PARASHAT BEMIDBAR: “En torno a la ausencia se construye lo que hay”.

Esta frase se la tomo prestada a Ítalo Calvino, autor del libro Las ciudades invisibles en el que relata los viajes  que Marco Polo hace a Kublai Kan, emperador de los tártaros. Su misión consiste en describir al Gran Kan las ciudades que dan forma a su vasto imperio, ya que los territorios que éste ha conquistado son tantos y tan amplios que no los conoce con exactitud.

Cuando Polo describe al Kan un puente piedra por piedra, sucede este diálogo:

“— ¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? — pregunta Kublai Kan.

—El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla — responde Marco—, sino por la línea del arco que ellas forman”.

Así comenzamos parashat Bemidbar y el libro de Bemidbar- el libro del desierto, el cuarto de la Torá.

Es un libro significativo porque su geografía nos conquista el corazón. Porque el desierto condensa en su palabra y todo lo que imaginamos en ella, la presencia de una ausencia.

Sabemos lo que no hay en el desierto.

Y sin embargo, nos atrapa la posibilidad infinita que eso conlleva.

En el midbar aprendimos a ser pueblo.

En el midbar conocimos las miserias más bajas de nuestras conductas.

En el midbar peleamos por lo que creíamos justo, peleamos injustamente, tuvimos miedo, pasamos hambre, experimentamos la saciedad, el hartazgo, la gula, la sed, la impaciencia, la fe, el asombro.

No había nada. O, todo se daba para ser descubierto. Necesitábamos alejarnos de las pirámides y palacios majestuosos que nos hacían sentir ínfimos. Necesitábamos dejar la rutina, que, aunque bajo el látigo, nos liberaba de tomar decisiones, de arriesgarnos y de desear.

Necesitábamos despojarnos para descubrirnos. Y ese proceso descubrirLo.

Parashat Bemidbar se lee en la semana previa a Shavuot.

En día en el que celebramos una festividad también despojada. No tenemos símbolos específicos, ni comidas prescriptas por la Torá, ni celebraciones familiares particulares, ni cabaña, ni seder, ni matzá, ni shofar, ni lulav…

Sólo Torá.

Sólo entrega.

Sólo desierto.

Una fiesta que se hace presente en la ausencia.

Porque sólo así tiene sentido.

Despojados. Entendiendo que lo que sostiene al puente es el arco que forman sus piedras.

Y lo que sostiene a nuestro pueblo son las palabras que decimos y que se traducen en actos, con esas letras que recibimos, en aquel vacío desierto. El tratado talmúdico de Nedarim sostiene que una persona debería considerase a sí misma como un «midbar» cuando estudia la Torá. Quizás porque comprende que si nos sentimos absolutamente cómodos y acomodados, si no nos dejamos un instante para dudar, para reconocer que no sabemos o no podemos, no hay Torá posible. Si todo está completo, no hay espacio para la Torá, que precisa de ese vacío. Eso es un desierto: una región liberada de la comodidad; esa aparente comodidad de este tiempo, que nos da todas las respuestas enlatadas, nos exige inmediatez y superficialidad.

Ser el pueblo de la Torá genera incomodidad. Porque no está todo dicho, expuesto e impuesto.

Está allí- entregado, Matan Torá- , para que nos hagamos cargo, para que le preguntemos, para que no nos conformemos y caminemos hacia el lugar que nos dé un poco de resguardo.

Muchos midrashim abundan en una imagen con la que yo no concuerdo que es que el que estudia Torá debe liberarse de las cargas mundanas- como lo era el desierto- y allí se cultiva la imagen de los eruditos de la Torá, separados de la vida real, sostenidos por otros, cuyo mérito es pura y exclusivamente el estudio.

Por el contrario, yo creo fervientemente que el desierto del que hablamos es el espacio necesario de vaciamiento personal (de todos y cada uno por igual, no sólo para unos pocos iluminados) para poder llenarlo con palabras de sabiduría que se traduzcan en acciones de verdadero Tikún.

Tikún, es lo que solemos hacer la noche de Shavuot. Tikún quiere decir reparación. Y cuenta la leyenda que lo que reparamos es que el pueblo de Israel se quedó dormido aquella noche. Por eso nosotros estamos despiertos.

Sin embargo creo que la convocatoria al Tikún es tanto más que eso.

Somos llamados a ser recibidores de la palabra de la Torá. A ser desiertos, vacíos, dispuestos a la palabra sagrada. A asumir el lugar del Tikún, de la reparación, de las roturas de este mundo.

Parashat Bemidbar. Estamos todos entrando al desierto. Para poder recibir la palabra.

La de todos pero a la vez, para cada uno.

Shabat Shalom y Jag Sameaj

Rabina Silvina Chemen.