LOS NADIE
Eduardo Galeano
Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadies con salir de pobres,
que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca,
ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
por mucho que los nadies la llamen
y aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones,
sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos,
sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.
Las temáticas predominantes de esta parashá, aquellas que tienen que ver con nuestro linaje, los relatos del patriarca Iaakov nos nublan la vista a pequeños detalles que aparecen, casi como jugando a las escondidas, dándole un giro absoluto a todo lo que venimos comprendiendo.
Versículos que aparentemente narran aspectos secundarios, significan de otro modo, toda la trama.
Estamos en el momento en el que Iaakov comienza el derrotero de aprendizajes a lo largo de una vida que lo llevará a comprender que los lugares en la familia y en la historia se ganan por el propio accionar y que nada podrán hacer las estrategias ni las argucias para conseguirlos.
Iaakov le comprará la primogenitura a su hermano Esav, y le robará la bendición del primogénito a su padre Itzjak. Iaakov quiere ser primero, o único, me atrevo a decir.
Cuando enseñé la parashá a los chicos que harían su Bar Mitzvá esta semana, les sorprendió que la Torá no relate ningún episodio que lo defina a Esav como un malvado. Y se preguntaban; -pero… ¿de dónde sacaron esto?
Esto me llevó a reflexionar acerca de cómo educamos aún en estos tiempos, en paradigmas binarios, duales…
Iaakov necesita ser presentado como un “bueno” absoluto y, por ende, su hermano, su par antitético, debe ser un “malo” absoluto. Cuando en realidad eran diversos, con talentos diferentes y funciones para cada uno en su familia.
La historia es conocida. No por ley natural sino por una decisión de Rivka -que sus razones habrá tenido, aunque no estén reflejadas en el relato- Iaakov es el heredero y Esav queda afuera de este tronco de la historia. Y esto también lo hemos enseñado. Pareciera ser que para que alguien se consagre, otro debe quedar condenado a las márgenes.
Esav se casa con mujeres cananeas, no aceptadas por sus padres. Quizás como acto de protesta, o de resignación porque lo dejaron afuera. Aparentemente esto no fue suficiente. Necesita otro gesto, ya no de venganza sino de reparación. ¿Y dónde va a buscarlo? A las márgenes, donde quedó su tío abuelo, Ishmael, el hermano de su abuelo Abraham. Él también había quedado afuera de la promesa. Y su hija, Majalat, pasará a ser su esposa.
“Y vio Esav que las hijas de Canaán desagradaban a su padre Itzjak. Entonces Esav fue a Ismael y tomó a Majalat, la hija de Ismael, hijo de Abraham, hermana de Nebaiot, además de sus otras mujeres.” Bereshit 28:8-9
Majalat es familia. La hija de Ismael, el hijo de Abraham y de Hagar, a quien Dios consuela cuando ella y su hijo están a punto de morir en el desierto después de haber sido expulsados . Hagar es la primera persona de la que se registra que le dio un nombre a Dios. Como está escrito: «llamó el nombre del Eterno que le habló, Tú eres El Roé (un Dios que ve)» (Bereshit 16:13). Majalat es la nieta de una mujer que se encontró con Dios.
El Talmud de Jerusalem, en el tratado de Bikurim explica que el nombre “Majalat” proviene de la palabra “mejilá” que significa perdón, reconciliación.
Y no es un dato menor.
Cada época de la historia tiene sus “nadies”, como dice Galeano, condenados a las afueras de cualquier centro. Las razones son múltiples pero el dolor es el mismo.
Son aquellos que ni siquiera se recuerdan cuando se escribe la historia, y en el mejor de los casos, son los perversos y malvados que se merecen tamaño olvido o la condena de la memoria.
Pero los “nadies” a veces se dan cuenta que sus vidas están en sus manos. Y con sus circunstancias se juntan con otros “nadies” para no quedar enterrados por las miradas de los otros.
Entonces se entiende que la parashá que habla de la gran equivocación de nuestro patriarca Iaakov de querer manotear por la fuerza una bendición, no termine con una resolución tibia como la de su huida a las tierras de la familia de su madre. Debe terminar con un Esav que vuelve a ponerse de pie, y, sin poder quedarse con su madre, busca familia en la casa de Ishmael y se une a Majalat, aquella que lo reconcilia con el valor de la vida, más allá de todo lo que sufrió. De allí armarán familia, clan y tribu. Con el amargo recuerdo de no haber conseguido crecer y envejecer en la familia donde nació, pero con la satisfacción de no haberse entregado a la vida que otros habían planeado por él. Será la dignidad que se ocupó de recuperar la que lo haya transformado en la persona que después de más de 20 años se encuentre con su hermano y pueda darle un abrazo, sin rencores.
Parashat Toldot es un modo de leer la historia. O decidimos hacerla sólo a partir de los monólogos de sus personajes centrales o comprendemos de una vez que la historia la escriben los alejados, los perdidos, los exitosos, los seguros, los vacilantes, los heridos, los que protegen, los que dañan…
Las márgenes son parte de la hoja de un cuaderno, y allí habitan todos los “nadies” que tantes veces pretendemos dejar afuera. Pero están, hacen ruido, aman, se levantan, intentan, construyen y se ponen al hombro la búsqueda de una vida que les de orgullo y sosiego devolviéndoles el derecho de ser “alguien”.
Aprendo a leer la historia de Iaakov junto con las vicisitudes de la vida de Esav. Sólo así puedo continuar leyendo lo que sigue.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.