El texto bíblico esconde sutilmente pistas que iluminan nuevos significados aunque a menudo pasan inadvertidas. Cada vez más leemos “en diagonal”, apresurados por llegar a un final pretendiendo una comprensión acabada en la velocidad. Pero la Torá es ese bello obstáculo que nos detiene y nos hace pensarnos en cómo leemos, para qué leemos y qué buscamos.
Seguramente no es la literalidad de un relato solamente. Buscamos indicios que nos despierten nuevas miradas de historias que, si sólo se repiten, se secan, se ajan y pierden belleza.
Una de ellas es justamente la que leemos esta semana en parashat Bo. Lo hacemos en el año cuando corresponde la lectura y lo evocaremos una y otra vez en nuestras celebraciones y liturgias de Pésaj. ¿Cuánto más se puede decir de este acontecimiento y su simbología?
Creo que hoy vamos a descubrir juntos una nueva posibilidad justamente abordando algo tan trillado como lo es la ingesta de matzá. -¿Por qué esta noche sólo comemos matzá?, nos preguntan nuestros niños en el Séder de Pésaj.
וַיֹּאפוּ אֶת-הַבָּצֵק אֲשֶׁר הוֹצִיאוּ מִמִּצְרַיִם, עֻגֹת מַצּוֹת–כִּי לֹא חָמֵץ: כִּי-גֹרְשׁוּ מִמִּצְרַיִם, וְלֹא יָכְלוּ לְהִתְמַהְמֵהַּ, וְגַם-צֵדָה, לֹא-עָשׂוּ לָהֶם.
Y cocieron tortas sin levadura de la masa que habían sacado de Egipto, pues no había leudado, porque al echarlos fuera los egipcios, no habían tenido tiempo ni para prepararse comida. Shmot 12:39
Así le contestamos, con un versículo de esta parashá. Salimos corriendo de Egipto y la masa no llegó a levar así que en lugar de pan comemos galleta. Pan de la pobreza “halajmá aniá”- todo el que tenga hambre que venga y coma- “kol dijfin ietei veiejol”. Pan para todos, sin pretensiones ni ostentación. El pan del apuro por ser libres ante todo nos une más allá de nuestras posibilidades económicas en la celebración de la libertad.
Pero este pan que tanto enseña no es un elemento aislado de esta saga. Lo hemos olvidado, lo hemos pasado por alto quizás, pero la matzá se entiende cabalmente si volvemos a Bereshit, cuando todo esto comenzó. Porque nuestra salida de Egipto es la conclusión de una historia que se inicia cuando llegamos a Egipto.
וַיֵּשְׁבוּ, לֶאֱכָל-לֶחֶם, וַיִּשְׂאוּ עֵינֵיהֶם וַיִּרְאוּ, וְהִנֵּה אֹרְחַת יִשְׁמְעֵאלִים בָּאָה מִגִּלְעָד; וּגְמַלֵּיהֶם נֹשְׂאִים, נְכֹאת וּצְרִי וָלֹט–הוֹלְכִים, לְהוֹרִיד מִצְרָיְמָה.
“Y se sentaron a comer pan; y alzando los ojos miraron, y he aquí una compañía de ismaelitas que venía de Guilad, y sus camellos traían aromas, bálsamo y mirra, e iban a llevarlo a Egipto”. Bereshit 37:25
Tenemos que volver a este momento de la historia. No fuimos esclavos por error o porque un déspota conquistó la tierra de Cnaan y sometió a sus habitantes. No.
Fuimos esclavos en Egipto a partir de esta escena en la que ¡hay también pan! Quizás un pan fresco, leudado y aromático. Y a su vez, pan de tortura y venganza. Recordemos que los hermanos de Iosef planeaban matarlo, necesitaban deshacerse de ese hermano orgulloso y soberbio que los molestaba. Un hermano mayor, Reubén logra disuadirlos. No lo matemos. Tirémoslo al pozo.
“Sucedió, pues, que cuando llegó Iosef a sus hermanos, ellos quitaron a Iosef su túnica, la túnica de colores que tenía sobre sí; y lo tomaron y lo echaron en el pozo; pero el pozo estaba vacío, no había en ella agua.” Bereshit 37:25
Lo tiran desnudo al pozo y ¡no se van!, se quedan arriba comiendo pan. Pan de agravio, de desquite. Luego vendrá una caravana de mercaderes que viajan a Egipto con “mercancías” y hacia allí los hermanos lo venden, como si fuera un bien de intercambio; con la panza llena después de haber comido y la mente sosegada pensando que se quitaban el problema de encima. Y a decir verdad, esto jamás sucedió; el padre Iaakov guardó luto por él toda la vida y luego los hermanos diezmados de hambre y preocupación deberán comer de la mano de aquel hermano que tiraron al pozo aún sin saber que es Iosef el vicefaraón de Egipto al que van a pedirle comida.
¡Y qué interesante! Cuando los hermanos de Iosef regresan con Biniamín a Egipto, a pedido del “monarca” también aparece una escena de pan:
“Entonces Iosef se apresuró, porque se conmovieron sus entrañas a causa de su hermano, y buscó dónde llorar; y entró en su cámara, y lloró allí.
Y lavó su rostro y salió, y se contuvo, y dijo: – Poned pan.
Y pusieron para él aparte, y separadamente para ellos, y aparte para los egipcios que con él comían; porque los egipcios no pueden comer pan con los hebreos, lo cual es abominación a los egipcios. Y se sentaron delante de él, el mayor conforme a su primogenitura, y el menor conforme a su menor edad; y estaban aquellos hombres atónitos mirándose el uno al otro. Y Iosef tomó viandas de delante de sí para ellos; mas la porción de Biniamín era cinco veces mayor que cualquiera de las de ellos. Y bebieron, y se alegraron con él”. Bereshit 37: 30-34
Él debe comer aparte. Sus servidores no saben y sus hermanos tampoco que son familia. Ellos comen en una mesa. Iosef en otra. Para recuperar la hermandad hay que comenzar por estar todos en el mismo plano de igualdad. Todos comemos pan. Todos sobre la tierra. Aún en mesas separadas. Ya llegará el abrazo.
El comienzo de la esclavitud se inicia con una comida desigual, deliberadamente desigual: unos comen arriba y otro desnudo que no participa, abajo.
Los hermanos se reencuentran en la comodidad del palacio y vuelven a comer pan, juntos.
La esclavitud nos atasca en Egipto y lo que más relatamos ante la salida es ese pan que no alcanzó a leudar y que significa todo el ritual de nuestras mesas de Pésaj.
Los seres humanos somos la única especie que hace de la comida un ritual: ritos de comensalidad, lo llaman. La antropóloga española Mabel Gracia Arnaiz escribe “Quienes comen en la misma mesa, los que toman ritualmente el pan en común, se convierten en compañeros (cum panem), promoviendo la refección, el esfuerzo de sus vínculos sociales…” (en Somos lo que comemos. Estudio de la alimentación y cultura en España. Barcelona 2001)
El símbolo del pan en esta historia enmarcada por dos comidas; – una, la antesala de la esclavitud y otra, la salida a la libertad -, trasciende el aspecto nutritivo; está cargado de mensajes. La comida representa acá el medio para expresar – o no – sociabilidad e igualdad.
El pan de la discordia y la inequidad inaugura un relato de personas usadas como mercancías, mentiras, ocultamientos, poderes y totalitarismos.
El pan de la salida, sin condiciones, igual para todos, desde entonces hasta hoy, nos vuelve a aquel momento en el que entendimos que si alguien está en un pozo, aunque nuestro pan se vea rozagante, lo que ingerimos está putrefacto. Porque no podemos comer sin mirar las condiciones de los que están alrededor. Porque no seremos libres si sólo comemos galleta acordándonos de los pobres ritualmente una semana al año. La matzá no es un elemento folclórico para nuestros niños. Es el recordatorio permanente de una sociedad que sigue vendiendo a las personas como mercancías, que sigue construyendo desigualdades impunemente, que sigue hambreando poblaciones mientras otras se mueren por exceso de comida… matzá es nuestro compromiso diario con nuestros hábitos y sus sentidos.
Sólo cuando asumamos el verdadero significado de ser compañeros – cum panem, habremos salido definitivamente de Egipto.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen