Estoy leyendo un libro de Erri de Luca, que se llama escandalosamente, las Santas del Escándalo.
En líneas generales se ocupa de 5 mujeres, de hecho las únicas 5 mujeres que aparecen en la lista genealógica del Evangelio de Mateo, desde Abraham hasta Jesús. No vamos a entrar en este terreno que es bien interesante por cierto, pero quiero compartir con Uds. una reflexión en la que me quedé pensando desde el momento en el que la leí.
Pensemos en nuestra tradición.
Nuestro pueblo está esperando al Mashiaj, el mesías, corporizado en un ser humano, con un linaje. Viene de una genealogía: la del Rey David.
Entonces tenemos que revisar la genealogía del Rey David. Y allí aparecen dos datos importantísimos, que muchas veces soslayamos.
Nos tenemos que remontar hasta la época posterior a Iaakov, cuando uno de sus hijos Iehudá va a terminar teniendo hijos con su nuera Tamar, una mujer cananea, que hace todo lo imposible por ingresar al linaje de los patriarcas. De esa relación nacerán: Zaraj y Peretz.
Éste último, Peretz, será parte de la descendencia de la que surgirá el mashiaj.
Y luego, mucho más avanzados en la historia, tenemos a Ruth, la moabita, también una extranjera, que elige ser parte del pueblo de Israel, y que dará a luz a Obed, quien será el padre de Ishai, padre de David.
¿Se entiende? De Tamar, la cananea; Pertez, linaje de David. De Ruth la moabita, Obed, el abuelo de David. Y de David, el mashiaj. Mashiaj ben David…
Pero no es un tema de listas genealógicas únicamente.
Erri de Luca dice “en la preciosa ascendencia del mesías se han injertado mujeres y vientres de pueblos diversos. Con sus transfusiones de sangre mezcladas la historia hebrea aleja de sí el cetro y el espectro de la pureza de sangre, del pedrigree. Hasta el mesías es mestizo.
Una frase provocativa, hasta burlona: El mesías es mestizo.
Y al leer esto no pude dejar de volver a la parashá de esta semana, Nasó. La parashá más extensa de todas, que abarca un abanico interesante de situaciones aparentemente inconexas, pero que intuyo que hoy le podemos dar una ilación entre ellas.
Por un lado nos habla de los que padecen enfermedades: “Adonai habló a Moisés, diciendo: 2. Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todo enfermo de tzaraat, y a todos los que padecen flujo de semen, y a todo contaminado con muerto. 3. Así a hombres como a mujeres echaréis; fuera del campamento los echaréis, para que no contaminen el campamento de aquellos entre los cuales yo habito…”
La solución para estas personas es ser echados del campamento. Y entendamos por un instante esta prescripción como un dato que no sólo sucedió en tiempos bíblicos. Los impuros, los contaminados, en definitiva los impresentables hay que sacarlos de nuestras vistas, de los lugares donde habitamos.
Por otro lado habla de las leyes de una mujer Sotá, para explicarlo sintéticamente, es una mujer cuyo marido sospecha que fue adúltera… y es sometida a un ritual humillante: “12 Habla a los hijos de Israel y diles- está escrito en nuestra parashá- : Si la mujer de alguno se descarriare, y le fuere infiel,… y su marido no lo hubiese visto… ni hubiere testigo contra ella… si viniere sobre él espíritu de celos,… entonces el marido traerá su mujer al sacerdote, y con ella traerá su ofrenda…”
No vamos a ahondar. Debe beber aguas amargas en las cuales fue disuelto el nombre de Dios, y si es culpable entonces morirá instantáneamente. Hay muchas explicaciones que intentan hacernos entender que estas leyes no pretendían menoscabar la dignidad de la mujer. Y vamos a confiar que así fue.
Sin embargo, que en esta parashá que habla por un lado de cómo dejar afuera a los posibles contaminantes, el maltrato público a la mujer sólo por sospechar un comportamiento indebido, en nuestro tiempo nos trae imágenes tan dolorosas de violencia doméstica, de abusos, y otras violaciones a los derechos por causa de género.
Por último mencionaré las leyes que tienen que ver con el nazir- el nazareato: “Habla a los hijos de Israel está escrito en la Torá y diles: El hombre o la mujer que se apartare haciendo voto de nazareo, para dedicarse a Adonai, 3. se abstendrá de vino y no cortará su cabello y no se afeitará…”
El Nazir es ese personaje que decide apartarse de todo y de todos. Y si bien ésta era una elección de la persona, hoy en día leer sobre las leyes del Nazir en este contexto, me dirige mi mente a pensar en todos los que deciden hacerse a un lado, porque no pueden ser parte: por cierta condición, por ciertas posiciones, por ciertas características. Los apartados, de los que no hablamos, a los que no tenemos en cuenta…
Y vuelvo a Erri de Luca y a su frase: El mesías es mestizo. O parafraseándolo: la armonía, la buena convivencia, la realización de lo humano en la tierra- que es en definitiva lo que creemos que será lo mesiánico- nos necesita a todos, a los que confinamos a estar siempre aparte, a los que echamos por miedo a contaminarnos, a los que son acusados sin razón alguna por lo que no dudamos en humillar, también.
Esta parashá nos pide revisar nuestros sistemas de exclusión. La mayoría de las veces argumentados con creces. Tenemos nuestros motivos. Nos preservamos. Necesitamos seguridades. Caras familiares. Espacios protegidos. Pero fíjense qué interesante: Inmediatamente después de hablar del nazir aparece la bendición de los sacerdotes a todo el pueblo.
“Ko tevarju et benei Israel”(Así bendecirán a los hijos de Israel).
A todos: a los que no tienen tzaraat y a los que sí, a los que no tienen secreciones contaminantes y a los que sí, a las mujeres bien tratadas y a las sospechadas, a los que se apartan de todo y a los que están metidos en todo. E inmediatamente después de esta brajá destinada a todos, se termina de construir el Mishkán. El santuario se inaugura y se consagra el altar. Cada tribu debe traer una ofrenda. Y así cuenta la Torá con un detalle aparentemente innecesario, cómo cada príncipe de cada tribu día tras día, durante 12 días, traía la misma ofrenda.
¿A cuento de qué viene tanta repetición?
Quizás sea para comprender que no hay Santuario si hay segregados, ignorados, sospechados que quedan afuera. Nuestro mishkán requiere de todos y cada uno y a su tiempo; los ocultados, los puestos de lado, los condenados al ostracismo, los expulsados. Ése que ponemos en el casillero del “otro”, el que no es como yo, no piensa como yo, no vive como yo, no huele como yo…debe ser parte de la casa, para que se convierta en Santuario: de la casa, de la comunidad, de la sociedad.
“Veiasem lejá shalom”– así tendremos paz, -termina diciendo la brajá- esa paz que resulta de acciones de santidad para con nuestro prójimo, que son las que confirman nuestra relación de Santidad con nuestro Creador.
Shabat shalóm,
Rabina Silvina Chemen