Comenzamos esta semana un nuevo libro de la Torá: Devarim- Deuteronomio. El último de un recorrido singular por el rollo de la Torá, que termina y empieza al mismo momento. La ilusión de vivir linealmente nos hace entender que aquí comienza algún tipo de final, la conclusión de un proceso, una cierta resolución a los problemas y desafíos que se fueron suscitando desde que la humanidad fue creada para este mundo. En español, deutero – segunda, nomio – ley; una segunda vuelta al relato, casi como anticipando que si no nos vamos a hacer cargo de relatar sin cesar nuestra historia, no habrá memoria.
La primera parashá vuelve sobre los episodios ocurridos durante el desierto. Para entrar a la nueva tierra y al nuevo tiempo, hay que recordar las viejas historias.
Es importante saber que esta parashá se lee el Shabat anterior a Tishá BeAv, el día más triste y sombrío de nuestra historia- una y otra vez vuelven imágenes de destrucción, exilios, desazón y confusión en las que el pueblo de Israel vio amenazada su existencia.
Parashat Devarim también esconde un mensaje que nos prepara para este día. Y es aquí donde hoy vamos a poner el acento en nuestro estudio.
Moshé comienza un largo discurso en el que va a pasar por todas las situaciones vividas en la travesía por el desierto y va a recordar las leyes con las que van a vivir en la tierra de Israel. Al comienzo del primer capítulo de Devarim recuerda el momento en el que le pide a Dios que lo ayude a liderar y gobernar sobre un pueblo tan numeroso. Fue allí que Dios le ordenó poner ancianos sabios que se erijan en jueces para que puedan acompañar a Moshé en su tarea. En ese relato oímos a Moshé decir
אֵיכָה אֶשָּׂא, לְבַדִּי, טָרְחֲכֶם וּמַשַּׂאֲכֶם, וְרִיבְכֶם.
«¡Cómo podré yo solo soportar vuestra molestia, vuestra carga y vuestras peleas!» Devarím – Deuteronomio 1:12
La particularidad de este versículo es la palabra con la que empieza: אֵיכָה, Eijá, que en su traducción literal alude a la pregunta “¿Cómo?, “¿De qué manera? Pero para la tradición judía esta palabra está directamente ligada a Tishá BeAv, porque Eijá es el nombre de la meguilá, del rollo que se lee en esa fecha, el libro de las Lamentaciones. Se llama Eijá, porque comienza así:
אֵיכָה יָשְׁבָה בָדָד, הָעִיר רַבָּתִי עָם–הָיְתָה, כְּאַלְמָנָה; רַבָּתִי בַגּוֹיִם, שָׂרָתִי בַּמְּדִינוֹת–הָיְתָה, לָמַס
“¡Cómo (Eijá) ha quedado desolada la ciudad de muchos habitantes…!” Eijá – Lamentaciones 1:1
La palabra Eijá pasó a ser un concepto que remite a dolor, a pregunta sin respuesta: ¿Cómo pudo ser, cómo llegamos a esto? Buscamos en toda la Biblia hebrea y encontramos la palabra Eijá sólo tres veces: en Devarím- Deuteronomio, en Ishaiahu – Isaías y en Eijá – Lamentaciones.
¿En qué contexto el profeta Ishaiahu utiliza este término?
אֵיכָה הָיְתָה לְזוֹנָה, קִרְיָה נֶאֱמָנָה…
“¡Cómo se ha prostituido la ciudad fiel…!” Ieshaiahu – Isaías 1:21
El profeta reprende al pueblo de Israel:
“1:11 ¿Para qué a mí, dice Adonai la multitud de vuestros sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de animales gruesos: no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos.
1:12 ¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para hollar mis atrios?
1:13 No me traigáis más vano presente: el perfume me es abominación: luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir: son iniquidad vuestras solemnidades…
1:16 Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo:
1:17 Aprended a hacer bien: buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda.”
El servicio a Dios vacío de sentido y precedido por actos poco éticos, el ritual por el ritual mismo sin que se vea reflejado en una actitud comprometida hacia el prójimo, la mirada puesta sólo en el cielo sin importar lo que pase en la tierra, a eso se lo llama prostituirse, y ése fue el error del pueblo de Israel denunciado por muchos de nuestros profetas.
¿A dónde llegamos con todo esto?
Moshé alude a las peleas entre hermanos y la imposibilidad de resolverlas solo. Ishaiahu denuncia la prostitución de un pueblo que elige las apariencias del culto sobre la conducta ética y en Meguilat Eijá, la descripción de Ierushalaim desolada por la destrucción del Templo y el exilio de sus habitantes.
Éste es un primer mensaje que nos prepara en estos días del mes de Av para pensarnos y repensarnos una y otra vez, respecto de la historia que pasó y de la que estamos escribiendo nosotros hoy en todas las dimensiones, sociales y personales.
Cuando no frenamos la contienda por lo cotidiano y no reparamos en las heridas que abrimos; cuando no podemos mirar más allá de nuestras conveniencias y apetencias, cuando no trabajamos en sanar los abismos y reparar los conflictos, “parimos” generaciones que se educan en vivir en el “como si…”, desligados de un compromiso de sentido y trascendencia, ausentes del valor de la verdad. Son los que crean- creamos desigualdad social, inequidad e indiferencia, al mismo tiempo. Son las escenas cotidianas de chicos muertos de hambre y bolsillos y arcas llenas, por el otro, casi casi sin que le moleste a nadie…
Moshé e Ishaiahu alertaron, lucharon y se murieron denunciándolo, pero no lo hemos aprendido cabalmente. Por eso llega el último Eijá cuando todo terminó. La casa incendiada, la tierra desolada, y los hermanos exiliados de su tierra de promesa. Y ya fue tarde para decretar el duelo. Por generaciones fuimos advertidos que las pequeñas heridas hay que sanarlas antes de que se transformen en enfermedades terminales.
Así nos pasa en nuestras familias. Recordemos cuántas situaciones se nos fueron de la mano hasta el desagarro por no haber tenido el coraje- o la humildad- de decir “lo siento”.
Y así nos pasa en la sociedad de la que somos no sólo meros espectadores, sino sus protagonistas por acción y omisión. Como un péndulo que oscila entre abundancias y carencias, entre escenarios y bambalinas, nos pasamos hablando de realidades parciales que se nos hacen cómodas cuando nos miramos sólo el ombligo.
Entonces el tercer Eijá en esta sucesión, se hace inevitable. Nadie puede escaparse de la destrucción, la desolación y el exilio, cuando hay partes de tu casa, de tu familia o de tu sociedad que están sufriendo. Nadie se salva solo.
Pero estas cuatro letras de la palabra Eijá nos traen un último misterio:
Cuando Adam y Javá desobedecen la orden de Dios de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal en el Jardín del Edén, se esconden al percibir la presencia de Dios. Es allí que Dios les hace la pregunta más difícil de toda la historia de la humanidad:
וַיִּקְרָא יְהוָה אֱלֹהִים, אֶל-הָאָדָם; וַיֹּאמֶר לוֹ, אַיֶּכָּה.
“Y llamó Adonai Elohim a Adam y le dijo: ¿Aieka? ¿Dónde estás?” Bereshit – Génesis 3:9
¡Aieka y Eijá, en hebreo se escriben con las mismas letras!
La pregunta “Eijá”, ¿Cómo sucede esto?, es consecuencia de no haber podido nunca responder aquella primera pregunta “Aieka”, ¿Dónde estás?
¿Dónde estamos, cuando nos necesitan? ¿Dónde estamos cuando tenemos que dar la cara? ¿Dónde estamos cuando debemos reconocer nuestros errores? ¿Dónde estamos cuando tenemos que asumir nuestras responsabilidades?
En unos días volveremos a leer el libro de las Lamentaciones – Meguilat Eijá, sumidos por el recuerdo oscuro de aquella destrucción. En días particulares de aislamiento y pandemia, las emociones ligadas al miedo y la confusión se hacen más vívidas.
Y la pregunta vuelve: Aieka. ¿Dónde estamos? Aprendimos de Adam, que no sirve ocultarnos. Aprendimos de Ierushalaim, que una y otra vez podremos reconstruirnos.
Que cada dolor nos dé fortaleza para seguir aprendiendo y eligiendo la vida y el bienestar de todos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.