Parashat Jukat nos confronta a temas difíciles de comentar, como lo son el ritual (casi incomprensible) de la vaca roja, la muerte de Miriam, la muerte de Aharón, la falta de agua, la crisis (nuevamente) contra Moshé y la desgraciada circunstancia de un líder totalmente abrumado que golpea la piedra para conseguir agua y por tanto es decretado que no ingresará a la tierra de Israel, tan anhelada en su misión después de 40 años de lidiar con este pueblo y sus rebeldías.
Los grandes temas de la parashot hacen que casi siempre salteemos algunos párrafos o sucesos que no son de relevancia para comprender el derrotero de nuestros orígenes como pueblo. Pero como escribe Gerard Haddad en su libro “El hijo ilegítimo”: Un rasgo fundamental del procedimiento talmúdico provoca la perplejidad del lector: el gusto por lo irrisorio.
A veces lo irrisorio, lo tangencial, nos provee de una información muy rica; matices de un relato que sigue significando a lo largo de las generaciones.
Por eso hoy nos ocuparemos de un versículo de esos que solemos saltear en nuestras lecturas de los “grandes eventos”:
עַל כֵּן, יֵאָמַר, בְּסֵפֶר, מִלְחֲמֹת יְהוָה: אֶת וָהֵב בְּסוּפָה, וְאֶת-הַנְּחָלִים אַרְנוֹן.
Por tanto se dice en el Libro de las Guerras del SEÑOR: Vahev que está en Sufa y los arroyos del Arnón. Bemidbar XXI:14
Pongamos este versículo en su contexto.
Después del episodio del agua y la roca, el viaje continúa. Ya han pasado casi 40 años. Están cerca. El desierto ha quedado atrás. Y ya están próximos a entrar. El vacío del desierto cambia por pueblos y naciones que viven en la región y hay que pasar a través de ellos. Algunos aceptan, otros los hacen dar una vuelta más grande porque no autorizan su paso por su territorio y con otros, luchan, como lo hicieron contra el reino cananeo de Arad.
En este contexto, cuando se acercan a la tierra de Moab aparecen estos versículos.
“Por tanto se dice en el Libro de las Guerras del SEÑOR: Vahev que está en Sufa y los arroyos del Arnó, y la ladera de los arroyos que llega hasta el sitio de Ar y se apoya en la frontera de Moab.” Bemidbar XXI:14-15
Es un texto que si lo leemos varias veces, nos es difícil comprenderlo. ¿Qué son esos nombres? ¿Qué es el libro de las Guerras del Señor? No se entiende.
Nuestros sabios intentan alguna explicación acerca de este libro:
Rashi (s. XI) va a decir que es un libro que lista los milagros realizados por Dios por el bien de Israel, Jizkuni (s XIII) supone que fue un libro aparte, que existía en ese tiempo, del cual no quedaron rastros y otros que creen que era un libro que narraba épicamente las batallas de Israel.
Pero no quisiera quedarme en el tema del Libro de las Guerras del Señor. No es ésta nuestra línea de pensamiento ni de orgullo respecto de estas historias.
Sigamos buscando qué mensaje tiene para nosotros este versículo:
אֶת וָהֵב בְּסוּפָה
Vahev que está en Sufa
En el Talmud, en Masejet Kidushin, traducen esta parte del versículo como “hay amor al final”.
Los sabios van a buscar las raíces de estos nombres, que aparentemente asignan lugares, para encontrar un sentido alegórico.
Vaheb- וָהֵב, dicen, vienen de la palabra “lehehob” לאהב, que significa amar.
Sufa- סוּפָה, tiene que ver con la palabra “sof”- סוף, que significa fin.
Juntemos todo esto para aventurar una interpretación: El libro de las Guerras del Señor, el libro de las luchas en las que convocamos a lo sagrado son las que se realizan con una finalidad: el amor. Nuestros grandes desafíos, nuestras conquistas impostergables, deben ser medios para afianzar el amor, la convivencia, el entendimiento. Esas batallas se inscriben en un libro de Dios, en un libro aparte. Quizás nadie lo estudie en la escuela ni en la universidad. Pero cada uno de nosotros, en sus vidas, tiene la posibilidad de escribir ese libro, épico, por cierto, que es jugarse y pelearla hasta el final para no perder lo más sagrado y quizás lo que más nos conecta con lo divino como lo es nuestra capacidad de amar.
Cuando luchamos para destruir a otro, cuando peleamos y en esa lucha dejamos a los que amamos de lado, cuando perseguimos la superioridad por sobre la inferioridad de otros, el éxito a costa del fracaso de los demás, cuando nos embarcamos en esterilidades superfluas que en definitiva nadie recordará, nuestra lucha es tan yerma como el desierto que se caminó durante cuarenta años.
Cuando nuestra fuerza y nuestras estrategias están puestas al servicio de conseguir más amor, más cercanía, más dignidad en la vida de más personas, más inclusión, más… que tiene que ver con que muchos estén mejor… esas son las peleas “leshem Shamaim”, en nombre del cielo, que no se agotan en la banalidad de un éxito momentáneo, superfluo.
Todos nosotros caminamos hacia la tierra de la promesa. Todos tenemos metas, sueños, ideales, horizontes. Y todos tenemos escollos, dificultades y obstáculos a los que nos deberemos sobreponer. Para ello tendremos que luchar.
Antes de avanzar, solicito que nos preguntemos cuál es el fin que perseguimos con esta contienda. Si la respuesta es promesa, amor, comunidad, paz, equidad, justica, pues sigamos adelante. Porque seguramente y aunque cueste, llegaremos a lo que nos propusimos.
Shabat Shalom.
Rabina Silvina Chemen