PARASHAT EKEV: No sólo de pan…

En esta parashá, como en todo el libro de Devarim, escuchamos a un Moshé reflexivo, volviendo a contar la historia desde su punto de vista y con la perspectiva de la nueva realidad que habitará este pueblo apenas crucen el río Jordán y regresen de una vez a su tierra.

Hoy quiero pensar junto a Uds. una de las frases quizás más repetidas en el acervo popular, que está en nuestro texto y que merece una profundización.

Moshé evoca la milagrosa subsistencia de este pueblo durante la travesía en el desierto; el fuego que los abrigaba de noche, la nube que los protegía de día, los vestidos que no envejecían, los pies no se hinchaban y el pan que caía del cielo, el maná que los alimentó día tras día.

Al respecto Moshé pone en valor le hecho de haber recibido el maná durante todo este tiempo, pero lo pone en contexto. Has recibido gratuitamente alimento, pero de esto tendrás que aprender una lección para tu vida:

…” para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Adonai vivirá el hombre.” Devarím 8:3

No sólo de pan vive el hombre es una frase que la escuchamos a menudo. Habla de la necesidad de buscar nutrientes en otros aspectos de la vida, de desprenderse de lo material como la única aspiración del ser humano, de procurar otras fuentes de alimento espiritual… en fin, todo lo que ya conocemos.

¿Cuál es la otra parte del versículo? No sólo de pan sino de todo lo que sale de la boca de Adonai. Todo lo prescripto en el desierto, toda la normativa ética, humana, social, ritual, aprendida durante la travesía es un componente imprescindible para la salud y el crecimiento del individuo y del pueblo.

Ibn Ezra (España, siglo XII) va a explicarlo de este modo: “El significado de nuestro versículo es, el hombre no vive solo de pan sino del poder, o con el poder, que viene de lo alto por mandato de Dios. Este es el significado de lo que procede de la boca del Señor. El hecho de que no comiste pan y vivieras es una prueba de ello. “

No es únicamente la comida lo que necesitas para vivir, sino fundamentalmente la conciencia y la gratitud de consumir de un mundo creado por Dios, el asombro de no perder la conexión de lo trascendente en el acto cotidiano y repetitivo del comer.

Najal Kedumim (un comentario cabalístico a la Torá escrito por Jayyim Yosef David Azulay, siglo XVIII) entiende que “no sólo de pan vivirá el hombre” está hablando de la necesidad vital de cultivar el alma.

Y se pregunta: ¿Cómo puede el alma nutrirse en un cuerpo material que se alimenta de la materialidad? Lo que alimenta el alma es la bendición sobre la comida.

Por eso habla de “lo que sale de la boca” … Se ingiere el alimento, y se fortalece el cuerpo. Se pronuncian bendiciones… y se fortalece el alma. Y así como Dios hizo realidad el mundo material con las palabras que salieron de su boca y todo su espíritu descendió al mundo de la materia, así nosotros con nuestra conciencia por las bendiciones que tenemos de este mundo, hacemos vivir a nuestra alma.

Al respecto, Rabí Schneur Zalman de Liadi, (maestro jasídico del s. XVIII) agrega esta bella metáfora:

“Pero la verdadera fuente de alimento es la «expresión divina» en cada creación y, como enseñan los cabalistas, cuanto más «inferior» es la creación, más elevada es la energía divina que contiene. En esto, el universo se asemeja a una pared derrumbada, en la que las piedras más altas caen más lejos.”

Las piedras más altas caen más lejos y quizás por eso no conseguimos ubicar en nuestras cotidianeidades la dimensión de lo divino; lo percibimos lejos y muchas veces lo olvidamos o lo negamos como parte de nuestra existencia.

Pero hoy me gustaría tomarme una licencia con el texto de la Torá – y sé que sabrán perdonarme – porque quisiera agregar otro significado a todo este recorrido:

“… no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca…”

Este año, cuando volví a leer la parashá me encontré comprendiendo este versículo de otro modo. No vivimos sólo de lo que nos alimentamos, no vivimos sólo porque somos seres de materia y materialidades, también vivimos – o morimos – de lo que sale de “nuestras” bocas. (Si se me permite no sólo de la boca de Dios, sino que vivimos – o morimos – con lo que decimos y con lo que otros nos hacen escuchar.)

Las palabras que decimos nos fortalecen o nos enferman. Nos ponen de pie o nos hunden. Las palabras que decidimos decir y las que decidimos escuchar nos sostienen o nos derrumban. Nuestros mundos se definen y se perciben a través de las palabras que pronunciamos. Nuestros vínculos se afianzan o se degradan con las palabras que dedicamos. Nuestras familias se llenan de esperanza o se rompen con las palabras que pronunciamos.

Pareciera ser que el alimento del cuerpo tiene su equivalente en las palabras que decimos, que nos constituyen y que son el reflejo de nuestra alma.

No sólo de pan vivimos, no sólo de satisfacer nuestras necesidades económicas y sociales. Hemos perdido el registro de que necesitamos las buenas palabras, las de aliento, las de confianza, las de deseo, las de fe, las de empatía, las de empuje, las de apoyo, para seguir vivos.

Estar habitados de palabras sombrías, de sospecha, de desesperanza, de confrontación hace que nuestras vidas sean un poco menos vivibles. Aunque elijamos con exquisito gusto los manjares que comemos, hay otro menú que nos está esperando; el de la buena palabra que aliviana tantísimo el peso de este tiempo tan enajenado por la incertidumbre, el odio y la desazón.

Quisiera despedirme con un texto bello del escritor uruguayo Eduardo Galeano, “La casa de las palabras”, como para cerrar nuestra conversación con un modo bello de decir:

“A la casa de las palabras, soñó Helena Villagra, acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido. En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino…”

Busca en tu casa, en los frascos de tu vida y tu memoria las palabras que quizás perdiste, esas que están locas de ganas de volver a ser elegidas. Y vive también de ellas…

¡Shabat Shalom umevoraj!

Rabina Silvina Chemen