disfunciones familiares. Se hubiera evitado un capítulo entero sobre la culpa y la vergüenza judías.

Si sólo Rubén hubiera sabido lo que sabemos nosotros. Si sólo hubiera podido leer el libro. Pero nunca podemos leer el libro que habla de las consecuencias que tienen nuestros propios actos a largo plazo. Nunca sabemos cuánto afectamos la vida de los otros. Por ello hay que ser muy cuidadosos con lo hacemos y decimos…
Fuente: AIP