A veces la Torá dice cosas de fundamental importancia en lo que aparenta ser un comentario menor y marginal. Hay un ejemplo preciso de esto cerca del comienzo de esta parashá.
En la parashá pasada leímos como Moshé fue enviado por Dios a conducir a los israelitas a la libertad, y cómo sus primeros intentos fracasaron. El Faraón no sólo no permitió liberar al pueblo, sino que empeoró aún más las condiciones de trabajo. Debían fabricar la misma cantidad de ladrillos que antes, pero ahora debían buscar la paja ellos mismos. El pueblo se quejó ante el Faraón, después ante Moshé y Moshé le reclamó a Dios. “¿Porqué has traído problemas a esta gente? ¿Porqué me has enviado?”
Al comienzo de la parashá de esta semana Dios le dice a Moshé que efectivamente conducirá a los israelitas a la libertad, y le pide que anuncie esto al pueblo. Luego leemos esto:
“Entonces Moshé le dijo esto a los israelitas pero ellos no lo escucharon, porque su espíritu estaba quebrado y porque el trabajo era duro”. (Ex. 6: 9)
La frase resaltada resulta evidentemente simple. El pueblo no escuchó a Moshé porque anteriormente ya les había llevado mensajes de Dios, y no sirvieron para mejorar en nada la situación. No tenían tiempo para promesas utópicas que no parecían tener contacto con la realidad. Moshé ya les había fallado
Pero hay algo más sutil que está ocurriendo bajo la superficie. Cuando Moshé se encontró por primera vez con Dios en la zarza ardiente, Dios le dijo que asuma la libertad de los judíos como líder, y Moshé se negaba, basándose en la convicción de que el pueblo no lo escucharía. No era hombre de palabras. Era lento de palabra y lengua. Era un hombre de “labios circuncisos”(Éxodo. 6:30). Carecía de elocuencia. No podía hacer vibrar a las masas, no era un líder inspirador.
Sin embargo, Moshé tuvo y no tuvo razón. La tuvo porque el pueblo no lo escuchó, pero se equivocó en los motivos. No tuvo nada que ver su falencia como líder o como orador. En realidad, no tuvo para nada que ver con Moshé. No lo escucharon “porque su espíritu estaba quebrado y porque el trabajo era duro.” En otras palabras, si quieres mejorar la situación espiritual del pueblo, primero debes mejorar su situación física. Éste es uno de los aspectos más humanizantes del judaísmo.
Maimónides lo enfatizó en su Guía para los perplejos. La Torá, dice, tiene dos objetivos: el bienestar del alma y el bienestar del cuerpo. El bienestar del alma es algo interno y espiritual, pero el bienestar del cuerpo requiere una sociedad y una economía fuerte donde impere la ley, la división del trabajo y la promoción del intercambio comercial. Tenemos bienestar corporal cuando las necesidades físicas están cubiertas, pero nada de esto lo podemos hacer por cuenta propia. Nos especializamos e intercambiamos. Por eso necesitamos una sociedad buena, fuerte y justa.
Los logros espirituales, dice Maimónides, son mayores que los materiales, pero necesitamos asegurar estos últimos primero, porque “una persona que sufre intensamente de hambre, sed, frío o calor, no puede captar una idea aunque sea comunicada por otros, y mucho menos puede arribar a ella por su propio razonamiento.” En otras palabras, si las necesidades físicas están insatisfechas, no hay forma de que podamos arribar a alturas espirituales. Cuando los espíritus de la gente están quebrados por el trabajo duro, no pueden escuchar a Moshé. Si quieres mejorar la situación espiritual de la gente, debes primeramente mejorar su condición física.
Esta idea fue expresada clásicamente en tiempos modernos por dos psicólogos judíos de Nueva York, Abraham Maslow (1908-1970) y Frederick Herzberg (1923-2000). Maslow estaba fascinado por la cuestión de porqué mucha gente no logra su máximo potencial. También creyó – como luego hizo Martín Seligman, el creador de la psicología positiva – que la psicología debía enfocarse no sólo en la curación de enfermedades sino también en la promoción positiva de la salud mental. Su contribución más famosa al estudio de la mente humana fue su “jerarquía de necesidades.”
No somos un mero paquete de necesidades y deseos. Hay un claro ordenamiento de ellos. Maslow enumeró cinco niveles. Primero vienen nuestras necesidades fisiológicas: alimento y resguardo, las necesidades básicas para la supervivencia. Después vienen las necesidades de seguridad: protección contra el daño que nos puedan causar otros. Tercero, está nuestra necesidad de amor y pertenencia, sobre eso viene nuestra necesidad de reconocimiento y estima, y aún más arriba que eso la auto- actualización: cumpliendo con nuestro potencial, llegando a ser la persona que percibimos que podríamos y debiéramos ser. En sus últimos años, Maslow agregó una etapa aún más alta: la auto- trascendencia, la elevación del ser a través del altruismo y la espiritualidad.
Herzberg simplificó toda esta estructura diferenciando las necesidades fisiológicas de las espirituales. A las primeras, las llamó las necesidades de Adán, y a las segundas, necesidades de Abraham. A Herzberg le interesaba especialmente saber qué es lo que motiva a la gente en el ámbito laboral. Cuando percibió, a fines de los años 50, que el dinero, el salario y recompensas financieras (como acciones preferenciales, etc.) no son los únicos factores de motivación. La gente no necesariamente trabaja más, mejor y con mayor creatividad si recibe más dinero. El estímulo salarial funciona hasta cierto nivel, pero más allá de eso, el verdadero factor de motivación es el desafío de crecer, crear, encontrar un sentido e invertir el mayor talento en una gran causa. El dinero apela a las necesidades de Adán, pero el sentido lo hace a las de Abraham.
En verdad, los judíos y el judaísmo tienden a vivir una vida más plena que muchas otras fes y civilizaciones. La mayoría de las religiones son culturas de aceptación. Hay pobreza, hambre y enfermedad en la tierra porque es así como es el mundo; así lo hizo Dios y así lo quiere. Efectivamente, podemos encontrar felicidad, nirvana o beatitud, pero para lograrla hay que escapar del mundo mediante la meditación o refugiándose en un monasterio, o por drogas o en trance, o esperando pacientemente a la alegría que nos espera en el mundo venidero. La religión nos anestesia contra el dolor.
El judaísmo no es así en absoluto. Tratándose de pobreza y dolor en el mundo, la nuestra es una religión de protesta, no de aceptación. Dios no quiere que la gente sea pobre, hambrienta, enferma, oprimida, sin educación, desprovista de sus derechos, o sujeta a abusos. Él nos ha hecho Sus agentes en esta causa. Quiere que seamos Sus socios en la tarea de la redención. Es por eso que hay tantos médicos judíos combatiendo las enfermedades, abogados luchando contra la injusticia, o educadores contra la ignorancia. Es seguramente por eso que han producido tantos economistas pioneros (y premios Nóbel).
Como escribió Michael Novak (citando a Irving Kristol): “El pensamiento judío siempre se ha sentido cómodo con cierta mundanidad bien ordenada, mientras que el cristianismo siempre se ha sentido atraído por la extramundanidad. El pensamiento judío ha tenido una orientación cándida hacia la propiedad privada, mientras que el pensamiento cristiano – articulado principalmente desde el período temprano entre curas y monjes – ha tratado persistentemente de orientar la atención de sus adherentes, de las actividades e intereses de este mundo, al próximo. Como consecuencia, guiados por la ley y por los profetas, el judío común se ha sentido más a gusto en este mundo, mientras que el católico común ha considerado a este mundo como un valle de tentaciones y como una distracción de su objetivo principal, que es la preparación para el mundo venidero”.
Dios está para ser hallado en este mundo, no solo en el próximo. Pero para poder elevarnos a las alturas espirituales debemos antes satisfacer nuestras necesidades materiales. Abraham fue más grande que Adán, pero Adán vino antes que Abraham. Cuando el mundo físico es duro, el espíritu humano se quiebra y el pueblo no puede escuchar la palabra de Dios, aunque sea expresada por un Moshé.
Levi Itzjak de Berdichev lo dijo bien: “No te preocupes por el estado del alma del otro y por las necesidades de tu cuerpo. Más bien, dedícate a preocuparte por el cuerpo del otro y por el estado de tu propia alma.”
Aliviar la pobreza, curar enfermedades, asegurar la vigencia de la ley y el respeto por los derechos humanos: esas son tareas espirituales no menores que la plegaria o el estudio de la Torá. Es cierto que estos últimos son más elevados, pero el anterior es prioritario. El pueblo no puede oír la palabra de Dios si su espíritu está quebrado y el trabajo es duro.
Rabino Sacks.