Si no fuera un relato tan conocido y naturalizado el que se cuenta en esta parashá, como lo es la historia del becerro de oro, la consecuente rotura de tablas y la nueva escritura de unas segundas tablas, podríamos animarnos a algunas preguntas.
Recordemos que Moshé sube al monte y luego de 40 días desciende con la palabra divina escrita sobre dos tablas de piedra, con la ilusión de hacer de esta gente el pueblo de la Ley, y la inserción de la escritura es esencial para que este proceso suceda.
“Desde los albores de la humanidad, – escriben Francisco Conesa y Jaime Nubiola en Filosofía del Lenguaje- los seres humanos se maravillan con la portentosa capacidad de las palabras para conservar la memoria de un pueblo o de una familia, para transmitir historias y cuentos, para declarar la guerra y para hacer las paces, para trabajar de común acuerdo, para expresar los mejores sentimientos, para insultar y para rezar.”
La capacidad de las palabras para conservar la memoria de este pueblo que recién nace. Un Dios que se ocupa de hacer oír a los que están presentes, pero no solo, sino que comprende que se debe escribir lo que se desea legar. Es la escritura la herramienta del legado, la garantía de la herencia.
Y allí va Moshé, orgulloso con sus tablas y, por qué no, con su extenso e íntimo gozoso encuentro con Dios.
Lo que ve no es para nada lo que imaginó para esta escena.
Un becerro de oro y su gente bailando alrededor.
No baja, no pregunta, no grita, no averigua… sólo se escucha el estruendo de la rotura. Las palabras de Dios ¡despedazadas! ¿No hay acaso mayor fracaso?
Sin embargo, la historia continúa. Muchos profundizan el aspecto misericordioso de Dios al perdonarlos y pedirle a Moshé que vuelva a subir para escribir unas segundas tablas.
Lo que yo me pregunto es… ¿acaso Dios Todopoderoso no podría haber defendido su obra componiendo la rotura? ¿Qué sentido tiene volver a escribir y dejar testimonio de la falta de correspondencia de este pueblo (a mi entender asustado y vulnerable) que lo acababa de traicionar?
¿Hay algo más que debemos comprender?
“Y Adonai dijo a Moshé: Labra dos tablas de piedra como las primeras, y escribiré sobre esas tablas las palabras que estaban en las tablas primeras que quebraste.” Shemot-Éxodo 34 1
Dios asevera que Moshé rompió las tablas “que quebraste”. ¿No debería haber existido al menos una reprimenda por semejante osadía?
Redoblo la apuesta.
El exégeta Rashi (s.XI) lo explica así: «el Altísimo consintió con él», como está escrito «Asher Shibarta-אשר שברת “que quebraste» (y lo explica de diciendo que la palabra asher, que en español sería el equivalente a la palabra “que” se puede comprender como ishur- que significa aprobación). Por lo que Dios «lo aprobó y lo elogió por haberlas quebrado».
¿Dios aprobaría que su escritura sagrada, su texto celestial se transforme en añicos por la ira de un humano? Y no sólo eso, ¿Dios elogia dicha rotura?
Quizás sea tiempo de bucear en la profundidad de este mensaje.
Dios, palabra, escritura, rotura…
En primer lugar, diría lo siguiente. El becerro fue un anticipo de lo que podría pasarle a este pueblo ligado a la adoración de un objeto. Becerro o tablas de piedra son ambos objetos, al fin y al cabo. Un dios monolítico y absoluto genera súbditos sin espacio para moverse en su fe. En realidad cualquier objeto, idea, creencia o moda que ocupe el lugar de lo absoluto genera vínculo de acrítica adhesión, similares a la idolatría.
Cuando Moshé vuelve a subir y luego desciende con las segundas y definitivas tablas, deberá construir un Arca Sagrada- Arón Hakodesh. ¿Y qué tablas deberán guardarse allí? Pues, ambas. Las rotas y las enteras.
Rodger Kamenetz es un poeta y autor estadounidense mejor conocido por El judío en el loto, escribió un poema llamado “Las tablas rotas” que quiero compartir con Uds.
“Las tablas rotas también fueron llevadas en un arca.
En la medida en que representaban todo lo destrozado,
todo lo perdido.
Es la ley de las cosas rotas,
la hoja arrancada del tallo en una tormenta,
una mejilla acariciada con cariño una vez, pero luego su nombre olvidado.
Cómo debieron retumbar, traqueteando en el camino
incluso llevadas con tanto cuidado a través del desierto.
Cómo deben haberse chocado hasta que las piezas
se rompieran en pedazos.
Los bordes suavizados desmoronándose,
polvo acumulado en el fondo del arca,
fantasmas de viejas letras, viejas leyes.
Mientras que es recordada como una ley quebrantada, estas leyes fueron obedecidas.
Y en la medida en que la memoria conserva
el patrón de las cosas rotas,
estos trozos de piedra se conservaron
a través de muchos viajes y días arruinados
incluso, dicen, en la tierra prometida.”
“Y mientras la memoria conserva el patrón de las cosas rotas”.
Hermosa forma de deshacernos de la obligación de guardar sólo los éxitos, retener los logros, aspirar a contar nuestras maravillas, cuando la memoria conserva el patrón de las cosas rotas, que son parte de nuestro relato y son los que nos permiten la falla, el permiso, la derrota, la duda y el sinsabor.
Según la tradición, aquellas primeras tablas habían sido escritas por el dedo de Dios. Y quizás es eso lo que se celebra; la gramática divina jamás puede ser leída desde una gramática humana En esos pedazos va el mensaje de una vida y un vínculo con lo divino que acepta fragmentos que deben ser dotados de sentidos. Nuestra fe está hecha de fragmentos, aunque a veces los “absolutistas del espíritu” nos hagan sentir incompletos o transgresores cuando dudamos, cuestionamos o nos alejamos de algunas de nuestras creencias.
Quizás Dios habite en los intersticios que quedan entre las piezas de piedra rotas que se chocan entre sí mientras avanzamos en el camino. Quizás su mejor sonido no sea su voz sino el silencio que nos permite llenarlo de sentidos multívocos.
La celebración de las tablas rotas tiene que ver con evitar cristalizar a Dios en un espacio fijo y hacer de él otro becerro con forma de tabla.
En Tehilím- Salmos 147:3 está escrito que Dios “sana a los que tienen roto el corazón y venda sus heridas”.
Quizás sea tiempo de abrazar nuestras roturas, vendar los fragmentos. En la valentía de la inconclusión se experimenta el rostro divino. En la osadía de llevar nuestras roturas a cuestas, Dios se manifiesta.
Shabat Shalom.
Rabina Silvina Chemen.