“Descendí del monte, un monte ardiendo en fuego, con las dos Tablas de la Alianza en mis dos manos.” Devarím -Deuteronomio 9:15
“Entonces agarré las dos tablas y las arrojé con ambas manos, rompiéndolas ante vuestros ojos.” Devarím -Deuteronomio 9:17
Moshé está evocando las historias de la travesía hacia la tierra de la promesa, frente a este nuevo pueblo nacido en el desierto. Recuerda, elabora, saca conclusiones, deja enseñanzas que perduren más allá de su presencia. Y llega a este momento en el que debe volver a traer a la memoria el dolor más profundo de todo su liderazgo. El esplendor de bajar con las palabras de la ley grabadas en las Tablas, ante la presencia de Dios que se destroza ante la reacción de este pueblo, con un becerro de oro, que provoca la ira, el dolor, la desesperación de este líder que “agarra” las tablas y las tira, deliberadamente, rompiéndolas ante todos. Un estruendo hacia afuera y otro más grande aún, creo, hacia adentro.
Los sabios intentan imaginar cómo fue esa rotura. Cuán pesadas eran las tablas, cómo osó romper un texto con las palabras escritas por Dios. Preguntas que, a mí, a priori, me parecen detalles que no suman al mensaje. Pero… todo vuelve a significar cuando estamos viviendo inmersos en tiempos de rotura y estruendos, por fuera y por dentro.
El Midrash Tanjumá lo asocia a una parábola:
“¿Por qué las rompió? Porque lo escrito en ellas se voló. Y por eso las rompió. Hay una parábola [relevante]. ¿A qué se compara el asunto? A un mensajero que iba a llevar un edicto real en su mano a una provincia. Y cruzó un río y los documentos cayeron al agua, borrando las letras. ¿Qué hizo el mensajero? Las rompió. Como se dice (Deuteronomio 9:16): «Vi cómo pecaste contra el Señor, tu Dios». ¿Qué vio? Vio cómo las letras salían volando. Y entonces también rompió las tablas, como se dice: «las que rompiste».”
Las rompió porque ya no había nada en ellas. No es el objeto “tablas”. Sino es la ley, el mapa de ruta para la constitución de un grupo humano regido por reglas básicas de fe, de familia, de ética social y de santidad. Se fueron las letras que aseguraban una vida de sentido y de paz, entonces la piedra ya no tenía razón de ser. No cometió ninguna transgresión, porque la palabra de Dios ya se había exiliado de la piedra.
Avto de Rabí Natán (Un comentario sobre el tratado talmúdico de Pirkei Avot) trae otra perspectiva:
“Él rompió las tablas. ¿Cómo? Dicen que cuando Moshé subió a lo Alto para recibir las tablas, encontró que ya habían sido escritas y apartadas durante los seis días de la Creación, como dice (Éxodo 32:16), “Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era la escritura de Dios, grabada allí sobre las tablas”. (No lea “grabado” [ harut], sino “libertad” [ herut], porque cualquiera que trabaja en la Torá se hace a sí mismo un hombre libre.) …
Dos detalles que me conmovieron de este midrash. El primero es la mención de que Moshé encontró las tablas ya escritas porque fueron escritas el mismo día de la creación. Una bella manera de decir que es una ley universal que regula los vínculos humanos y con Dios. Era el proyecto de Dios para la humanidad. Las tenía soñadas y listas antes de crear al ser humano. La humanidad iba a creer en él, a respetar a los padres, a tener tiempos sagrados, a no asesinarse, no violar sexualmente, no robar, no codiciar. Es un buen proyecto para garantizar la vida de quienes poblarían esta tierra.
Y el segundo tema es el juego que nos permite el idioma hebreo que, al no tener vocales, nos deja leer una palabra con varios sonidos y por tanto varios sentidos. Así es la palabra “harut”, tal como está escrito la Torá, que la escritura de Dios estaba grabada sobre la piedra. Pero este midrash quiere encontrar en esta palabra otro mensaje. No leas grabadas (harut), lee libertad (herut). Sintácticamente no aplica este razonamiento, pero qué más da, si nos permite hoy estar pensándolo de esta manera que tanta falta nos hace. Esta ley tiene un objetivo ulterior, más allá de las prácticas que conlleva cada uno de sus artículos: la libertad. Una categoría que existe sólo si el prójimo también accede a ella. No hay libertadas parciales, particulares, privativas de unos y no de otros. Esta ley escrita antes de la creación del ser humano se ocupa de que, en esta tierra, los seres sean libres. No se concibe otra posibilidad.
Ahora quizás podemos venir a nosotros y a nuestro tiempo. Leer a nuestros corazones hechos pedazos por el monstruo del odio, que aflora cada vez con más virulencia.
Nos rompemos cuando la ley no cuenta. Cuando la ética se esfuma bajo la conquista del poder, la memoria manipulada y el sedentarismo de los que opinan desde sus poltronas luego de haber leído un par de titulares. Nos rompemos como sociedad, como pueblos, como humanidad- cuando no somos capaces de resguardar aquellas normas que nos permitirían no perseguirnos, no matarnos, no violar los principios más sagrados (aun cuando algunos esgrimen que es por la pureza de la fe).
Se quiebra un pacto primigenio, un vínculo con lo sagrado- sea lo divino o la santidad de la vida misma- Se denigra el sentido de la existencia en esta tierra. Leyes grabadas sí y sólo sí aseguran la libertad de todos. Y cuando digo libertad no es sólo el antónimo de reja sino la posibilidad de caminar la calle sin temer, de proyectar un futuro con esperanza, de elegir las buenas causas, de buscar narrativas de consuelo y reconciliación, de volver a creer en la justicia y en la política como el único modo que tenemos de garantizar la ley.
“No te hagas ídolo ni imagen delante de ti”, no hablaba sólo de una deidad de piedra o una imagen producida por las personas. No. Nos pedía que, a la hora de creer en algo supremo, elijamos sólo servir a quien nos propone una vida de libertad y justicia, de misericordia y responsabilidad por mi hermano. Hoy los ídolos del terror y la venganza nos han llevado a romper las casas, las calles, los cuerpos, las almas de todos los que están de uno u otro lado del conflicto. Y no hay cómo seguir soportando tamaña fractura. Los ojos llenos de esquirlas, las reales y las simbólicas, que estallan por todos lados y se clavan indistintamente, haciendo sangrar cualquier visión de futuro posible y mejor.
A veces nos asemejamos a Moshé porque sentimos que nuestros buenos propósitos, nuestras prácticas hacia el diálogo y el entendimiento, se nos hacen pesadas, tan pesadas que terminamos haciéndonos añicos y nos hacemos pequeños, vulnerables, débiles a la hora de enfrentar la crueldad de este tiempo.
Así lo percibía hace muchos años, sumido en historias de dolor y sin salida, el gran poeta Yehuda Amijai en su Poema de Jerusalén:
“Cada tarde saca Dios sus mercancías brillantes de la vidriera
-carruajes celestes, tablas de ley, perlas preciosas,
cruces y campanas esplendorosas,
y las vuelve a meter en oscuras arcas
adentro y cierra los postigos:
«Otra vez no vino ningún profeta a comprar».”
El final de la historia de las tablas será bueno. Moshé volverá a subir. El pueblo descubrirá que el camino elegido no fue el que los guiaría a la promesa, y habrá unas segunda oportunidad.
Quizás tengamos que hacernos presentes ante el Dios de la poesía de Amijai y decirle que, si no ha venido aún ningún profeta, nosotros quisiéramos comprar lo que exhibe en su vidriera: carruajes celestes, tablas de la ley, perlas preciosas, cruces y campanas esplendorosas. Porque queremos cuidar sus tesoros, hacerles lugar en nuestras arcas, protegerlos y darles valor. ¿Quién sabe? Quizás el dolor de este tiempo nos transforme en profetas, cuando pongamos en nuestras bocas, con toda la convicción, palabras de paz y de justicia.
Hoy quiero creer que los profetas veían el futuro. Aunque incomprobable, hoy necesito creer en esta facultad visionaria de los que anunciaron la paz. Y quisiera en esta vida poder decirle a Yeshayáhu- Isaías, que se cumplió lo que anticipó hace tanto tiempo, porque habremos aprendido que no podemos seguir más tan rotos y con tanto dolor:
“Forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.” Yeshayáhu – Isaías 2:4
Saldremos a trabajar la tierra para volver a sembrarla. Y regarla -ya no con sangre – sino con lágrimas de dolor por el tiempo perdido, por las personas perdidas, por la esperanza perdida. Y haremos surcos, no para que dividan la tierra, sino para que haya lugar para nuevas semillas, que crecerán libres porque nadie volverá a pisotearlas.
Ken Yehí Ratzón – Que así sea “nuestra” voluntad.
Rabina Silvina Chemen
