PARASHAT BALAK: El desafío del nombre propio

Tener una parashá con nombre propio, aparentemente es un gran honor. De todas las parashot de la Torá, sólo cinco tienen ese privilegio: Noaj, Itró, Kóraj, Balak y Pinjás.

Noaj, el constructor del arca, quien se salvó del diluvio universal, junto con su familia.

Itró, el suegro de Moshé, sacerdote pagano de Midián, quien hace de consejero de su yerno en su tarea de liderazgo sobre el pueblo de Israel.

Kóraj, el jefe de la revuelta contra Moshé y Aharón.

Pinjás, el sacerdote que “resuelve” un acto pecaminoso asesinando a sus protagonistas delante de todos.

Y Balak, el rey de Moab, que convoca al Bilam, un brujo, para maldecir al Pueblo de Israel.

La historia es conocida: Balak, rey de Moab, esta atemorizado por el avance de los hijos de Israel. Sabiendo que fracasaría en una batalla cuerpo a cuerpo decide utilizar otro artilugio y convoca a un brujo, Bilam ben Beor, para que los maldiga. En camino al lugar, un misterioso e invisible enviado de Dios mostrando su espada le bloquea el camino. Bilam no ve lo que sucede pero la burra sí. En tres ocasiones salva a su amo, desviándose del camino, pero la recompensa que recibe el animal son sólo duros golpes. La burra, entonces, milagrosamente habla, le pregunta a Bilam por qué la golpea. Sólo allí distingue al enviado divino, quien lo reprende por su comportamiento con la burra y le recuerda que de su boca sólo saldrán las palabras que Dios le ordene.

Bilam llega al lugar y observa al pueblo de Israel. En tres oportunidades intenta maldecirlos, pero de su boca salen bendiciones: “Ma tovu ohaleja Iaakov-qué buenas son tus tiendas, Iaakov”.

El final de la historia, a los fines de nuestro estudio, tiene poca relevancia. Por lo único que describí el relato es para volver a la pregunta acerca del nombre de esta parashá. ¿Por qué una parashá de la Torá lleva el nombre de un personaje, en definitiva, tan poco interesante? ¿Por qué ese nombre en esta historia? ¿Por qué no hay una parashá que se llame Miriam, Abraham, Moshé?

Por supuesto que los exégetas clásicos encontrarán tanto en Noaj, en Itró, en Kóraj, en Pinjás y en Balak motivos de alabanza que los hicieron merecedores de una parashá con nombre propio.

Noaj por ser considerado un hombre justo en su generación, Itró por su apoyo a Moshé a la hora de establecer los modos de juzgar al pueblo. Sobre Kóraj dirán que era un erudito, de Pinjás que defendió el nombre de Dios delante de la congregación y de Balak porque realizó sacrificios a Dios…

Y sí, es un ejercicio para los intérpretes clásicos, el de buscar virtudes aun cuando el relato mismo de la Torá no dé cuenta de ellas. Porque siguen pensando que el hecho de que su nombre figure en una parashá es una cuestión de méritos.

Hoy tengo la impresión que tenemos otras categorías de pensamiento y análisis que nos permiten complejizar algunos supuestos.

Porque de estos cinco nombres, difícilmente podríamos decir que todos son recordados exclusivamente por sus méritos. Veamos:

Noaj, es verdad que era justo en su generación. También es verdad que fue elegido para comenzar una nueva humanidad y ser el portador de un mensaje divino que no compartió con nadie, de un saber por el que no trató de interceder y de una descendencia que dejó bastante que desear.

Itró sí es un personaje honrado, digno, del que la Torá sólo realza sus actitudes positivas y constructivas. Quizás convenga recordar que Itró es un sacerdote pagano, de Midián. Y que justamente un sacerdote de otro pueblo y de otra creencia es quien aconseja a Moshé en momentos críticos y la parashá de la entrega de los 10 mandamientos es denominada con su nombre.

Kóraj injustamente se levanta contra Moshé y Aharón generando un cisma dentro del pueblo y una crisis en el liderazgo construido por Moshé y su hermano con tanta dificultad. El final de la historia: se lo traga la tierra.

Pinjás, sacerdote de nuestro pueblo no puede contenerse en su fanatismo y asesina para que se haga cumplir la ley de Dios.

Y Balak, un rey extranjero que en lugar de elegir una actitud pacífica y dejar pasar a los hijos de Israel o en su defecto, elegir una actitud valerosa y enfrentarlos en la batalla, se decide por la magia y la superchería, cobardemente, contratando a un brujo.

Como verán, el nombre por sí mismo no termina siendo un calificativo. Es lo que se dice del nombre, es la acción que sucede a la pronunciación del nombre lo que lo adjetiva.

Noaj era el nombre para ser recordado. Y sin embargo, sólo aparece como protagonista pasivo de la historia. Noaj fue el elegido. Él parece no haberse elegido para perpetuarse interesantemente en la historia. Era un proyecto para ser un gran nombre. Sólo que quedó en eso, un proyecto.

Kóraj creía portar un nombre y un linaje, la tribu de Leví, que lo habilitaba para abusar del poder y hacer y deshacer a su antojo. Los nombres no se imponen, se construyen y se legitiman con cada acto.

Pinjás, sacerdote, líder religioso, confunde fe con fanatismo, normativa con castigo y justicia con asesinato. El ser sacerdote no embandera su nombre, sino qué es lo que se recuerde de él en esa función que le corresponde desarrollar. De él se sabe que fue un asesino, fruto de sus celos fanáticos.

Y Balak, rey de un pueblo fuerte. Y por más reinado y ganado que tuviere, le faltaba temple para conducir a su pueblo con inteligencia y autonomía. Debió contratar a un brujo que termina siendo el protagonista de la historia y que a su vez, le da vuelta a sus deseos.

Y por último Itró. Uno podría decir que por tener el nombre de un sacerdote pagano se lo recordaría como tal, en un texto como el de la Torá, él debería tener un lugar marginal… y sin embargo, con su nombre recibimos Aseret Hadibrot, los diez mandamientos. Por su intervención Moshé no colapsa en su liderazgo como juez…

Vale más el buen nombre que el buen perfume. Vale más el día en que se muere que el día en que se nace”, decía Shelomó en Kohelet, el libro del Eclesiastés.

Yo diría vale más aquel que ha hecho de su nombre, un nombre propio, que aquel que lo detenta por haberlo heredado, por creerse superior, elegido, diferente al resto. Balak tiene una parashá para alertarnos acerca de los espejos de colores que podemos construir alrededor de nosotros mismos cuando creemos que con un título, un cargo, una posición social, estamos exentos de construir la huella del relato que conformará nuestra historia.

De hecho, ¿cuántos de nosotros recordaba quién era fehacientemente Balak? Quizás no muchos. Para eso, ésta parashá lleva su nombre. Para enseñarnos que además de tener un nombre deberemos llenarlo de contenido significativo, de actos que perduren en la memoria de quienes sientan ganas de relatar nuestras vidas.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.