Estamos cerrando el libro de Shemot. En un año que, al tener un mes más, que estamos transitando, nos obliga a separar dos parashot que en general van juntas. Hoy nos dedicaremos sólo a Vaiakhel y la semana entrante estudiaremos la última parashá de este libro, Pekudei.
Ya estamos instalados –aunque suene contradictorio- en la errancia por el desierto. Egipto va quedando atrás y otro orden comienza a asentarse. Uno de los recursos para lograrlo fue el Mishkán, el Tabernáculo; un espacio seguro y fijo que acompaña la caminata por la inmensidad. Allí mora la divinidad, allí se ubican las ofrendas y los rituales, allí se imparte justicia, allí se perdona y se pide perdón.
Una serie de objetos significan el vínculo de este pueblo con Dios y en esta parashá se presenta el kior -la pila-, hecha con el bronce que se utilizaba como espejo en aquel entonces.
Este año cuando volví a estudiar la parashá se me suscitó una inquietud sobre la que nunca antes había reparado. Se las comparto:
En el versículo 8 del capítulo 38 de Shemot-Éxodo está escrito:
וַיַּעַשׂ אֵת הַכִּיּוֹר נְחֹשֶׁת וְאֵת כַּנּוֹ נְחֹשֶׁת–בְּמַרְאֹת הַצֹּבְאֹת, אֲשֶׁר צָבְאוּ פֶּתַח אֹהֶל מוֹעֵד.
“Hizo la pila de bronce y su base de bronce, con los espejos de las (mujeres es una inferencia de todas las traducciones, pero en el hebreo no aparece el sustantivo mujeres) reunidas que servían/velaban/ se juntaban (en hebreo “tzovot”, verbo en femenino) a la puerta de la tienda de reunión.”
Les pido disculpas por la confusión. Hoy vamos a hablar del verbo “tzovot”, צֹּבְאֹת que me dejó pensando.
Las traducciones no son unívocas. Algo sucedía fuera del Tabernáculo, a las puertas del mismo. Se supone, poque el verbo está en femenino plural, que esa acción correspondía a las mujeres, todas juntas. Servían, velaban, se reunían… son algunas de las posibilidades.
Para comprender mejor qué era lo que hacían las mujeres que donaron sus espejos para poder construir ese elemento que aseguraría la pureza ritual a los ingresantes al Tabernáculo (obvio; solamente varones) vamos a buscar el mismo verbo en otros contextos.
La primera vez que encontramos la raíz de esta palabra es en Bereshit- el Génesis 2:1, cuando se termina la obra de la creación divina.
וַיְכֻלּ֛וּ הַשָּׁמַ֥יִם וְהָאָ֖רֶץ וְכָל־צְבָאָֽם׃
Y nuevamente nos encontramos con ambigüedades en la traducción:
“Así fueron acabados los cielos y la tierra y todas sus huestes/ todo lo que en ellos hay/ todo el ejército de ellos/ todo su ornamento (tzevaam)”.
La palabra tzevaam, que comparte la raíz con tzovot, no nos ayuda, sino que, por el contrario, nos complica el panorama. Fue completada la creación de los cielos y la tierra y todo su ¿ornamento?, ¿lo que hay en ellos?, ¿las huestes?, ¿los ejércitos?
Y me pregunto: ¿Qué ejércitos fueron creados al comienzo del universo? ¿y a qué se referirán con las huestes? (Sé que muchos estarán pensando el sintagma “huestes celestiales”, y yo agrego: ¿hay algo más opuesto que un ejército constituido por ángeles o por el sol, la luna y las estrellas?)
Sigamos buscando. Nos vamos a Shemot/Éxodo 12:51
וַיְהִ֕י בְּעֶ֖צֶם הַיּ֣וֹם הַזֶּ֑ה הוֹצִ֨יא ה’ אֶת־בְּנֵ֧י יִשְׂרָאֵ֛ל מֵאֶ֥רֶץ מִצְרַ֖יִם עַל־צִבְאֹתָֽם׃
“Y sucedió que aquel mismo día, el Señor sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto por sus ejércitos/por sus grupos (tzivotam)”. Otra vez no hay acuerdo en la traducción de la palabra.
Es lógico sospechar que un grupo de siglos esclavizado no tiene ejército, ¿verdad? Naftali Zvi Yehuda Berlin va a explicar que salieron ordenados, con cierta disciplina para evitar la confusión.
Último intento: En el libro de Devarim- Deuteronomio 4:19:
וּפֶן־תִּשָּׂ֨א עֵינֶ֜יךָ הַשָּׁמַ֗יְמָה וְֽ֠רָאִיתָ אֶת־הַשֶּׁ֨מֶשׁ וְאֶת־הַיָּרֵ֜חַ וְאֶת־הַכּֽוֹכָבִ֗ים כֹּ֚ל צְבָ֣א הַשָּׁמַ֔יִם וְנִדַּחְתָּ֛ וְהִשְׁתַּחֲוִ֥יתָ לָהֶ֖ם וַעֲבַדְתָּ֑ם אֲשֶׁ֨ר חָלַ֜ק ה’ אֱלֹקֶ֙יךָ֙ אֹתָ֔ם לְכֹל֙ הָֽעַמִּ֔ים תַּ֖חַת כָּל־הַשָּׁמָֽיִם׃
“No sea que levantes los ojos al cielo y veas el sol, la luna, las estrellas y todo el ejército (tzeva) del cielo, y seas impulsado a adorarlos y servirlos, cosas que el SEÑOR tu Dios ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos.”
‘Ejército del cielo’ no aparenta ser ni siquiera un giro poético. No hay nada más armónico y pacificador que mirar a un cielo lleno de formaciones estelares, no hay nada que despierte menos belicosidad que la contemplación de una galaxia…
Todo este denso recorrido intenta desandar- sin éxito- el motivo por el cual, siendo que las palabras derivadas de la raíz צ.ב.א aluden en gran parte a reunión, ordenamiento, ornamento, grupalidad…prevaleció en la memoria y en la traducción ligada al enfrentamiento armado, al conflicto bélico.
A Dios se lo llama “Adonai Tzevaot” y se lo traduce como el “Dios de los ejércitos”, cuando quizás podríamos aventurarnos a decir que es el Dios que nos mantiene reunidos, unidos, ordenados, o el Dios cuya misión es velar por nosotros.
¿Por qué elegimos esa acepción de la palabra, cuando en nuestra parashá claramente no tiene que ver con una acción de fuerza militar sino de una práctica que en aquel entonces las mujeres ejercían a las puertas del Tabernáculo; la de juntarse probablemente, dicen algunos, a realizar algún ritual o de participar puertas afuera de lo que el mundo de los varones tenía permitido puertas adentro?
Aventuro una hipótesis que no tengo cómo comprobarla. El derrotero de palabras de las que hemos perdido su significado original y que sólo las comprendemos a partir de sus múltiples traducciones, puede esconder una trampa.
Damos por sentado que Dios es el Dios de los ejércitos, que en el mejor de los casos es un ejército celestial, cuando la raíz de la palabra ejército tiene que ver también con reunión, con congregación y ordenamiento social.
Las mujeres se reunían fuera del Santuario. Ellas mismas en un gesto mancomunado decidieron donar sus espejos y, como explican algunos exégetas, hasta renunciar a ese gesto de mirarse en ellos y arreglarse el cabello, como acto de arrojo y profunda entrega en su fe.
Dios crea al mundo y culmina su obra con los cielos, la tierra y todos los sistemas agrupables posibles en el universo.
Los hijos de Israel, hasta ese momento esclavos, salen por grupos, con cierta organicidad en el caos de la huida del imperio opresor.
Es verdad que también aparecen en el texto bíblico situaciones en las que se habla de una formación para la guerra como en Bemidbar-Números 1:3
מִבֶּ֨ן עֶשְׂרִ֤ים שָׁנָה֙ וָמַ֔עְלָה כָּל־יֹצֵ֥א צָבָ֖א בְּיִשְׂרָאֵ֑ל תִּפְקְד֥וּ אֹתָ֛ם לְצִבְאֹתָ֖ם אַתָּ֥ה וְאַהֲרֹֽן׃
“De veinte años arriba, todos los que pueden salir a la guerra (tzava) en Israel, los contaréis tú y Aarón por sus ejércitos (tzivotam).”
Estas operaciones del lenguaje no son inocentes, ni entonces ni ahora.
Por algún motivo se ha divulgado un Dios capitán de un ejército, cuando yo elijo que sea el motor de nuestra iniciativa para vivir reunidos, fortalecidos por la presencia de los demás en nuestras vidas.
Por algún motivo se ha difundido que las constelaciones del cielo son ejércitos y no maravillosas formaciones que nos enseñan que todo es más bello cuando estamos en grupo.
Apurados por manejar un lenguaje que no tenga vericuetos, hemos comprado los atajos de creer que las palabras son unívocas, que sólo debemos repetirlas y así creemos que portamos verdades absolutas.
El lenguaje y las palabras tienen historias, contextos, fragmentos, ambigüedades y aristas que hacen de nuestros decires operaciones más complejas y más interesantes.
Es un viaje a la multivocidad, al vértigo de la aventura del significar sabiéndonos buscadores de sentido más que obturadores con verdades absolutas.
Los santuarios se construyen con personas reunidas alrededor de un propósito generoso mucho más que con personas armadas hasta los dientes.
La fe se fortalece mucho más con un Dios que alberga que con un capitán de una legión que convoca a la violencia.
Somos lo que decidimos decir. Revisemos nuestras palabras. Nuestros modos de recibirlas. No las hemos inventado nosotros, pero al momento de pronunciarlas, hemos hecho la opción de hacerlas nuestras.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen