Debo pasar el mal trago de volver a escribir sobre una parashá que menciona las plagas sobre Egipto, cuando no sólo fue castigada la obstinación y la tortura de los gobernantes del imperio sino todos sus habitantes, víctimas de un sistema opresor.
No hay exégesis que justifique semejante atropello y tanto dolor. Sólo si lo comprendemos a la luz de un lenguaje y un relato del que hemos perdido su contexto cultural y su significado vital. No creo en un Dios que mate niños para que otros niños vivan en libertad. No lo celebro, no me alegro, no lo dejo pasar por alto y casi les diría que me rebelo contra el nombre de la festividad “Pesaj”, cuyo significado alude a la última plaga, la matanza de los primogénitos egipcios cuando Dios “pasaj” – “salteó” las casas de los hebreos.
Pero lo cierto es que el dolor de los egipcios, el tormento de cada plaga y la desesperación pueden ser vistas desde la crudeza de un Dios violento o desde las consecuencias nefastas de todo régimen totalitario, que avanza sobre la gente sin miramientos con tal de conseguir su poderío absoluto; económico y político.
Un sistema esclavista es exactamente eso; un sistema en el que el que no es amo es esclavo, con diferentes nombres o fantasías. Y ante esta propuesta; estamos a las puertas de un nuevo paradigma; un régimen de libertad.
Y ¿en qué consiste? Las pistas las tenemos escondidas detrás de los diálogos que se suscitan entre el Faraón, representante de la concepción política de la desigualdad y el uso de la gente para su propio beneficio, y Moshé, representante de un modo de concebir la vida humana individual, lo social y la fe.
Vayamos al texto de la Torá, cuando Moshé vuelve a encontrarse con el Faraón.
Le avisa que caerá la plaga de langostas, un enjambre tan denso que la tierra debajo de él se volverá invisible. Los consejeros del Faraón tratan de convencerlo de que perdone a Egipto y deje ir a los israelitas. Es interesante cómo lo formulan:
“Deja ir a estos hombres, para que sirvan a Adonai su Dios. ¿Acaso no sabes todavía que Egipto está ya perdido?” (Shemot 10:7)
Eso sucede con la avaricia de los poderosos. Están tan ensimismados que no pueden siquiera advertir la debacle de su caída.
La excusa de Moshé y Aharón para poder salir fue la de poder irse tres días al desierto para servir a Dios. Y en esta ocasión el Faraón les dirá:
“… Vayan, sirvan a Adonai su Dios. ¿Quiénes son los que han de ir?” (Shemot 10:8)
Supongo que el Faraón, acostumbrado a sistemas de privilegios, da por sentado que a los dioses los veneran unos pocos elegidos, los que acceden a semejante beneficio. Pero Moshé le responde algo absolutamente opuesto:
“Moshé respondió: Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de ir; porque es nuestra fiesta solemne para Adonai.” (Shemot 10:9)
El primer paso de esta libertad es asumir el compromiso de que es para todos. Si salimos, salimos todos, si tenemos derechos, los tenemos todos. Entonces el mensaje de la fe tiene sentido, cuando le llega y beneficia a todos.
Y fíjense cuántos milenios tiene este pasaje y qué actual su enseñanza: la inclusión supone a los más pequeños, a veces desconsiderados en un sistema de poder, y cuánto más a los viejos, tantas veces marginados de su dignidad, y también las mujeres- representadas en las hijas- que en tantas culturas deben conformarse con lugares sociales vergonzosos. Todos es todos.
Por supuesto que el Faraón no permitirá que esto suceda. Cualquier estructura piramidal cae si la base no sostiene a los pocos que están en la cima. Y perderse tres días de trabajo esclavo para acceder a la petición de un grupo de subordinados no tenía ningún sentido para el dictador.
Sumado a esto quisiera compartir con Uds. otra reflexión sobre la diferencia del paradigma de la esclavitud con el de la libertad. Que los encontramos en varias partes de la narración de las plagas, como intentando gritar un mensaje que a veces dejamos pasar por alto.
Observen:
Moshé una y otra vez le dirá lo mismo al monarca:
“Así dice el Señor, Dios de los hebreos: Deja ir a mi pueblo para que me sirva.” (Shemot 9:1)
Mientras que el Faraón para referirse al mismo acontecimiento lo dirá de otro modo:
“Ruega al Señor que quite las ranas de mí y de mi pueblo, y enviaré al pueblo a ofrecer sacrificios a Dios.” (Shemot 8:4)
O en este otro versículo:
“Y el Faraón llamó a Moshé y a Aharón y les dijo: «Id y sacrificad a vuestro Dios en la tierra«. (Shemot 8:21)
Aquí radica la diferencia entre un paradigma de sometimiento y otro de libertad. Ya sea en el ámbito de lo político, lo familiar, lo religioso, lo social…
Somos libres porque entendemos los vínculos como un modo de servicio.
Somos esclavos cuando se precisan sacrificios para ser parte.
Desde que salimos de Egipto tenemos la obligación de recordar la epopeya de la libertad, cada día en nuestras oraciones cotidianas. Desde entonces bregamos por sociedades igualitarias, con lugar y oportunidades para todos, donde el poder sea un facilitador de vínculos de servicio y solidaridad, y no de sacrificio y sujeción.
Sigo eligiendo un relato en el que no se necesiten plagas sobre otros para poder ser quien quiero ser.
Sigo optando por una fe que me pide que trabaje por el bien común mientras me acepta libre.
Sigo saliendo de Egipto, cada día, para hacerle frente a la plaga de la oscuridad y poder ver con claridad a quién tengo delante, para poder darle la mano y caminar juntos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen