Estoy escribiendo estas líneas, a horas de comenzar la conmemoración de Iom Hashoá vehagvurá, el día de recuerdo de la Shoá y el Heroísmo.
Rodeada de voces de niños, en los patios de la escuela, que me recuerdan que el plan del nazismo no consiguió su cometido.
Habitada por los rostros de todos los queridos sobrevivientes que año a año sin claudicar nos reviven lo pasado y fundamentalmente nos enseñan el imperativo de la memoria, el compromiso con la justicia social y la esperanza.
Y abro la parashá de esta semana y me encuentro con un fuego que consume.
Y elijo hablar de esta escena que muchas veces pasamos por alto, porque incomoda, porque debemos justificarla, porque habla de muerte y de hijos, y esa combinación es insostenible.
Y hoy, más que nunca lo que se me hace insostenible es saltear un relato porque me duele atravesarlo. Porque así opera el olvido: lleno de argumentos, que hacen que no nos vinculemos con lo que nos distrae de cierto bienestar en el que creemos vivir.
Hoy voy a intentar comprender la parashá de esta semana a la luz de las emociones de estos días de imágenes dolorosas, de preguntas y respuestas eternamente inconclusas, acerca del curso de la historia, de la esencia del mal y de las lecciones que no se han aprendido.
Lo contrario del amor no es el odio, -dijo Elie Wiesel, una voz autorizada para hablar de la tragedia- es la indiferencia. Lo contrario del arte no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, es la indiferencia.
Hoy voy a darle pelea a la indiferencia que muchos hemos elegido para no hacerle frente a las preguntas por el horror.
Así nos cuenta la Torá esta semana:
“Nadav y Avihú, hijos de Aharón, tomaron cada uno su incensario, pusieron en ellos fuego, le echaron incienso encima, y ofrecieron delante de Adonai un fuego extraño, que él nunca les había mandado. Entonces salió de la presencia de Adonai un fuego que los quemó, y murieron delante de Adonai.” Vaikrá 10:1-2
La historia de Nadav y Avihu; una de las tragedias de la Torá de todos los tiempos. Dos hijos. Un padre. Un fuego. Una escena de la cual no nos hemos recuperado.
Siglos de comentaristas intentan justificar el fuego que los consumió: Dieron una ofrenda de incienso no autorizada… miraron a la Divina Presencia… los responsabilizaron por ser los que alentaron a la construcción del becerro de oro… hasta algunos consiguen ligarlos al linaje de Caín…
Como si intentaran con todas estas explicaciones justificar a Dios que “hace justicia con la muerte del insurrecto”.
No puedo tolerarlo.
No puedo resignarme a ver que ante la muerte aparezca la justificación, que en definitiva es una de las caras veladas de la indiferencia.
Y de pronto me descubro pensando no sólo en Nadav y Avihú, sino en tantos intentos viles de justificar teológicamente y socialmente, las llamas que consumieron a nuestro pueblo durante la Shoá. Por lo que no hicieron, por lo que no observaron, por lo que renegaban, porque estaban asimilados…
Probablemente sientan disgusto al leer estas líneas.
Prefiero el disgusto a la complacencia. La incomodidad a la culpabilización de la víctima. Un patrón que se repite en nuestra sociedad, cuando lo que tenemos delante debe ser rápidamente ubicado en un casillero, para que no nos aqueje.
Traigo un fragmento del artículo La memoria como interrogante que no cesa, de Héctor Shmucler, que a mí me ayudó a salir de esta encrucijada:
“…creo que la memoria no debería resignarse a la evocación piadosa, ni al grito desgarrado. Ni aún la justicia es una respuesta; ninguna justicia, por necesaria e irremplazable que sea, restablece el orden transgredido. La memoria es abismal, persiste, se afana en preguntas sobre las condiciones que hicieron posible los crímenes, … de lo que se trata es de una pregunta sustancial: ¿cómo fueron posibles las cosas? Me parece que allí reside una clave para repensar toda la significación de la memoria: ¿cómo pudo ocurrir lo que ocurrió? … “
Me pregunto- y me hago cargo de lo que digo- cómo pudieron nuestros maestros, sabios y eruditos de todas las épocas justificar el fuego que los consumió a los hijos de Aharón, casi como si fuera una página aleccionadora de premios y castigos a nuestras conductas.
Nos tenemos que preguntar cómo llegó la humanidad a este estadio de crueldad. Y no buscar atajos que sólo hagan que apacigüemos el compromiso que supone que esta pregunta nos ordena una ética determinada para con el prójimo.
Las argumentaciones quedarán en letra de molde en los libros de historia. Y el suceso trágico quedará en el olvido, si no lo tamizamos por una memoria reflexiva, actualizada y respetable.
Ante las justificaciones, las banalizaciones y el olvido, va este Izkor- esta plegaria de recordación. Por ellos y por nosotros.
IZKOR PARA IOM HASHOA VEHAMERED
Recordemos a nuestros hermanos y hermanas,
las casas en la ciudad y en el campo
las calles de la aldea bulliciosa como un río
y el solitario paradero en el camino campestre:
El anciano y su rostro,
la madre en su pañoleta
la joven y sus trenzas,
el bebé.
Las miles de comunidades de Israel
entre las familias humanas,
Toda la colectividad judía
que sucumbió al extermino sobre tierra europea
en manos del asesino nazi.
El hombre que gritó
y cayó en su grito.
La mujer abrazando a su bebé
cuyos brazos se desplomaron.
El bebé cuyos dedos buscan el pezón materno
cuando ella está azul de frío.
Las piernas,
las piernas que buscaron refugio
y ya no había más ninguno.
Las manos cerrándose en puños,
los puños que levantaron el hierro,
el hierro que se transformó en el arma de la visión,
de la desesperación y de la rebelión.
Y aquellos de corazón puro,
y aquellos con ojos abiertos
son los que se arrojaron
sin posibilidad de salvarse.
Recordemos el día, su mediodía,
el sol que ascendió
sobre el altar sangriento,
los cielos altos y mudos.
Recordemos los montículos de cenizas
debajo de los jardines florecientes.
Recordará el vivo a sus muertos
porque ellos nos enfrentan,
y sus ojos dirigen su mirada alrededor.
Y no cesaremos, no cesaremos,
hasta que seamos dignos de su memoria.
Abba Kovner, En “Meguilat Hashoa” (El Rollo de la Shoá). Publicado por The Rabbinical Assembly y Majón Shechter
Shabat Shalom,
Rabb Silvina Chemen