Cuando uno piensa en un líder, sobre todo en estos tiempos modernos en los que el liderazgo está profesionalizado, tiene en mente alguien que estudia y se lo forma para ese rol, un individuo con personalidad, con proyectos, con vocación de servicio para trabajar y guiar a un grupo o una sociedad. En general se piensa en hombres fuertes, valientes, que no claudiquen en su tarea.
Hoy, en esta parashá aparece la transmisión del liderazgo de Moshé a su sucesor, Iehoshúa bin Nun. Un hombre que lo acompañó durante toda la travesía, que aprendió a su lado y que se lo recuerda por el episodio desarrollado en una parashá pasada, como uno de los dos exploradores que volvió con un mensaje de esperanza y confianza respecto de cruzar el río y volver a la tierra de la promesa. Recordemos también que la arenga de Iehoshúa no tuvo el mayor de los éxitos. El pueblo atemorizado por el futuro incierto que les deparaba aquella tierra extraña (digámoslo así, ya que estas personas no tenían ningún ideal puesto en ese lugar ni ninguna conexión afectiva más que lo que Dios decía y Moshé confirmaba), no lo escucha, no es convencido por su discurso de fe y coraje y le pide a Moshé volver a Egipto o si no, cambiar de líder y poner a la cabeza a alguien que los acompañe en su regreso a la tierra de opresión que ellos idealizaban en el desierto.
Así y todo, este episodio no fue una prueba sobre la capacidad de convencimiento que ejercería Iehoshúa sobre el pueblo de Israel, sino más que nada una confirmación de sus capacidades para mirar los desafíos de la historia.
Leemos en esta parashá que Moshé le dice a Dios:
“Ponga Adonai, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Adonai no sea como ovejas sin pastor. Y Adonai dijo a Moshé: Toma a Iehoshúa hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él; y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación; y le darás el cargo en presencia de ellos. Y pondrás de tu dignidad sobre él, para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezca.” Bemidbar-Números 27:16-20
Si leemos con detenimiento este pequeño diálogo veremos que hay detalles interesantes respecto de lo que cree Moshé que debe ser el liderazgo en esta nueva etapa y lo que Adonai responde.
Fíjense cómo llama Moshé a Dios: “Adonai, Dios de los espíritus de toda carne”.
En una primera lectura una podría decir que Moshé considera que hay “carne” y que Dios gobierna sobre su espíritu. Si Adonai es el Dios de los espíritus, ¿de quién?, de todas la “carnes”, lo que se busca es un líder que guíe a los humanos en su aspecto material. Moshé divide lo humano en dos dimensiones: la espiritual y la terrenal “espíritu de toda carne” supone que hay dos componentes, uno elevado, etéreo, misterioso como el espíritu y uno gobernable y mensurable como la carne. Y continúo con esta lectura. Una vez que lo llama Dios de los espíritus de toda carne, le pide que ponga “un varón sobre la congregación, que salga y que entre delante de ellos, como un pastor que arría a su ganado”. Volvamos a mirarlo en detalle. Un líder terrenal, por definición ha de estar “sobre la congregación”, en una posición jerárquica visible, piramidal, por encima de los demás. Y lo que se espera de él son actitudes también terrenales: que salga y que entre junto con el pueblo y que los guíe como si fuera su rebaño.
Dios, aparentemente cumpliendo el pedido de Moshé introduce modificaciones sustanciales a la definición de líder. Miremos: “Y Adonai dijo a Moshé: Toma a Iehoshúa hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu.”
Un líder es aquel cuyo nivel de espiritualidad lo pone en ese rol. Un varón en el cual hay espíritu, para insuflar espíritu en su pueblo y no gobernar solamente sobre la materia, sobre el instinto… Un varón que más que “arriar las carnes”, moldee el ser de cada uno de los miembros del pueblo que está por ingresar a la tierra. “Y pondrás tu mano sobre él”, ése será el signo de la transmisión de mando, no un cetro, no un báculo, no una espada, sino su mano, sobre su cabeza, en señal de confianza y de bendición –la misma mano que ponemos sobre las cabezas de nuestros hijos cada vez que invocamos la bendición sobre nuestros hijos–, es la que Moshé debe imponer sobre su seguidor. “Y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación”. No irá por encima, sino delante; su rol será de faro, de vigía. Y estará primero delante del sacerdote, para poner en valor lo que un líder significa: delante de la representación espiritual y delante de la congregación, interesante giro; de “toda carne”, como lo define Moshé a “toda la congregación”. Una congregación es una creación colectiva de seres humanos que se hermanan alrededor de una meta, un ideal. Está por delante para allanar camino, para mostrar alternativas, en el mismo plano físico que el resto.
Y por último “Y pondrás de tu dignidad sobre él”, no pondrás ni tu fuerza, ni tu autoridad, ni tu rango, sino tu dignidad. Ése es el valor que constituye a un líder, la dignidad.
He releído este comentario más de una vez, dudando si este texto es demasiado ingenuo para el tiempo que vivimos, demasiado alejado de los sistemas de poder que nos gobiernan en todos los ámbitos, o si es un intento más de tratar de entender que liderazgos de dignidad, de valor espiritual y de respeto por la equidad son posibles. Somos muchos los que seguimos creyendo que este intento es válido y necesario para resistir a aquellos que sólo ven en los “liderados”, un número de “carnes” para ponerse sobre ellos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen