“Llamó Moshé a todo Israel y les dijo: Oye, Israel, los estatutos y decretos que yo pronuncio hoy en vuestros oídos; aprendedlos, y guardadlos, para ponerlos por obra. Adonai nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb. No con nuestros padres hizo Adonai este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos. Cara a cara habló Adonai con vosotros en el monte de en medio del fuego. Yo estaba entonces entre Adonai y vosotros, para declararos la palabra de Adonai; porque vosotros tuvisteis temor del fuego, y no subisteis al monte.” Devarím 5:1-5
Éste es el preámbulo de la evocación de los llamados diez mandamientos.
Moshé está a punto de repetirlos tal como recuerda haberlos escuchado en el monte Sinai de la misma Voz Divina.
Recordemos que todo el libro de Devarím es el intento de fijar en la memoria los sucesos y conceptos fundantes de nuestro pueblo. Con la particularidad de insistir que los eventos de la historia perduran en tanto cada generación los haga suyos.
“No con nuestros padres hizo Adonai este pacto”, -no les voy a relatar algo ya acaecido, escucho decir a Moshé. -En este pacto nosotros tenemos nuestra parte; “… nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos.”
Desconozco las circunstancias reales en las cuales fue escrito este texto ni los diálogos que habrían existido entre los escribas para dejar asentada semejante huella en nosotros como pueblo. Una decisión sobre lo que significa mantener vivo un relato histórico en tiempo presente. Un relato que se mantiene vivo cada vez que se lo lee; “nosotros, todos los que estamos aquí”.
Démonos entonces la licencia de ubicarnos en este exacto momento en el que seremos protagonistas de la Revelación Divina. ¿Qué significará entonces ser parte de este evento al que no le podremos ya adjudicar un valor mítico o metafísico porque nos estaría ocurriendo a nosotros?
“La revelación es el llamado de Dios al hombre para participar en la redención del mundo. Lo que es revelado o dado al hombre es su responsabilidad… no se revela un contenido sino la presencia, como un poder que asegura la reciprocidad y confirma el sentido de la vida en la tierra”; escribió el filósofo lituano-estadounidense Alexander Kohanski analizando a Martin Buber en su obra Yo-Tú.
La revelación que sucedió en Sinai no es un acto unilateral de Dios que derrama sobre aquellas personas que estuvieron allí. ¿Qué recibimos y qué seguimos recibiendo? La responsabilidad, el compromiso de lo que debemos hacer con nuestra parte; un poder que asegura la reciprocidad es una fe que no inmoviliza ni coarta, sino que nos necesita a cada uno, a cada una, firmes en el lugar en el que nos toca construir la realidad. ¿Qué es la revelación? Una confirmación: Sí, la vida tiene sentido, no porque nos es dado o le corresponde sólo a algunos afortunados, sino porque podemos y debemos encontrarlo.
“No puedo entender —escribe Buber— los acontecimientos de la revelación divina como un contenido divino derramado en el vaso vacío del ser humano. La revelación actual significa para mí el rompimiento de la eterna luz divina dentro de la multitud humana, o sea, el rompimiento de la unidad en la contradicción.”
Una maravillosa imagen que me permite decir lo que tantos percibimos de esta presencia trascendente en nuestras vidas. Lejos del purismo pretendido por muchos, del inalterable contenido que tantas veces se les adjudica a los textos atribuidos a la voz de Dios, Martin Buber comprende que esa Luz Eterna, Divina, se rompe para entrar en cada uno, entendiendo que no somos vasijas vacías; somos lo que pensamos, lo que recibimos, lo que soñamos, lo que comprendemos. Esa Luz Única se rompe metafóricamente en cada uno de nosotros, iluminando diferentes aspectos de nuestro ser y para el mundo. La unidad se transforma en contradicción; lo unívoco y monolítico deviene en pura posibilidad y diversidad de matices.
“No conozco otra revelación -sigue Buber- que la del encuentro de lo divino y lo humano en el que lo humano tiene tanta parte como lo divino. Lo divino me parece como un fuego que derrite el mineral humano. Pero lo que resulta de ahí no es algo que estuviera en la naturaleza del fuego.”
La revelación es mucho más que aquel momento en el que se escuchó la palabra de Dios. Es el resultado de una decisión; la de ser parte de la obra. Somos mineral humano, pero al entrar en contacto con el fuego sucede la mejor pieza de arte, que es una vida con sentido.
Cuando Moshé bajó con las primeras Tablas y vio al pueblo danzando alrededor del becerro, algunos creen que las tiró a causa de su ira por la desobediencia. Pero hoy me permito pensarlo de otro modo; una ley que no le llega al pueblo, a cada uno de sus integrantes, termina haciéndose añicos.
La tradición judía no concibe a la divinidad como un ser trascendente que impone y dirige en la historia. “Si el judaísmo piensa en Dios como señor de la historia, también piensa que este Dios se deja implicar realmente en ella, y que la historia de «los hombres ante Dios» es, por ello, la historia misma de Dios”, escribió Diego Sánchez Meca, filósofo español en su libro Martin Buber.
Nuestras acciones humanas tienen consistencia histórica. Socios de Dios en esta revelación somos señores de la historia que contamos y que generamos con cada decisión que tomamos.
La revelación, la percepción de la Presencia Divina no nos somete, no nos empequeñece y mucho menos nos adoctrina.
Nos modifica porque somos testigos del gesto más sublime de reciprocidad y de confirmación de una visión de sentido y valor por la vida y la construcción social.
La Torá que estamos por recibir nuevamente en esta parashá es un libro vivo que relata los encuentros dialógicos entre el ser humano y Dios. Los mismos preceptos de la Torá no son otra cosa que la respuesta humana confiada frente a la revelación de Dios.
Hoy estamos acá.
Somos parte de una experiencia única que nadie podrá vivir por nosotros ni imponérnosla.
Somos parte de un diálogo eterno que necesita nuestra voz para hacerse realidad en el mundo.
Somos mucho más de lo que nos han dicho que éramos; parte inescindible de la realidad de Dios en esta tierra.
Volveremos a escuchar “Yo soy Adonai tu Dios…” cuando cada uno abrace el lugar que le toca en este momento de la historia.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen